viernes, 14 de marzo de 2025

A ver qué siento, a ver qué pienso, a ver qué hago


El juego se llama "A ver qué siento, a ver qué pienso, a ver qué hago" (ASAPAH).

Las reglas del juego ASAPAH son:

El juego se juega disfrazado.

Se recorren casilleros. Los primeros se saltan jugando, cayendo y viendo cómo todos alrededor reaccionan asustándose cuando el jugador tropieza y aplaudiendo cuando se levanta y da sus primeros pasos. En el casillero cinco comienza el desafío "A ver qué siento, a ver qué pienso, a ver qué hago" cuando se le pide esperar dos minutos para recibir un caramelo. Ahí se pone a prueba la paciencia y la persistencia hasta que los demás obstáculos cedan y le permitan disfrazarse con el saquito amarillo, el sombrerito verde y los zapatos rojos.

A la altura del casillero trece, el camino se desbarajusta y se bifurca en infinitas opciones. Los dados caen sobre el tablero y guían al participante, que aún no comprende del todo hacia dónde se dirige. En ese momento, se presenta el verdadero reto: a ver qué siente, qué piensa y qué hace cuando se cruza con una crítica, una duda, un exceso, una falta, un deseo, un rechazo o una envidia, mientras decide qué disfraz utilizar para enfrentar cada situación.

Al llegar al casillero veinte, sin importar cuál haya sido el recorrido, el jugador se encuentra frente a un espejo y comienza a percibir el disfraz con el que recorrerá el resto del camino. Hasta el casillero cuarenta, el desafío "A ver qué siento, a ver qué pienso, a ver qué hago" se intensifica cuando aparecen el poder, la belleza y el dinero en su recorrido. A partir del sesenta, el jugador carga con muchas capas de ropa, y cada paso lo invita a seguir explorando quién es bajo esos disfraces.

A partir de ahí, el juego se vuelve indescriptible. Cada casillero desprende infinitas reglas que dependen de lo que el jugador siente, piensa y hace, y del disfraz que cambia constantemente. En cada casillero, se pone a prueba la capacidad de reconocer y navegar las emociones y pensamientos que surgen ante cada desafío.

El clímax del juego llega en el último casillero, donde el jugador descubre que debe dejar su disfraz atrás antes de dar el último paso. El último tiro lo saca del tablero.

En este juego, ganan todos.

PD: En Purim hay que tomar hasta no diferenciar a Hamán de Mordejai. ¿Qué significa eso? Que debemos entender que Hashem está detrás de todo y que todos, absolutamente todos, llevamos disfraces.

miércoles, 12 de marzo de 2025

Pisando una piedra distinta en cada paso del camino


Nos molestan los cambios. Como si no estuviéramos fluyendo constantemente, cambiando células, explotando átomos, generando líquidos y recorridos de arriba a abajo por unos canales de sangre.

 Pisando una piedra distinta en cada paso del camino.

Lo que pasa es que esos cambios no nos molestan porque no los percibimos. Pero cuando algo grande sucede, nos asustamos, nos sacudimos, porque de pronto tenemos que descubrir quiénes somos en una situación distinta.

Por ejemplo: tu rutina marcha bien. Pareja, familia, trabajo. Tus hijos crecen sanos y, de repente, uno hace un cambio que te desestabiliza y hay un momento de confusión en el que no sabés bien qué hacer. Y esa confusión es un trick del ietzer hará para meterse en el medio. Y te usa como disfraz, porque después de todo, si te quiere engañar, nada mejor que hacerte pensar que quien actúa sos vos mismo. Entonces, dentro de esa confusión, te mete la idea de que vos sabés mejor que tu hijo lo que él tiene que hacer.

Y es ahí donde sufrimos como si estuviese pasando algo malo. Pero si cada hijo nos enfrentara con los mismos desafíos, no podríamos descubrir qué clase de padres somos en una situación difícil.

Digamos que tu hijo es el hijo de tus sueños, sea lo que sea que hayas soñado. Pero de golpe descubre que quiere hacer algunas cosas de distinta manera. Todavía no sabe bien qué quiere, así que al principio hace cualquier cosa, en general algo que a vos, como padre, te molesta.

Y acá viene la parte difícil de aceptar: lo que hagan los hijos no tiene que ver contigo. O sea, no importa lo que hagan en términos de tu control, porque eso tiene que ver con su propia neshamá y no con la tuya. Lo único que uno tiene que hacer es decidir quién es uno en esa situación nueva.

Hay que separar las cosas: la neshamá del otro y la nuestra. Y desde ahí se construye una relación sana. 

Porque si entendés que no entendés lo que el otro vino a hacer en este mundo, lo liberás para que pueda encontrar su lugar por sí mismo. "No juzgues a tu prójimo hasta que estés en su lugar" – y quizás nunca podremos estar realmente en el lugar del otro, porque cada uno tiene uno único. Quizá en la edición del Pirkei Avot de Mashiaj se diga simplemente "No juzgues a tu prójimo" y listo.

Y cuando se corta el cordón umbilical de creer que sabemos lo que es mejor para el otro, se establece automáticamente la verdadera conexión. Una donde las neshamot se hablan sin que el ego, el enojo o el "qué dirán los vecinos" interfieran.

Y me hago la Freud hablando, pero cuando las cosas se mezclan, mejor sacar lo que interfiere del medio. Y lo que interfiere siempre es un "yo" que se cree que algo de lo que sucede, sucede gracias a algo que ese yo haya hecho.

"Gente, crezcan un poco más todavía" debe decir Hashem. Y ahí te prueba y te hace perder el colectivo para anotar en su libro de la vida que no dejaste que te arruine el día el pensamiento de que no vas a llegar a tiempo y en cambio recordás que vas a llegar exactamente cuando Hashem quiera.

lunes, 10 de marzo de 2025

Es normal ser distinto


Repetimos como loritos que cada uno vino a cumplir su tafkid en esta vida, pero no lo creemos para nada.

