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viernes, 14 de marzo de 2025

A ver qué siento, a ver qué pienso, a ver qué hago


El juego se llama "A ver qué siento, a ver qué pienso, a ver qué hago" (ASAPAH).

Las reglas del juego ASAPAH son:

El juego se juega disfrazado.

Se recorren casilleros. Los primeros se saltan jugando, cayendo y viendo cómo todos alrededor reaccionan asustándose cuando el jugador tropieza y aplaudiendo cuando se levanta y da sus primeros pasos. En el casillero cinco comienza el desafío "A ver qué siento, a ver qué pienso, a ver qué hago" cuando se le pide esperar dos minutos para recibir un caramelo. Ahí se pone a prueba la paciencia y la persistencia hasta que los demás obstáculos cedan y le permitan disfrazarse con el saquito amarillo, el sombrerito verde y los zapatos rojos.

A la altura del casillero trece, el camino se desbarajusta y se bifurca en infinitas opciones. Los dados caen sobre el tablero y guían al participante, que aún no comprende del todo hacia dónde se dirige. En ese momento, se presenta el verdadero reto: a ver qué siente, qué piensa y qué hace cuando se cruza con una crítica, una duda, un exceso, una falta, un deseo, un rechazo o una envidia, mientras decide qué disfraz utilizar para enfrentar cada situación.

Al llegar al casillero veinte, sin importar cuál haya sido el recorrido, el jugador se encuentra frente a un espejo y comienza a percibir el disfraz con el que recorrerá el resto del camino. Hasta el casillero cuarenta, el desafío "A ver qué siento, a ver qué pienso, a ver qué hago" se intensifica cuando aparecen el poder, la belleza y el dinero en su recorrido. A partir del sesenta, el jugador carga con muchas capas de ropa, y cada paso lo invita a seguir explorando quién es bajo esos disfraces.

A partir de ahí, el juego se vuelve indescriptible. Cada casillero desprende infinitas reglas que dependen de lo que el jugador siente, piensa y hace, y del disfraz que cambia constantemente. En cada casillero, se pone a prueba la capacidad de reconocer y navegar las emociones y pensamientos que surgen ante cada desafío.

El clímax del juego llega en el último casillero, donde el jugador descubre que debe dejar su disfraz atrás antes de dar el último paso. El último tiro lo saca del tablero.

En este juego, ganan todos.

PD: En Purim hay que tomar hasta no diferenciar a Hamán de Mordejai. ¿Qué significa eso? Que debemos entender que Hashem está detrás de todo y que todos, absolutamente todos, llevamos disfraces.

lunes, 16 de diciembre de 2024

La Mitzvá del Desconcierto

Empezamos las cosas como un juego, pero apenas descubrimos que no sabemos nada de un tema, perdemos el miedo a no saber y nos sumergimos en esas aguas misteriosas que forman cerca del sesenta por ciento de nosotros mismos. El agua no solo es física, sino un símbolo de lo desconocido: territorios internos que permanecen ocultos hasta que las circunstancias rompen sus murallas, como olas que se estrellan justo a nuestro paso, revelando geografías íntimas antes inexploradas.

Todo lo que Hashem pone en nuestro camino tiene un propósito: empujarnos hacia un desafío que nos permita trabajar en nosotros mismos. Si no enfrentáramos esos desafíos, nunca corregiríamos lo que necesita ser corregido. Lo que no controlamos es precisamente ese espacio de lo no explorado en nosotros mismos, territorios que solo se habilitan cuando las situaciones nos golpean como olas, quebrantando nuestras defensas y permitiéndonos acceder a nuestras capas más profundas.

El ego, como dice el Rav Golombeck, es el principal detractor en este camino: el noventa por ciento de las cosas que nos molestan son protestas de nuestro propio ego. Por ejemplo, el ego nos dice que no vale la pena crear canciones para niños si un video no obtiene suficientes vistas. Nos convence de que los números son la medida del éxito y que el esfuerzo solo vale si recibe validación externa.

Pero, ¿y si Hashem nos puso aquí solo para alegrar a un único niño, en alguna parte del mundo? ¿No sería suficiente? Porque al final, el verdadero desafío no es alcanzar la fama ni las métricas, sino superar al ego que busca alimentar su insaciable apetito.

