A la noche surge lo peor de mí: el cansancio y la queja. Las cosas pierden su color. No distingo los grises de las sombras, y cuando la belleza desaparece, prefiero cerrar los ojos y dormir.
A la mañana tomo café en el jardín, rodeada de pájaros con picos amarillos y flores rojas y naranjas. Por entre los racimos de uva que cuelgan de la viña se cuela un rayo de sol que apunta a mi ojo izquierdo y hace que todo cambie de color. En realidad, las cosas cambian de color constantemente según el curso de la luz que las ilumina.
Podría pasarme el día entero mirando. Nunca me aburro. Por ejemplo, ahora observo una paloma que se posó en la cerca y me maravillo de cómo Hashem combinó los marrones y grises que se pierden en un cuello que se torna tornasol.
A veces tengo un glimpse, un flash de comprensión de lo que le pasó a Abraham Avinu, porque es claro que en la naturaleza se puede descubrir a Di-s.
Hablemos del mar, si quieren, de las Cataratas del Niágara, del sauce llorón, de la piedra caliza, del bosque de Yellowstone. Del desierto de Sara.
Y hablando de Sara, no puedo evitar pensar en que segurmente fue nuestra matriarca quien indirectamente guió a su marido por el camino que lo llevaría a una revelación que consideraría propia, como hacen las mujeres sabias que saben cómo sembrar buenas ideas en silencio.
Y hablando de eso, pensemos en las creaciones humanas, que nunca llegan a ser tan bellas como las salidas de la fábrica de la Creación. Nunca un Tesla será más bello que el Aconcagua. Nunca el Taj Mahal se le acercará a los talones del diseño de la via láctea. El sonido de los pájaros nunca se podrá comparar con el ruido de un despertador.
Sin embargo, el arte desempeña un papel en todo esto. No es lo mismo escuchar a la filarmónic de Viena que el ruido del motor del aire acondicionado. Debe ser porque el arte atraviesa al hombre y se expresa a través de él, el ser humano, la más maravillosa de todas las creaciones.
Y quizá es solo cuestión de grados de separación. Cuanto más alejado del origen, más las cosas pierden su esencia. Cuanto más cerca del estado original, la belleza más se expresa.
Y pienso en Dorothy, allá en Kansas, y en las encrucijadas de la vida: Norte, Sur, Este u Oeste. Al final, da lo mismo el punto cardinal , Hashem está en todos lados, por eso, cuando no sé para dónde ir, dejo que lo bello y lo bueno decidan mi rumbo.