En estos tiempos pre Mashiaj es cuando cada uno va encontrando su lugar, y las piezas que te rodean empiezan a sumar al dibujo final. Ya saben de qué hablo: de la imagen que Am Israel formará cuando nos ubiquemos cada uno en su lugar. Allí, al final es donde se entenderá y se verá the whole picture

Lo raro es que quizás pasaste años sintiéndote un pavo, y de repente, encaja tu pieza y resulta que sí tenías razón, descubrís que sos un pavo, pero un pavo real, algo que no podías saber hasta que la pieza de al lado te mostró sus colores brillantes, y aunque todavía hay muchas piezas que no encajan, más allá percibís unas plumas brillantes y te hace sospechar que formas parte de algo bello, que supera tu comprensión.

La AI me dijo que fue Rabí Tzadok HaCohen quien dijo; "Cada persona tiene su propio camino único, según la raíz de su alma". Eso quería decir hoy: que no se asusten por lo extraño de los lugares que a todos nos toca transitar en estos días. Es normal ser distinto.

Si te tocó ser la pieza del puzzle color cielo con dos esquinas, vas a encontrar tu lugar fácilmente. Pero para el resto, los colores vienen mezclados. Dejemos que cada uno encuentre su espacio sin apurar al otro.

Ocupémonos de encontrar nuestro lugar, no el del resto. Y quizás lo más lindo de todo: cada vez que una de nosotras encuentra y ocupa su lugar exacto en este gran rompecabezas, acercamos la Geulá completa.

Enseña el Baal Shem Tov, la redención vendrá cuando cada neshama cumpla exactamente aquello para lo que bajó al mundo. Cada pieza en su lugar, cada judío cumpliendo su propósito divino.

jueves, 6 de marzo de 2025

Manual de autoengaño para principiantes


Advertencia:

Si te da placer contarle a todo el mundo lo difícil que es ser vos… este manual no es para vos. Seguí sufriendo.
Para el resto: bienvenidos a la realidad alternativa donde todo es bueno, aunque no nos guste.
Paso 1: Hacete invisible
Somos los protagonistas de la película, los superhéroes con el don de volvernos invisibles. Somos un efecto especial. Es más, ni siquiera existimos de la forma en que creemos.
El superpoder también nos permite volver invisibles a los demás, dejando de tomarnos todo de forma personal. Basta de mirar a los otros como si fueran “los culpables” de lo que nos pasa. Eso es Avodá Zará. No existen entes independientes. Somos como hologramas proyectados por Hashem.
Ejercicio práctico:
Cuando sientas que alguien te “hace algo”, cerrá los ojos y repetí:
"No lo veo, no existe, es sólo Hashem esperando detrás de escena a ver cómo reacciono. No me lo está haciendo a mí. Me lo está haciendo para mí."
Después abrilos y tratá de no volver a caer en la trampa. (Spoiler: vas a caer, pero lo importante es insistir.)
Paso 2: Elegí el guion que más te conviene
Si todo es imaginación, ¿por qué no imaginar bien? Podés contarte cualquier historia sobre lo que está pasando.
Podés decir:
"El colectivo va a venir lleno y no voy a poder subir."
o
"Veremos lo que pasa, y lo que pase va a estar bien porque Hashem me quiere."
Una opción te amarga la vida. La otra te libera. ¿Cuál elegís?
Ejercicio práctico:
Cuando veas los platos sucios, en vez de pensar "son unos desconsiderados", pensá:
"Qué suerte que tengo platos sucios en casa, significa que comimos rico. Y qué bueno sería dejar de esperar que los demás sean como yo quiero."
Paso 3: Mentite hasta que se haga verdad
"Pero no lo siento así", decimos.
¡Obvio que no! ¿Quién siente amor y gratitud cuando pisa un juguete en el suelo a las 3 de la mañana? Nadie.
Pero esto no se trata de sentir, se trata de entrenar la mente.
Repetilo hasta que te lo creas. Fake it till you make it.
Hashem me ama. Hashem me sostiene. Todo lo que me manda es bueno.
Repetilo en loop hasta que empieces a ver milagros. (Y si no los ves, seguí repitiendo. A veces el milagro es que dejaste de sufrir.)

martes, 25 de febrero de 2025

Mrs. Good Timing

El otro día conté que, en general, llego temprano a las cosas y a las citas. Pero lo que no dije es que, además de adelantada, muchas veces llego cuando parece que nadie me está esperando. Como si mi función fuera interrumpir el flujo de las cosas para desafiarlo. Y para colmo, lo hago con la urgencia de que no nos queda mucho tiempo.

No nos queda mucho tiempo para trabajarnos a nosotros mismos, el tikún personal hay que hacerlo aquí y ahora. La Gueulá se acerca y, con ella, el libre albedrío tal como lo conocemos dejará de existir. ¿Qué mérito tendrá decir que creemos en la llegada del Mashíaj cuando ya estemos bailando frente al Beit HaMikdash? Ese mérito se lo llevarán quienes lo anuncian ahora, cuando todavía parece una locura, cuando todavía se los señala por hacerlo.

No vendo ideas que no haya probado en carne propia. Yo soy mi propio objeto de estudio, y mis resultados los obtengo empíricamente. El Kav HaBitajón de Rabbi Golombeck me cambió la vida. Me enseñó a confiar plenamente en Hashem, a ver Su mano en cada detalle y a experimentar la tranquilidad que viene con esa certeza.

Probé el superpoder de volver invisibles a quienes me rodean y ver a Hashem detrás de cada uno de ellos. Y me funcionó.

Probé alejarme de la negatividad, enfocarme sólo en pensamientos positivos que me obligan a buscar lo bueno en cada situación y vivo con alegría.

Probé reconocer el amor de Hashem en cada detalle de mi vida y sólo vi bendiciones.

El truco del Ietzer Hará es hacernos creer que Hashem es "malo", que todo lo que nos sucede es un castigo y que las cosas negativas son pruebas que nos definen. Su estrategia es la de poner una lupa sobre lo peor que podamos encontrar. Como ya están comprobando la neurociencia y la psicología cognitiva, la mente humana tiende a enfocarse en lo negativo, magnificándolo, y a subestimar lo bueno que nos rodea.