Desde la orilla, el océano parece sucio: la espuma con residuos distrae la vista. Pero si avanzamos y nos dejamos desafiar por las olas, encontramos que más allá de las aguas agitadas hay calma. Y si nos sumergimos, descubrimos un universo oculto que no se ve desde la superficie. Así es nuestra vida: si nos quedamos en la orilla, nunca entenderemos lo que Hashem quiere mostrarnos. Atravesar las olas es parte del trabajo de vivir, es permitir que cada embate rompa algo en nosotros para revelar lo que aún no conocemos.

El trabajo personal es un viaje continuo. Cada paso hacia adentro, cada ola que nos golpea, nos lleva más cerca de esa belleza oculta que, desde la orilla, ni siquiera imaginábamos que existía.

jueves, 12 de diciembre de 2024

Un Chiste Divino


¿Recuerdan esos momentos en clase cuando la maestra gritaba "¡Silencio!" con esa mirada seria, y en lugar de callarse, el aula explotaba en carcajadas? Era como si un virus de la risa hubiera infectado el salón, más poderoso que cualquier intento de control académico.

La ciencia dice que reír es básicamente un cóctel de felicidad que hace que nuestro cuerpo baile de alegría. El cortisol -esa hormona gruñona que nos hace ver todo gris- sale corriendo para otro lado cuando la risa hace acto de presencia.

Me resulta asombroso el plan de HaKadosh Baruch Hu que, al final, es más simple de lo que pensábamos: quiere que seamos felices. No necesitamos doctorados en espiritualidad, solo necesitamos sentirnos amados por Él y soltar una buena carcajada para festejar que la risa sea como un sistema inmunológico disfrazado de comediante.

Hay una historia talmúdica que lo confirma. Rav Beroka estaba en el mercado con Eliyahu HaNavi (cada uno va de compras con quien puede) y le pregunta quién merece la vida eterna. Eliyahu le señala a dos personas aparentemente comunes. Cuando Rav Beroka les pregunta a qué se dedican, ellos responden: "Somos comediantes. Hacemos reír a la gente triste y arreglamos los conflictos con humor". ¡Revelación impresionante! Resulta que hacer reír es un trabajo celestial.

Los científicos -esos señores serios con bata blanca- confirman lo que nuestros sabios ya sabían desde hace siglos: reír es un superpoder. Fortalece el sistema inmune, mejora las funciones del corazón y renueva la mente. Es como un gimnasio para el alma donde cada sonrisa transforma moléculas, une corazones y nos acerca a algo más grande que nosotros mismos.

Qué Torá tan hermosa nos dio Hashem: cuando nos reímos y somos felices, estamos siguiendo órdenes divinas. 

Así que riamos con intensidad, con libertad. La vida es demasiado seria para tomársela tan en serio; celebremos con alegría cada chiste que HaKadosh Baruch Hu comparte con nosotros.



viernes, 6 de diciembre de 2024

Antes de Darme Cuenta


En mi barrio, salir a caminar significa subir o bajar, nunca avanzar en línea recta porque vivo en una montaña. Ayer salí de madrugada, subí la cuesta paso a paso, protestando en mis adentros por el esfuerzo que me costaba. Pensaba en lo difícil del recorrido y en la constancia necesaria para no detenerme, para no dar la vuelta antes de llegar a la cima y tomar el camino fácil.

Apenas vi la cima, sentí cómo los pensamientos se balanceaban hacia lo positivo, la promesa de la bajada se presentaba frente a mi como un oasis en el desierto, esa gota de esperanza cuando ves el final de lo difícil y sabes que se acerca un descanso. 

Ya que durante la subida, registré mis pensamientos y descubrí la negatividad como una de las distintas manifestaciones del cansancio, me propuse prestarle atención a mis pensamientos de bajada para comprobar si cambiaban en algo. 

De la bajada, en realidad, me di cuenta cuando ya había terminado. Iba tan liviana que pude disfrutar del camino, mis pensamientos volaron con los pájaros que cruzaban el cielo naranja en bandada cuando caminé mirando hacia arriba, y con las hojas crujientes del suelo cuando caminé mirando hacia abajo. Estuve un buen rato tratando de adivinar a qué árbol pertenecían y 
antes de darme cuenta me encontré con la de arce, árbol que sólo encuentro en la cima, y así supe que había subido la cuesta.

¿La diferencia? Mis pensamientos que en lugar de anticipar lo difícil del camino, se enfocaban en cada paso que iba dando.

Ver nuestra vida como una montaña: una sucesión de subidas y bajadas y a nosotros como un pequeño barco navegando entre las olas que pasan. 

Porque antes de darte cuenta, bueno, todo pasa. 



miércoles, 4 de diciembre de 2024

Hagamos cualquier cosa

Mollo le dijo a Lalo que Luca, antes de componer, decía: "Hagamos cualquier cosa". Lo cito porque coincidimos en la intención. Me siento a escribir y pienso: cualquier cosa que escriba da lo mismo, siempre y cuando me represente. El resultado no está en nuestras blah blah blah manos.

Es curioso cómo las cosas que salen de mí suelen sorprenderme. Las mezclas que hago –como unir música klezmer con canciones para niños– son cosas que disfruto, pero cuya intención no termino de entender. Supongo que, como a mí misma, mi arte a veces tampoco se entiende.

Quizá voy un poco adelantada o el tiempo está retrasado, pero la música, los escritos y las pinturas que me atraviesan no buscan aprobación. En el fondo, no se trata de gustar, sino de expresarme.

Cuando quise pintar, me inspiré en Warhol. No tanto en su estética, sino en su irreverencia. Pero el ietzer me convenció de que no sabía nada. Terminé estudiando con una profesora rusa de la escuela de Kandinsky, una mujer que pintaba con la precisión de una cirujana y sufría al verme intentar controlar mis manos rebeldes.

Duré un año con ella. Al final, descubrí que mi camino era el contrario: desprolijidad, caos, romper las reglas. Hoy mis obras son monumentos al desorden, a la falta de límites. Si quiero romper la tela, lo hago. Porque en el arte, el error no existe.

Y como el ego del artista se puede domar como a un caballo, yo decidí no medir mi éxito en números. Lo mido en autenticidad, en cuánto de mí misma hay en lo que hago. Pienso en Vincent, Franz, Dickinson, y otros artistas que no encontraron reconocimiento y no quiero sufrir como ellos, lo mejor que me puede pasar es que lo que  hago no le guste a  nadie y que no se entienda.

Quizá por eso, de niña, me encontraban en el balcón o mirando por la ventana, como quien observa el teatro de la vida desde un palco. El arte me da ese espacio: puedo ser espectadora y actriz al mismo tiempo.

Januca es el acto perfecto de este teatro existencial. Encendemos luces que miran hacia afuera, pero nos iluminan por dentro. Es un recordatorio de que todo lo que hacemos –visible o invisible– tiene que iluminar.

Y quizá ese sea el milagro más sutil: saber mirar. Porque cada vez que miramos, en el fondo, nos estamos mirando a nosotros mismos.

lunes, 4 de noviembre de 2024

Soy un Cliché

Mi vida es la representación de esa historia del hombre que sueña con un tesoro escondido detrás de un puente. El pobre soñador viaja, no encuentra nada, y cuando finalmente se recuesta a dormir, sueña que el tesoro estaba en su propio jardín. Como quien dice, dio toda la vuelta para terminar en el punto de partida.

Lo sospeché desde el principio, pero como buena terca, tenía que aprenderlo por las malas: Hashem te pone cerca de lo que te hace feliz, pero nosotros insistimos en buscar en el otro lado del mundo.

Pero uno huye de esas cosas como si quemaran. No sé por qué existe esa fantasía de grandeza, como si quien sale del barrio fuera más valiente que quien se queda. La contracción, el quedarse quieto y en el mismo lugar toda la vida, también implica un gran desafío.

Yo me fui a buscar el tesoro de la felicidad afuera, cuando era un secreto a voces que estaba en casa. En ese trabajo interior que se hace entre cuatro paredes, en esa introspección que solo florece en la quietud. Sí, podés ir a la oficina - el mundo moderno tiene sus demandas - pero hay algo especial en quedarte en casa, en ese espacio donde el crecimiento espiritual y mental encuentra su mejor tierra para echar raíces.

Y hablando de casas, hoy vuelvo a este caserón olvidado a ver si lo ventilo un poco. Me di cuenta de que no estaba escribiendo porque no tenía dónde publicar (la página de Extrañas en el Paraíso decidió mudarse sin avisarme). Así que aquí estoy, abriendo ventanas que llevan cerradas catorce años, curiosa por descubrir cuánto queda de aquella Judi que solía caminar entre estas paredes, y cuánto ha cambiado desde entonces.