Pero a esta altura de la historia, la máscara del Ietzer Hará se está cayendo, no resiste el paso del tiempo.

Sigo convencida de que vale la pena decir las cosas, aunque a veces sea a destiempo o el timing no siempre sea bien recibido.

domingo, 16 de febrero de 2025

Se los dije



Yo ya vivo la Geulá, y por eso pensé que sería una buena idea andar anunciándolo por ahí. Total, ¿por qué no? Si tengo la primicia, ¿qué tal si salgo a repartir volantes? Así, cuando todo este lío en el que vivimos sea historia antigua, me voy a dar el lujo de decirles: 'Se los dije'.


No es que sea una vidente ni nada de eso. Es sólo que mi reloj adelanta. Soy de esas que llegan diez minutos antes a las citas, llevan las llaves en la mano a dos cuadras de la puerta y, en una jatuná, se sientan en una mesa vacía a esperar al resto.


Ahora, ¿será que estoy adelantada o que el mundo va lento? Yo creo que un poco de todo. Por eso creo que parte de mi tarea personal es aprender a frenar. Igual no hay a dónde correr, eso lo veo claro. Rápido o despacio, todos llegamos al mismo lugar. Pero es que a veces la emoción me gana, y cuando veo con precisión preciosa cómo Hakadosh Baruj Hu se va revelando en mi vida y en la de quienes me rodean, me dan ganas de apretar el acelerador y llevar a quien se me cruce, por los pelos.


Por ejemplo, está escrito (no sé dónde) que en la era del Mashiaj (que ya llegó, pero shhh), nuestras neshamot van a señalar el desperfecto espiritual detrás de nuestras dolencias físicas. Como cuando comés Hering picante y te arde el estómago—no es sólo acidez, es un mensaje del alma. No está escrito exactamente así, pero se entiende la idea. Y no es que las enfermedades desaparecen (aunque me pregunto si los médicos van a tener que abrir cafeterías), pero sí vamos a tener el zejut de saber qué es lo que tenemos que cambiar.


Frenar, para mí, no es fácil. Los humanos somos como autos: puro chasis y carcasa. Si venís manejando a 300 km/h, cuando pares, te desbocás. Pero, ¿cómo se aprende a frenar? Justo ahí me acordé de un capítulo de La Familia Ingalls en el que un indio domaba un caballo en un río.  Al verlo me di cuenta de que esa es la forma de domar a mi animal interno, ese que no sabe para dónde quiere ir y que, encima, se enoja cuando le digo que tiene que frenar.


Así que acá estoy, poniendo el reloj en hora. Respiro, tomo té, escucho Coltrane y me obligo a ir más lento, como en el agua del río. Porque esta vez no quiero llegar sola. Y si igual me adelanto, al menos voy a hacer el esfuerzo de no decirles: 'Se los dije' cuando estemos todos juntos festejando la Geulá.

lunes, 27 de enero de 2025

Un Uber sin conuctor


Vivimos como si lo que sucede en nuestra vida no debería suceder. Vemos la realidad como algo imperfecto, sin darnos cuenta de que los imperfectos somos nosotros. Y gracias a Hashem que nos hizo imperfectos, porque sin eso, esta vida sería un viaje terriblemente aburrido.

Me esfuerzo por creer en la idea de que todo pasado fue perfecto. Me lo repito mil veces. No hablo solo de lo que ocurrió hace años, sino incluso del instante en que terminé de escribir esta línea. Lo único que existe soy yo en el presente, por eso trato de seguir adelante sin mirar hacia atrás, sin quedarme atrapada en pensamientos negativos y en la conexión que pierdo cuando me ocupo de pensar en lo que otros piensan de mí.

Hoy, ya ese ietzer me atrapó dos veces (y son las diez de la mañana). La primera fue mientras mi hija se preparaba para el colegio. A mí me pareció un buen momento para contarle una historia de mi infancia, pero ella apuraba libros en su mochila y no me miraba. Por un momento, me ofrecí mi clásico discurso: "Nadie nunca se interesa en nada de lo que digo". Por suerte, al segundo siguiente pasó un ángel y me lanzó la idea de que quizá mi hija tenía apuro por no perder el colectivo.

Eso me recordó las palabras de Rabbi Golombeck: "Deja de querer controlar lo que sucede en tu vida. Cuando intentamos controlar los acontecimientos, lo único que logramos es perdernos la oportunidad de disfrutar lo que Hashem ya tiene planeado para nosotros". Y Hashem, al final, solo nos pide que disfrutemos el viaje.

Si miro desde lejos, veo cómo una vida vivida con bitajón y pensamientos positivos mejora mucho la experiencia. Al mismo tiempo, me alegro de que este concepto empiece a aparecer en algunos estudios científicos que reconocen la importancia de los pensamientos positivos para nuestra salud.

Cuando miro un poco más de cerca, me pregunto: ¿Para ustedes es normal que en Argentina se conozca popularmente la palabra "Hashem"? Para mí, no lo es. Lo que sí es para mí es un eco de la redención, un recordatorio de que Hashem está siendo reconocido en lugares que antes parecían imposibles.

Se viene la gueulá, lo repito convencida y a riesgo de quedar como una loca (pero ¿qué me importa lo que los otros piensen, verdad?). Tengo muchos años y puedo atestiguar que hay muchas cosas raras pasando en el mundo. Más allá de todo el sufrimiento, más allá de los fenómenos climáticos, más allá de los milagros de las chicas que están volviendo... del otro lado, todavía más allá, veo a Hashem y me convenzo de que es Él quien dirige el mundo y me obligo a relajarme y a entregar el volante con el que alguna vez creí manejar.

Y cuando me cuesta esa idea, me imagino viajando en un Uber sin conductor, contenta en el asiento trasero, dejando que un mecanismo invisible me lleve a mi destino.

jueves, 23 de enero de 2025

PlayMobil Reality Show


Ayer le decía a mi marido que, para mí, él no existe.