Vengo a contar dónde encontré esa felicidad que tanto busqué, y quizás a sorprenderme al descubrir que soy al mismo tiempo igual y completamente diferente a quien era. Como si el tiempo fuera un espejo que refleja dos imágenes superpuestas: la que fui y la que soy.

Quizá tenga suerte y encuentre un tesoro en el lugar que dejé. Después de todo, a veces necesitas dar toda la vuelta al mundo para apreciar lo que siempre estuvo ahí.


Elisheva, Debbie, Malka: mis compañeras del Rimón, ¿se animan a volver a casa? Y Caro, Andi: mis compañeras en Extrañas, que hicieron del paraíso un lugar menos extraño...  Las puertas están abiertas, el mate está listo, y hay historias nuevas para contar.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Si Quisiera Regresar ya no Sabría Hacia Dónde

Apuesto a que ustedes también escucharon año tras año el vort que cuenta que cuando el resto de los pueblos le pregunten a Hashem por qué no les entregó la Torá y las mitzvot a ellos, Él les iba a ordenar construir una sucá y habitar en ella, para luego enviar un sol ardiente que los haría no sólo salir de la sucá, sino destruirla.

La primera vez escuché la historia con respeto, la tercera vez me pregunté qué tenía que ver conmigo, la sexta me maravillé ante la insistencia en el tema y a partir de la decimoquinta me distraje una y otra vez mirando las guirnaldas de la sucá. Nunca me relacioné con el cuento porque no lograba que me importase que el resto de los pueblos renuncien a una mitzvá frente a la primera adversidad

Hasta que entendí que no son solo los otros pueblos, sino también el nuestro y que no habla de otras vidas, sino de la mía.

Es verdad que reconocemos que Hashem es el origen de lo que sucede, pero cuando Su voluntad no coincide con la nuestra, entramos en conflicto. Todo bien mientras la chica venga, no llueva el día del picnic y nos reconozcan en el trabajo, pero cuando nos toca la "mala racha" miramos al cielo y exclamamos… "pero si yo te cumplo las mitzvot" ¿qué está pasando?

Nos convencemos de que el trato se ha roto y que tenemos el derecho de rescindir el acuerdo porque el pacto no incluía que no lleguemos a fin de mes, que alguien nos engañe o nos duela la barriga. Pensamos como señoras de peluquería: que si cumplimos las mitzvot vamos a tener salud dinero y amor, y que si las cosas no suceden como queremos es que el mecanismo se ha descompuesto.

Llego el momento de entender lo que escucharemos en la sucá mientras comemos el pollo relleno: que no hay que hacer de cuenta que trabajamos para Él mientras en realidad trabajamos para nosotros mismos. Que no hay que ser flojitos cuando el sol ésta ardiente, y que no nos comportamos como niños caprichosos que empiezan a destuir lo que los rodea. Aún en lo nisionot nosotros estamos dentro.

martes, 14 de septiembre de 2010

Feliz día del padre (un post en donde bato el record en el uso de la palabra perdón)

Ayer mientras escuchaba el shiur de Ruth Shira se me ocurrieron muchas ideas geniales para un post. Si tan solo hubiese llegado a casa y en vez de sentarme a comer el alfajor que me regalaron (no se ilusionen porque no pienso revelar mi fuente) me hubiese sentado a escribir las palabras que tenía en la cabeza, ahora estarían leyendo algo sumamente revelador y trascendente que los hubiese inspirado hasta para seguir con la dieta que empezaron el lunes.

Pero en cambio están leyendo esto. Igual quédense un rato, a ver si entre todos logramos sacar alguna idea. Total serán solo unos minutos que igual perderían en facebook o en twitter o en tumblr o en algún otro blog que muestra fotos de mascotas.

Les voy a resumir un poco la cuestión y, Ruth Shira, por favor corrígeme si me equivoco, porque aunque me viste mirar atentamente el gráfico de la pared, sabes que tengo un límite.

En la clase se hablaba de los tres tipos de relaciones en las que es propicio trabajar en el mes de Tishrei: con uno mismo, con el otro y con Hashem, relación cuyo momento culmine, por supuesto, es Iom Kipur, día en el que debemos entregarnos íntegramente a Hakadosh Baruj Hu.

Pero yo me quedé un paso más atrás en la clase, o más bien dos pasos, o si (no me dejan pasar una), tienen razón, me quedé absolutamente retrasada, pero debo decir que fue por culpa de una nube turbia de pensamientos que secuestraron lo que hay dentro de mi calavera y que se limitan a reproducir sin pausa una cantinela o una diatriba o como prefieran llamarlo, que como una niña recitando en el acto del colegio, enumera todo lo que he hecho mal durante el año.

Es que en estos días hay que hacer teshuvá ¿escucharon algo al respecto? ¿qué me dicen? ¿ustedes por dónde andan? Yo ando marcha atrás porque cuando ya estamos a punto de cruzar la meta, yo estoy volviendo al inicio donde todavía no han bajado la bandera. Es que empecé a revisar todo lo que Hashem va a tener que perdonarme, y eso me hizo recordar que en la relación con el prójimo Él no puede perdonarme nada que no haya sido perdonado por la persona afectada, pero de eso ya hablé el año pasado, y aunque el público se renueva, no vale la pena que repita lo que está escrito en el post de abajo. Así que avancé un poco en mi retroceso (qué linda paradoja) hasta el punto de darme cuenta que Hashem no va a poder perdonarme nada que yo no me haya perdonado a mi misma.

¿Van a estar de acuerdo si ahora digo que esto es muy difícil o van a venir a decirme que nada que ver y que es cosa mia? Porque yo creo que el daño que nos hacemos a nosotros mismos es de la peor calaña. No podemos con la idea de ser tan humanos, de fallar, de equivocarnos. No podemos perdonarnos no ser perfectos y no podemos superar las veces en la que salió al mundo nuestro señor Hyde. Y así seguimos ligados a esas trasgresiones, seguimos estancados. Yo creo que deberíamos trabajar primero en eso.

Y para todas las que estuvieron ayer en la clase, si fue Sartre el que dijo que el infieno son los otros, y porque el que calla otorga, como no lo dije ayer lo digo hoy: no estoy para nada de acuerdo. Todavía es peor que eso, el infierno puede estar mucho más cerca

lunes, 13 de septiembre de 2010

Con el corazón en la boca (o ¿por qué publicamos nuevamente este post? -para hacer bajar el del ayuno que ya terminó hace rato)

A los ocho años me peleé con mi vecina porque no quise darle lugar en mi escritorio para su cuaderno de matemática, la terminé echando de mi casa y gritándole “corta mano corta fierro” mientras se subía al ascensor. A los quince me peleé con mi mejor amiga por lo mismo que se pelean todas las chicas a esa edad y después de una charla infantil en un banco de plaza, la vi alejándose para siempre por la esquina de Corrientes y Pringles. Hasta los dieciocho me peleé con mi hermana por el lugar en la mesa, por el secador de pelo, por cerrar o por abrir la puerta y por cualquier otra cosa que siempre representaba lo mismo. También me peleé con una amiga porque se hizo religiosa y con otra porque no se hizo, con un jefe porque guardé una carpeta en el cajón equivocado y con una desconocida que me vino a decir que mis hijos hacían ruido.

Yo no sé si son reales muchos de estos recuerdos, porque a veces uno sólo se acuerda la historia que se cuenta a través del tiempo, pero sea como sea, lo que sí sé es que a ninguna de estas personas les pedí perdón. Y de eso estoy bien segura, porque pedir perdón es un acto heroico, y un acto heroico nunca se olvida.

No les voy a decir lo que ya saben, no les quiero repetir que respecto a las trasgresiones bein adam leJaveró (cometidas contra personas) no hay teshuvá que valga. Que uno puede afligirse en su corazón todo lo que quiera, pero si no le pide perdón a la persona perjudicada, ese arrepentimiento no sirve para que se borre la trasgresión de nuestra cuenta.

Lo que quiero preguntar es por qué, a pesar de saberlo, elegimos (por única vez) quedarnos callados. Uno preferiría que le dijesen que se aplique veinte azotes, haga dos días de ayuno o recite diez viduy, a que nos pidan enfrentarnos a nuestro prójimo para pedirle perdón.

Ya vendrá alguien a decirme que esto no es verdad y que durante estos diez días de teshuvá lo más normal es escuchar a la gente diciendo: “perdón por cualquier cosa que te haya podido hacer” “perdón por si te ofendí en algo”. Pero yo no me estoy refiriendo a esos casos sin sustancia. Me estoy refiriendo a ese caso específico en el que ahora están pensando.