Ni él, ni mis hijos, ni mis nietas, ni mis amigas, ni mis vecinos. Gracias al kav habitajon, he aprendido a transformar el mundo que me rodea en un escenario de Playmobil, donde las personas parecen muñequitos hechos de bloques de plástico. Esta idea no es mía; es lo que recomienda el Rab Golombeck para alcanzar una vida plena de alegría y sentido: no involucrarse emocionalmente en las situaciones conflictivas.

Al final, nada de lo que sucede es real más allá de ser una prueba que debemos atravesar. Es como si estuviéramos en un reality show: tenemos bejirá jofshi durante el proceso, pero el resultado final ya está arreglado por la producción.

Hashem puso nuestra neshamá dentro de un cuerpo habitado por un animal, una parte que se rebela contra nuestra esencia más pura. Este animal tiene un único objetivo: alejarnos de Hashem. A veces lo siento como un lobo feroz que ataca sin piedad, otras como un elefante que arrasa a su paso, y en ocasiones como un ratón astuto, sigiloso pero persistente.

No importa su forma; su instinto es mortal. Ese animal interno está dispuesto incluso a autodestruirse si con ello logra desconectarnos de la luz divina.

En la vida, enfrentamos conflictos y desafíos como si fuera una carrera de obstáculos. Es entonces cuando el animal interno ataca, intentando derribar la conexión que nos sostiene. Me recuerda a ese juego donde un pingüino está de pie sobre un bloque de hielo, y los jugadores golpean con un martillo las piezas intentando no dejarlo caer. Pero mientras en el juego los golpes son suaves, el animal interno siempre va directo al corazón del hielo. Su objetivo no es otro que romper todo de un solo golpe.

Para complicar aún más el juego, nos cruzamos constantemente con los animales de los demás. Me imagino a las neshamot atrapadas detrás de una cortina de emociones, intentando comunicarse a pesar de los conflictos, los malentendidos y las reacciones impulsivas.

Cada vez que logramos no involucrarnos emocionalmente con las palabras o acciones de quienes nos rodean, abrimos un poco esa cortina. ¿Qué importa lo que un muñequito de plástico opine de mí? Dale, pasá primero, te cedo el turno, podés llamarme como quieras; nada de eso tiene que importar.

Y si dejamos que los perros ladren sin ladrarles de vuelta, se crea un espacio para que nuestra neshamá emerja, grandiosa. Aparece nada más y nada menos que de la mano de Hashem, para recordarnos que, en este mundo de Fisher Price, nuestra única misión es conectarnos con lo Real.

miércoles, 22 de enero de 2025

Luis Miguel, las ranas y pensamientos sobre la fama


No soporté seguir viendo las imágenes y leyendo las noticias de los últimos días, así que me escapé un rato al mundo de la fantasía. Me encontré con la historia de Luis Miguel y aquella época que yo también viví. Y aunque nunca fui fan del rubio melenudo (mi atención estaba en esos raros peinados nuevos), recuerdo haber usado esos flequillos en flor y mirar al cantante desde lejos.

Me interesó su historia desde un punto antropológico, más que nada porque ando con conflicto de fracasada y su vida me hizo pensar otra vez en qué es el éxito. En su caso, crecer con un padre que le robaba, un representante que lo exprimía y un entorno que lo usaba le debe haber provocado algunos cortocircuitos emocionales. Todos sabemos que una infancia feliz no tiene que ver con comodidades o logros, sino con estar rodeado de personas que realmente te aman.

El Magid de Dubna explica que una persona puede pasar toda su vida persiguiendo algo –riqueza, placer, fama–, solo para descubrir, al alcanzarlo, que nada de eso le dio lo que buscaba. Y, aun peor, la persona puede llegar a pensar: "Si volviera a vivir, elegiría un camino diferente, quizás riqueza en lugar de fama". Pero el Magid nos advierte, citando al rey Salomón, que no es por allí... pero tampoco por allá. Ahí no se encuentra el sentido de la vida. Ni siquiera hay algo sólido. Todo eso es vacío: "Vanidad de vanidades, todo es vanidad".

No hace falta ir muy lejos. Usemos a los ídolos mundiales como ejemplos. Ya que están ahí, que sirvan para algo más que para sacarles fotos mientras bajan de una limusina. Después de todo, ellos llegaron al lugar de nuestras aspiraciones. ¿Buscamos belleza? Pobre Marilyn Monroe. ¿Gloria? Pobre Maradona. ¿Fama? Pobre Michael Jackson. ¿Riqueza? Pobre Cristina Onassis.

La plaga de fans de Luis Miguel, que lo esperaba afuera de su casa, de un hotel, de un concierto para arrancarle la ropa o un mechón de pelo, me recordó la plaga de las ranas en Egipto. Estas se multiplicaban con cada golpe, y así también, con cada nuevo fan, al cantante se le multiplicaban las demandas y las expectativas sobre él. Imagino que debe ser insoportable vivir rodeado de personas que dependen de tu personaje para existir. Quedas atrapado en una red de intereses donde es difícil saber quién está ahí por amor genuino y quién solo quiere aprovecharse.

¿Qué aprendí de la historia de Luis Miguel? Que más allá de lo inmediato, de las luces brillantes y los aplausos, más allá de lo que el mundo considera éxito, allí, justamente allí, se multiplican las carencias y, al igual que las ranas en Egipto, la búsqueda de lo efímero puede devorarte sin que te des cuenta.

Y, para rematar en el autoconvencimiento, me digo: ser famoso debe ser horrible. Yo me quedo con la paz de que nadie quiere arrancarme un mechón de pelo, con lo caras que están las pelucas

lunes, 16 de diciembre de 2024

La Mitzvá del Desconcierto

Empezamos las cosas como un juego, pero apenas descubrimos que no sabemos nada de un tema, perdemos el miedo a no saber y nos sumergimos en esas aguas misteriosas que forman cerca del sesenta por ciento de nosotros mismos. El agua no solo es física, sino un símbolo de lo desconocido: territorios internos que permanecen ocultos hasta que las circunstancias rompen sus murallas, como olas que se estrellan justo a nuestro paso, revelando geografías íntimas antes inexploradas.

Todo lo que Hashem pone en nuestro camino tiene un propósito: empujarnos hacia un desafío que nos permita trabajar en nosotros mismos. Si no enfrentáramos esos desafíos, nunca corregiríamos lo que necesita ser corregido. Lo que no controlamos es precisamente ese espacio de lo no explorado en nosotros mismos, territorios que solo se habilitan cuando las situaciones nos golpean como olas, quebrantando nuestras defensas y permitiéndonos acceder a nuestras capas más profundas.

El ego, como dice el Rav Golombeck, es el principal detractor en este camino: el noventa por ciento de las cosas que nos molestan son protestas de nuestro propio ego. Por ejemplo, el ego nos dice que no vale la pena crear canciones para niños si un video no obtiene suficientes vistas. Nos convence de que los números son la medida del éxito y que el esfuerzo solo vale si recibe validación externa.

Pero, ¿y si Hashem nos puso aquí solo para alegrar a un único niño, en alguna parte del mundo? ¿No sería suficiente? Porque al final, el verdadero desafío no es alcanzar la fama ni las métricas, sino superar al ego que busca alimentar su insaciable apetito.

Desde la orilla, el océano parece sucio: la espuma con residuos distrae la vista. Pero si avanzamos y nos dejamos desafiar por las olas, encontramos que más allá de las aguas agitadas hay calma. Y si nos sumergimos, descubrimos un universo oculto que no se ve desde la superficie. Así es nuestra vida: si nos quedamos en la orilla, nunca entenderemos lo que Hashem quiere mostrarnos. Atravesar las olas es parte del trabajo de vivir, es permitir que cada embate rompa algo en nosotros para revelar lo que aún no conocemos.

El trabajo personal es un viaje continuo. Cada paso hacia adentro, cada ola que nos golpea, nos lleva más cerca de esa belleza oculta que, desde la orilla, ni siquiera imaginábamos que existía.

jueves, 12 de diciembre de 2024

Un Chiste Divino


¿Recuerdan esos momentos en clase cuando la maestra gritaba "¡Silencio!" con esa mirada seria, y en lugar de callarse, el aula explotaba en carcajadas? Era como si un virus de la risa hubiera infectado el salón, más poderoso que cualquier intento de control académico.

La ciencia dice que reír es básicamente un cóctel de felicidad que hace que nuestro cuerpo baile de alegría. El cortisol -esa hormona gruñona que nos hace ver todo gris- sale corriendo para otro lado cuando la risa hace acto de presencia.

Me resulta asombroso el plan de HaKadosh Baruch Hu que, al final, es más simple de lo que pensábamos: quiere que seamos felices. No necesitamos doctorados en espiritualidad, solo necesitamos sentirnos amados por Él y soltar una buena carcajada para festejar que la risa sea como un sistema inmunológico disfrazado de comediante.

Hay una historia talmúdica que lo confirma. Rav Beroka estaba en el mercado con Eliyahu HaNavi (cada uno va de compras con quien puede) y le pregunta quién merece la vida eterna. Eliyahu le señala a dos personas aparentemente comunes. Cuando Rav Beroka les pregunta a qué se dedican, ellos responden: "Somos comediantes. Hacemos reír a la gente triste y arreglamos los conflictos con humor". ¡Revelación impresionante! Resulta que hacer reír es un trabajo celestial.

Los científicos -esos señores serios con bata blanca- confirman lo que nuestros sabios ya sabían desde hace siglos: reír es un superpoder. Fortalece el sistema inmune, mejora las funciones del corazón y renueva la mente. Es como un gimnasio para el alma donde cada sonrisa transforma moléculas, une corazones y nos acerca a algo más grande que nosotros mismos.

Qué Torá tan hermosa nos dio Hashem: cuando nos reímos y somos felices, estamos siguiendo órdenes divinas. 

Así que riamos con intensidad, con libertad. La vida es demasiado seria para tomársela tan en serio; celebremos con alegría cada chiste que HaKadosh Baruch Hu comparte con nosotros.



viernes, 6 de diciembre de 2024

Antes de Darme Cuenta


En mi barrio, salir a caminar significa subir o bajar, nunca avanzar en línea recta porque vivo en una montaña. Ayer salí de madrugada, subí la cuesta paso a paso, protestando en mis adentros por el esfuerzo que me costaba. Pensaba en lo difícil del recorrido y en la constancia necesaria para no detenerme, para no dar la vuelta antes de llegar a la cima y tomar el camino fácil.

Apenas vi la cima, sentí cómo los pensamientos se balanceaban hacia lo positivo, la promesa de la bajada se presentaba frente a mi como un oasis en el desierto, esa gota de esperanza cuando ves el final de lo difícil y sabes que se acerca un descanso. 

Ya que durante la subida, registré mis pensamientos y descubrí la negatividad como una de las distintas manifestaciones del cansancio, me propuse prestarle atención a mis pensamientos de bajada para comprobar si cambiaban en algo. 

De la bajada, en realidad, me di cuenta cuando ya había terminado. Iba tan liviana que pude disfrutar del camino, mis pensamientos volaron con los pájaros que cruzaban el cielo naranja en bandada cuando caminé mirando hacia arriba, y con las hojas crujientes del suelo cuando caminé mirando hacia abajo. Estuve un buen rato tratando de adivinar a qué árbol pertenecían y 
antes de darme cuenta me encontré con la de arce, árbol que sólo encuentro en la cima, y así supe que había subido la cuesta.

¿La diferencia? Mis pensamientos que en lugar de anticipar lo difícil del camino, se enfocaban en cada paso que iba dando.

Ver nuestra vida como una montaña: una sucesión de subidas y bajadas y a nosotros como un pequeño barco navegando entre las olas que pasan. 