Y ese es el perdón difícil de decir, ese es el perdón que se queda atorado en la garganta y que no quiere salir. Lo que tenemos que saber es que no hay otra forma de hacerlo: hay que golpear una puerta, poner el corazón en la boca y decirlo.

lunes, 6 de septiembre de 2010

No encuentro mi artzeinu (para seguir desinspirando)

De niña pensaba que los problemas se resolvían dividiendo treinta manzanas entre seis niños, entregándole la tarea a tiempo a la maestra y pidiéndole a mi papá zapatos nuevos. No había mucho más que estudiar la tabla del seis y comportarse como una niña buena para que la vida fuese como uno quisiese que fuera. Causa y efecto: el que toma toda la sopa, crece sano y fuerte.

Con los años la (ilusa) ilusión de que las cosas siempre tienen solución se fue evaporando. Crecer en la época de la dictadura debe haber contribuido para que mi visión pasase sin escalas del blanco al negro. De golpe me encontré confundida por un mundo en donde alguna gente se divorciaba, otros ganaban la lotería, algunos se enfermaban y otros construían una casa en las Bahamas. Lo que no te toca hoy, te toca mañana.

Ladies and gentleman, ahora me toca confesar que a pesar de los años, la experiencia y la teshuvá definitiva, según el día, el estado de mis hormonas y los carbohidratos consumidos, sigo creyendo que así o asá.

Si me porto bien, hago toda la tarea y me lavo los dientes antes de ir a dormir, Hashem va a darme todo lo que yo quiera. Esos son los días en los que me pongo de pie ansiosa hasta llegar a shemá koleinu para exponer mi lista de pedidos que deberán serán respondidos porque ayer doné 180 shekels para vaad harabanim.

En la etapa "a ver quién paga el pato" camino por un campo minado, aterrada por el destino de la próxima bala, aliviada cuando mis cartas son buenas pero aplacando la culpa por estar bien anticipándome en la angustia para cuando esté mal.

Ustedes que me están mirando por la pantalla, ya se habrán dado cuenta de que mis dos versiones fallan en el mismo punto: El papel que Hashem cumple en mi vida. En la primera, yo puedo controlarlo, Hashem está ahí para servirme y para cumplir mis deseos porque ¿quién mejor que yo para saber lo que me conviene? En la segunda, no me hago cargo de nada porque las cosas simplemente pasan, Hashem sabrá por qué lo bueno y por qué lo malo, pero yo no tengo nada que ver con eso y este mundo no es el lugar para entenderlo. Asi que una de dos, o yo controlo a Hashem, o Hashem me controla a mi.

Hacia el final del post podría ponerme a dormir en los laureles porque después de todo, está en el aire en estos días, en las clases que se escuchan y los artículos que se leen. Sólo con escribir frases como: "coronar al Rey" "despertar con el sonido del shofar" y "aceptar que estamos en el mundo para servirlo" sacaría las papas del fuego, pero la verdad es que no tengo en claro nada de esto. Lo máximo que me atrevo a decir es que espero llegar a Rosh Hashaná un poco más ubicada. Entendiendo cuál es Su lugar y cuál es el nuestro.

martes, 10 de agosto de 2010

Desde una caldera urbana (un post desinspirador)

¿En serio? ¿después de tres semanas en las que el mercurio batió records? ¿después de haber estado encerrada con un enjambre de niños salvajes parecidos a los mios? ¿Después de días y noches en los que me viste ordenando palabras en cajas de texto, ejecutando los copy paste, los send to back y los bring foward que deberán pagar la cuenta del psicólogo si sigo en este ritmo?

Seriously? Si ni me acuerdo de cómo era mi vida antes de esto a lo que sarcásticamente llaman vacaciones. Si recién acabo de cerrar la puerta después de entregar a mis hijos al sistema educativo.

¿Ve emet? Si no se puede negar que por hache o por ve muchas colapsaron y están en la misma que yo. A las pruebas me remito y trascribo las frases que las delatan. Por ejemplo Debbie (escribiendo mails desde un iPad que se le adelanta en el tipeado y le cambia las palabras): "iguana la estamos pasando bien" "ya tengo Hamas de volver a la rutina". O Jannah (dudas halájicas): "estaba diciendo que las cucarachas son horribles y me quedé petrificada frente a la duda de si está permitido hablar lashón hará de las cucarachas". Y Andi: (aparenciendo en Skype con frases para títulos de post) "somos mamás de moldes" y " las migas del muffin hasta el fin". ¿No nos merecemos una prórroga?

Davvero? ¿No te di suficiente lástima? ¿ni siquiera al notar mi desesperación porque cuanto más me alejo más se acerca? Si esta vez hiciste que aparezca como salido de la galera, yo ni llegué a escuchar abracadabra. ¿A mi me parece o esta vez no contamos 365 días entre este elul y el del año pasado?

真的Ahora parece que estoy hablando en chino. Mejor lo digo en criollo: ¿No lo dejas pasar? Solo por esta vez. Todavía no estoy lista para enfentarme a la teshuvá, la tefila y la tzedaká. Estoy como desincoronizada, en kislev digamos. Hacé que hoy sea feriado, el día de la independencia. Sólo para descansar un rato, un día de no hacer nada. Si sabés que siempre llego preparada, que soy de las que saca las llaves tres cuadras antes. Pero hoy no. Rosh Jodesh Elul, por favor, mañana

jueves, 22 de julio de 2010

Somos siempre las mismas

En este momento me pregunto qué pensarán ustedes acerca del post que están a punto de leer. ¿No es verdad que al leer un título uno piensa que ya sabe lo que le van a decir? Por ejemplo, sé que Andi leyó "somos siempre las mismas" y enseguida supo que yo iba a comparar a la niña que fui con la mujer que soy en la actualidad para concluir que a pesar de ser adulta y poder quedarme despierta hasta la hora que quiero, justamente la hora en la que quiero irme a dormir es la misma en la que mis padres me obligaban a acostarme. Y Andi podría haber tenido razón, lo hubiese dicho.

O Yami, que cuando leyó "somos siempre las mismas" pensó que este sería el relato del cumpleaños de Debbie en Lattecini y en una milésima de segundo pasó de la indignación a la resignación de tener que leer ese título el día que ella no vino. Y Yami podría haber tenido razón porque yo le había prometido esa crónica titulada "todas menos una" (fetuccini y ravioli, bla bla, todavía te debemos el regalo, bla bla, la moza cantando el feliz cumpleaños en castellano, bla bla y adiviná quién comió pescado después de habernos atiborrado a pescado en los nueve días).

Y Margalit, que leyó "somos siempre las mismas" y pensó que hablaría de nuestras neshamot frente al monte Sinai. O Jannah, que se dijo a sí misma "ya era hora de protestar porque siempre sean las mismas las que comentan en el blog". Y si, también podrían haber tenido razón.

Pero no. Lo que voy a decir es que eso mismo hacemos con las mitzvot: aprendemos el título y seguimos adelante. Por ejemplo: si el título de la mitzvá es "alejarse de la falsedad", no profundizamos y cuando nuestro hijo nos pregunta si nos gusta su dibujo, le contestamos que ese mamarracho enmarañado no parece una casa con jardín y que se olvide de ser Picasso. Porque la Torá nos obliga a decir la verdad.

Si el título es: "visitar al enfermo" caemos de sorpresa a la hora de la siesta y aprovechamos para resolver algunos temitas de trabajo por teléfono mientras nos comemos los chocolates con la inscripción "que te recuperes pronto". Porque la Torá nos obliga a visitar al enfermo.

Y no me atrevo a hablar de las atrocidades cometidas bajo los títulos "corregir, corregirás a tu compañero" o "lashon hará letoelet" porque todos las hemos sufrido y conservamos las heridas.

Así que al final era esto: que somos siempre las mismas interpretadoras de títulos, que no vamos más allá porque ya sabemos todo y... aquí me detengo porque ya saben el resto.

viernes, 9 de julio de 2010

La jaula en el suelo

Quería contar la historia de nuestros pajaritos, quería contar todas las teorías que desarrollé cuando la jaula se cayó y la pájara se escapó por la ventana perdiendo plumas en el camino. Quería contar que el pájaro se quedó estático en la hamaca invadido por sentimientos desérticos. Quería contar que por culpa de mi culpa (mala dueña de tortugas y peces) me equivoqué y dejé que el miedo a que la jaula se vuelva a caer me hiciese dejarla en el suelo.

Quería contar que el pájaro que quedó solo no comía ni cantaba y que mi yo sabelotodo decía que era porque un hombre no puede sin una mujer y que mi yo melancólico me corregía señalando que viceversa porque lo mismo le pasó a la pájara pinta de Maria Elena. Quería contar que si no aparecía mi yo práctico y me sacaba tantas tonteorías ese pájaro hubiese muerto.