Porque antes de darte cuenta, bueno, todo pasa. 



miércoles, 4 de diciembre de 2024

Hagamos cualquier cosa

Mollo le dijo a Lalo que Luca, antes de componer, decía: "Hagamos cualquier cosa". Lo cito porque coincidimos en la intención. Me siento a escribir y pienso: cualquier cosa que escriba da lo mismo, siempre y cuando me represente. El resultado no está en nuestras blah blah blah manos.

Es curioso cómo las cosas que salen de mí suelen sorprenderme. Las mezclas que hago –como unir música klezmer con canciones para niños– son cosas que disfruto, pero cuya intención no termino de entender. Supongo que, como a mí misma, mi arte a veces tampoco se entiende.

Quizá voy un poco adelantada o el tiempo está retrasado, pero la música, los escritos y las pinturas que me atraviesan no buscan aprobación. En el fondo, no se trata de gustar, sino de expresarme.

Cuando quise pintar, me inspiré en Warhol. No tanto en su estética, sino en su irreverencia. Pero el ietzer me convenció de que no sabía nada. Terminé estudiando con una profesora rusa de la escuela de Kandinsky, una mujer que pintaba con la precisión de una cirujana y sufría al verme intentar controlar mis manos rebeldes.

Duré un año con ella. Al final, descubrí que mi camino era el contrario: desprolijidad, caos, romper las reglas. Hoy mis obras son monumentos al desorden, a la falta de límites. Si quiero romper la tela, lo hago. Porque en el arte, el error no existe.

Y como el ego del artista se puede domar como a un caballo, yo decidí no medir mi éxito en números. Lo mido en autenticidad, en cuánto de mí misma hay en lo que hago. Pienso en Vincent, Franz, Dickinson, y otros artistas que no encontraron reconocimiento y no quiero sufrir como ellos, lo mejor que me puede pasar es que lo que  hago no le guste a  nadie y que no se entienda.

Quizá por eso, de niña, me encontraban en el balcón o mirando por la ventana, como quien observa el teatro de la vida desde un palco. El arte me da ese espacio: puedo ser espectadora y actriz al mismo tiempo.

Januca es el acto perfecto de este teatro existencial. Encendemos luces que miran hacia afuera, pero nos iluminan por dentro. Es un recordatorio de que todo lo que hacemos –visible o invisible– tiene que iluminar.

Y quizá ese sea el milagro más sutil: saber mirar. Porque cada vez que miramos, en el fondo, nos estamos mirando a nosotros mismos.

miércoles, 27 de noviembre de 2024

El Gabbai que dijo Oish


Hoy, en el Kav Habitachon, escuché una historia sobre el Rab Don Segal, quien llegó al aeropuerto con su gabbai cuando sucedió algo inesperado: el pasaporte del gabbai había expirado.

En medio de la frustración, el gabbai dejó escapar un "oish" que resonó como un suspiro existencial. El Rab Don Segal se detuvo inmediatamente.

"Prohibido decir 'oish'", sentenció, o algo por el estilo.

La palabra no es solo una expresión de disgusto, sino una negación sutil de la providencia divina. Cada "o-i-s-h" es un cuestionamiento silencioso al plan perfecto de Hashem, como si ese sonido pudiera desafiar la orquestación cósmica de cada momento.

Si la vida fuera una película, el "o-i-s-h" sería el momento en que el protagonista mira a la cámara y dice: "Esto no estaba en el guion". Pero en la película divina, cada escena tiene un propósito, aunque nosotros no siempre captemos el libreto completo. Es como si Hashem fuera un director que sabe exactamente por qué necesita ese plano aparentemente absurdo.

El "oish" representa la incapacidad humana de comprender la profundidad del designio divino. Es un instante de debilidad donde dudamos que cada detalle de nuestra existencia esté cuidadosamente diseñado con amor infinito, sabiduría absoluta y propósito trascendental.

Cada aparente contratiempo es, en realidad, una manifestación de la voluntad divina, un mensaje oculto que solo se revela a quienes tienen la capacidad de ver más allá de lo inmediato. 

Imagina un universo donde cada detalle está tan calculado que hasta un pasaporte caducado tiene un mensaje secreto. No es casualidad; es providencia con guion de comedia inteligente. El Rab Don Segal nos recuerda que, a veces, Hashem nos está haciendo un guiño, y nosotros lo interpretamos como un problema.

La próxima vez que sientas la tentación de soltar un "ooooiiiiissshhhhh" (imagínalo con la dramatización de un actor de tragedia griega), recuerda: lo que te parece un error podría ser una coma en la oración de tu vida.

jueves, 21 de noviembre de 2024

¿Qué tiene de malo ser normal?


¿Alguna vez se han imaginado cuánta energía desperdiciamos intentando caerle bien a todo el mundo? Si pudiéramos convertir esa energía en electricidad, probablemente iluminaríamos toda Nueva York por varios años.

Escuché hoy al Rab Golombeck decir una verdad que libera: el ser humano, desde que abre los ojos hasta que los cierra, está inmerso en una carrera permanente contra el "¿Qué pensarán de mí?". Nuestra mente es como un gerente de relaciones públicas trabajando horas extra, preguntándose si nos respetan, nos valoran o simplemente les caemos bien.

Imaginen el estrés. Es como estar en una audición constante donde el jurado son todos los que nos rodean. ¿Quién diseñó este reality show llamado vida social?

La realidad es tan simple como demoledora: vivir para complacer a los demás es agotador. Es imposible impresionar a todos. Siempre habrá alguien que nos mire como si acabáramos de cometer el crimen más atroz: ser nosotros mismos.

¿Cuántas veces hemos rechazado un plato de comida muertos de hambre, solo para "quedar bien"? ¿Cuántas veces hemos mordido nuestra lengua o disfrazado nuestra personalidad, como si fuéramos maestros del camuflaje social?

El secreto, nos recuerda el Rab, no está en impresionar, sino en conectar. No estamos aquí para ser los protagonistas del rating social, sino para servir a Hashem. Y cuando esto realmente se internaliza, la presión se evapora más rápido que un cubo de hielo en el desierto.

Vivimos como si la vida fuera un examen: "¿Y si me equivoco? ¿Y si no gusto?". ¿Por qué no decir mejor: "Si cometo un error, ¡que sea con toda la intención!"? La liberación es inmensa.

La verdadera felicidad no está en los "likes" sociales, sino en sentirse amado por HKBH (es incondicional, así que Él nos ama tal como somos: con nuestras imperfecciones, nuestras bajezas, nuestras voces desafinadas y nuestros momentos de absoluta torpeza humana).

No se trata de ser rebeldes sin causa o de no importarnos absolutamente nada. Se trata de entender que nuestra validez no depende de un jurado externo. Se trata de reconocer que ser auténticas es un arte, no un delito.

Así que la próxima vez que sientan ese impulso de complacer, de impresionar, de ser algo que no son, respiren. Recuerden que son amadas por el Único que realmente importa. Sean valientes, sean auténticas, sean normales.

Porque, al final, ¿qué tiene de malo ser normal si ser normal es ser único en el plan de Hashem?


domingo, 17 de noviembre de 2024

El secreto de la felicidad


¿Escuchaste lo que pasó?

Alcanza con esa frase para que vayamos rápido por ahí, abriendo los ojos y las orejas como platos, para no perdernos ni un detalle. Una bomba, un accidente, una enfermedad... es irresistible las ganas de escuchar esa clase de palabras que van pintando el mundo de negro.

"Oy, ¡cuántas tzures hay en el mundo!", contestamos.

Rabbi Avigdor Miller zt"l enseña justo lo contrario: el mundo que creó HaKadosh Baruch Hu es puro amor, brajá, jesed y rajamim. Lleno de milagros a cada momento.

Entonces, cuando compartimos noticias negativas, ¿qué estamos haciendo realmente? El Jafetz Jaim enseña que hablar negativamente no es solo lashón hará - es motzi shem ra contra nuestro Padre amoroso, Ribono Shel Olam.

El Ietzer Hará es inteligentísimo. Nos susurra: "Es una mitzvá bein adam lejaveró. Todos tienen que saber las tragedias ajenas para sentir el dolor del otro". Pero Rabbi Miller nos advierte que esto es una trampa, porque ¿qué es lo que más ama hacer el Ietzer Hará? Hacer parecer a este mundo como un lugar oscuro, de hester panim.

¿Pero cómo describió HaKadosh Baruch Hu al mundo? "Ki tov meod" - muy bueno. Vivimos en un mundo asombroso que HaShem diseñó para nosotros.

El Rambam enseña en Moreh Nevujim: cada vez que hay una midá de din, la cantidad de jesed y rajamim se multiplica por cientos. Y entonces - como preguntaba yo en mis días de Ayelet Hashajar - ¿para qué creó HaShem el din? Rabbi Miller explica: si todo fuera fácil, lo daríamos por sentado. Nunca apreciaríamos lo que tenemos ni nos sentiríamos verdaderamente amados y protegidos.

El único propósito de la midá de din es hacernos sentir más amados y protegidos por HaShem. Cuanto más vivamos focalizándonos en la brajá, en el jesed, en el rajamim, más felices seremos mental, emocional y físicamente.

HaShem hizo que los buenos pensamientos fortalezcan nuestro cuerpo. Es simple: pensar en positivo nos hace bien. Y más aún: cuanta más positividad salga de nosotros, más positividad HaShem manda al mundo.

Compartamos nuestra luz, no la oscuridad. Cada palabra tiene el poder de iluminar o nublar. HaShem nos creó para disfrutar un mundo lleno de luz.


viernes, 15 de noviembre de 2024

Me pasan cosas que no me gusta que me pasen

Me siento como Borges dictándole a María Kodama. Estoy con los ojos cerrados, sentada a oscuras en un sillón. Le hablo al teléfono imaginándome que soy el escritor, pero en lugar de té, tomo café, pensando en el largo camino de acontecimientos que llevó ese sabor a mi taza. Así disfruto cuando me gustan las cosas que me pasan.

¿Pero qué me pasa cuando me suceden cosas que no me gusta que me pasen? Ahí pierdo un poco el hilo y quedo pendiente de un "está bien, lo acepto, pero no lo quiero".

Rabbi Golombek dice que deberíamos imaginar los percances como una ducha que manda HaShem, una lluvia de jabón y shampoo que te da escalofríos de frío o te raspa un poco con un cepillito de uñas para sacarte la tierra.

A lo que aspiro es que, cuando me suceden ese tipo de cosas, pudiera agradecerlas, entenderlas como empujones de fuerzas invisibles que me guían en un laberinto que recorro a ciegas.

Hace unos días se rompió la computadora donde trabajaba desde hace diez años y no tiene arreglo. Pedí prestada una a mi hijo, se me cayó de las manos y dejó de funcionar al instante. Ayer compartí la computadora de mi marido, ya que yo trabajo de madrugada, pero hoy uno de los monitores dejó de funcionar, y también el teclado.

"Todo viene del amor de HaShem," me dije, "si estas palabras tienen que ser publicadas no habrá nada que pueda evitarlo."

Y ya ven, hay que usar lo que se tiene a mano, en este caso, un teléfono, un sillón y la convicción de que HaShem puede hacer todo lo que quiere, hasta hacerme sentir como Borges un viernes de madrugada.



miércoles, 13 de noviembre de 2024

Una historia de amor


Lo asombroso de los planes de Hashem es que uno no deja de maravillarse cuando los descubre—casi siempre, en retrospectiva.

Por ejemplo, la historia de mi matrimonio supera cualquier guion de Hollywood, incluso uno de Nora Ephron. Todo comenzó el día en que, tras perder unos quince minutos frente al espejo, decidí ser yo misma. La pregunta era: ¿qué zapatos ponerme? ¿Los zapatitos coquetos o mis Converse negras? Elegí las Converse, aunque no combinaban con el grupo de chicas de Belgrano que apenas conocía. Era mi tercera reunión en Sojnut, donde nos preparábamos para un viaje a Israel de dos meses. Ese viaje cambiaría mi vida mucho antes de que yo misma lo supiera.

Ese día, en la reunión, entró alguien nuevo: mi marido, en su versión de diecinueve años. Llegó tarde, cuando ya estábamos sentados en ronda, y yo, con la mirada al suelo, lo primero que vi fueron sus pantalones deshilachados y sus zapatillas, iguales a las mías.

Aquí es donde la historia toma un giro inesperado: años de amistad, de pasar de ser una desconocida a la madre de sus hijos y la abuela de sus nietas. Incluso en la historia hay un flashback, el recuerdo del Bar Mitzvá de un primo, en el que estuve sin saber que la casa en la que se hizo la fiesta (mi primo lo hizo junto a un amigo) sería, durante varios años, la casa de Loreto, mi segundo hogar.

Es divertido descubrir los planes de Hashem porque son sorpresivos. A veces falta paciencia para entender el presente; el guion, como ya dije, se entiende en retrospectiva. El presente es insospechadamente fabuloso, pero tremendamente confuso, tal vez porque todas las escenas se están rodando al mismo tiempo.

A veces, necesitamos parar un poco y dejar que las cosas sucedan. "Naase ve nishma", dijimos una vez en Sinaí.

Seamos un poco como robots, hagámonos los distraídos y simplemente actuemos, chim, pam, pum, sin tratar de entender, aprendiendo a reconocer el amor de Hashem a través de toda la historia.

jueves, 7 de noviembre de 2024

Cómo tomar un café



Esta mañana en el Kav HaBitajón, el Rab Golombeck contó una historia del Rab HaGadol HaGaon Abraham Twerski z"l que hizo que me quedara mirando mi café como si nunca antes hubiera visto uno.

Antes de tomar un café, decía el Rab Twerski a su familia: 

-Déjenme enseñarles cómo disfrutar realmente de un café"-seguía- Antes de beber, me pregunto, ¿de dónde salió? Los granos vienen de Brasil, Brasil. Al otro lado del mundo. ¿Por qué hizo HKBH estos granos? Solo para que yo disfrute tomando café. Después está la leche. Hashem creó una vaca, la vaca comió pasto, y por algún proceso que nadie cuestiona, ese pasto se convierte en leche. La milk viaja kilómetros hasta llegar a los negocios y de ahí a mi mesa. ¿Todo este movimiento? Solo para que yo tenga este placer. Pero esperen -seguía el Rab- falta el agua. ¿De dónde viene el agua? Se origina en el océano, se evapora (porque al agua le gusta dar vueltas), se convierte en nube, llueve y forma los ríos que, después de un tour mundial, traen por unos tubos el agua hasta la canilla de mi casa, donde la pongo en la pava para tener esta sabrosa infusión.

La simjá de sentirse amado por Hashem no es un estado pasivo, es un arte que se cultiva, un ejercicio diario. Es detenerse antes de la rutina, y permitirse asombrarse. Es ese momento de pausa donde todo lo cotidiano cobra sentido.

Es tan simple: cada placer, cada experiencia, cada momento está cuidadosamente orquestado desde arriba. Hay toda una coreografía del universo sucediendo en este preciso instante, solo para que vos y yo podamos experimentar este momento.

No hace falta buscar grandes revelaciones ni momentos épicos. La maravilla está en lo simple, en lo que tenemos frente a nuestros ojos todos los días pero dejamos de ver.

La simjá es ese momento de claridad donde entendemos que no somos espectadores pasivos del mundo, sino el motivo mismo de su existencia. Cada detalle, cada proceso, cada "vuelta" que dan las cosas antes de llegar a nosotros es parte de un diseño preciso y personal.

Esta es la verdadera simjá: sentirse tan amado por Hashem como para creer que todo lo que existe, en toda su complejidad y belleza, está diseñado para mí.

miércoles, 6 de noviembre de 2024


Empiezo diciendo una obviedad: Hashem creó todo. El color rojo, el papagayo, el bus que veo pasar desde mi ventana. No enumero porque infinito al cuadrado. Y es sabido que la única manera de existir es conectarse con el origen. Esa conexión, a veces se ve más débil, qué se yo, algunas naciones penden de una hilacha, pero si miramos a Am Israel, esa conexión es un cordón grueso que jamás se rompe, como un olivo que crece al revés, con sus raíces en el cielo. Jamás nos desvincularemos.

Ese vínculo tan especial con Hashem se manifiesta en Su amor incondicional hacia Am Israel. Esto fue, es y será. Está escrito, sí, pero la diferencia está en cuántos de nosotros realmente sentimos ese amor de Hashem en nuestro día a día. Es como si tuviéramos un regalo invaluable en nuestras manos, pero a veces estamos demasiado distraídos para abrirlo.

Y esa distracción viene muchas veces de afuera. Nuestro mundo actual está inundado de noticias falsas y negativas que nublan lo importante. Los medios, en su afán de lucro, nos han vuelto adictos a la negatividad. Pero un ieudí está obligado a buscar la alegría, a ver más allá de esa niebla oscura.

Por eso todas las halajot fueron creadas para que vivamos nuestra mejor vida. Hoy, a mis 54 años, admiro la sabiduría detrás de cada una de ellas. Son como un mapa detallado que nos guía hacia esa conexión verdadera con Hashem, hacia esa alegría que es nuestra obligación buscar.

Como dice el Rav Golombeck, uno no vino al mundo para cambiar a otros. Uno vino al mundo para cambiarse a sí mismo, para convertirse en un superhéroe con el poder de ver a través de las cosas, hacerlas transparentes y ver "la mano de Hashem" detrás de todo. Y quizás ese sea el verdadero significado de estar conectados: desarrollar la capacidad de ver a Hashem en cada detalle de nuestra existencia, desde el color rojo hasta el bus que pasa por mi ventana.