Quería contar que lo único que había que hacer era volver a poner la jaula en el lugar desde donde se ve el árbol y se percibe el aroma a tierra húmeda del rocío. Quería contar que había que salir a comprar una pájara nueva.

Quería contar la historia de nuestros pajaritos para compararla con la nuestra. Quería compararla con las situaciones en las que nos quedamos esperando que vuelvan los pájaros que se nos han escapado. Quería contar que los miedos hacen que dejemos la jaula en el suelo. Que nos veo trabados en nuestros problemas cuando la solución está cerca. Quería contar que a veces basta con ubicarse un poco más arriba, a donde llegue la luz y desde donde se vea el cielo.

lunes, 28 de junio de 2010

Todos tenemos una doble vida (o algún día voy a dejar de poner títulos de canciones)

Hoy sería el día perfecto para volver a mi infancia, pero no a un día cualquiera; quisiera aparecer en alguno de los días en el que me tomaba un helado camino a la plaza jugando a terminar el vasito mediano antes de llegar a las hamacas. Ustedes se preguntarán por qué no me compro un cucurucho en la esquina y me dejo de tanto rebusque metafísico, y la respuesta es que no es tan fácil porque ser una mujer adulta religiosa no combina con comer un helado camino a ningún lado.

Ya sé que a esta altura la mitad de los lectores se habrán retirado indignados ante esta declaración extremista, y la otra mitad estarán imaginando lo que me podrían decir en los comentarios si superaran la pereza de escribir tres líneas y presionar enviar, pero también estoy segura de que unos pocos me entienden y saben que lo que digo es un dilema diario al que nos enfrentamos los baalei teshuvá: preguntarnos si lo que nos sale naturalmente, o mejor dicho, hacer lo que se nos viene en gana, encaja en la vida que llevamos

Tenemos un bagaje cultural que aflora incentivado por resortes misteriosos y que nos deja tambaleando entre lo que somos y lo que hemos sido. Quisiera dar un ejemplo pero no se me ocurre ninguno. Bueno, en realidad si se me ocurre pero no quiero darlo para no ponerme en evidencia. Pero la verdad es que es tan exacto para explicar la idea…. ¿ven? a esto me refiero: Un eterno dilema.

Ya que insisten voy a decirlo sólo con fines constructivos: El mundial 2010. ¿Cómo una mujer religiosa va a hablar del mundial? No encaja, suena raro, está mal visto. No puedo llegar a una jatuná y hacer un chiste: "la Messi está servida" o "desde ahora el diario Clarín debería llamarse Vuvuzela"… ¿se imaginan? quedaría descolocada.

Pero ese tampoco es el conflicto Porque ¿a quién quiero engañar? Si Hashem sabe exactamente cuántos minutos malgasto pensando en la formación de Argentina ¿ante quién tengo que disimular? Lo que genera conflicto es no saber si uno queda atado a esas cosas por rebeldía, como una manera de mantener un pie de cada lado e intentar no perder nada.

¿Les conté que cada año, hacia final del verano en mi barrio corría el rumor de que la heladería Cachito no iba a abrir al año siguiente? Eso me hizo comer muchas veces el "último helado Cachito de mi vida" y de una u otra manera, todavía lo sigo haciendo, porque sigo apegada a muchas cosas por miedo a que no vuelvan, solo reteniendo esos "cachitos" de mi vida.

viernes, 18 de junio de 2010

Instrucciones para subir una escalera

El otro día estaba escuchando una discusión entre mis hijos en la que el única estrategia de uno de ellos era simplemente repetir todo el tiempo "¿ma kesher? (¿cuál es la relación?)". Ya saben cómo es cuando uno está lavando los platos y no quiere involucrarse en una pelea infantil, que uno hace de cuenta que no pasa nada, y busca desviar la atención. Así que yo dejé que una cosa me llevase a la otra y que la cadena de asociación mental se libere (ayudada por el efecto emulsionante del detergente) pasando del "¿ma kesher" a "Mc Esher" y de allí al recuerdo de mi época universitaria, cuando en la clase de Morfología nos pidieron crear un stand de exposición y yo elegí representar una maqueta con las famosas escaleras imposibles de Mc. Esher.

No quiero dar por hecho que no conocen el dibujo, ni aburrirlos con detalles técnicos, pero si no explico ahora el atractivo de esa ilustración, después una amiga se va a hacer pasar por anónima en los comentarios para decirme que no se entiende lo que escribo: El dibujo representa a unos monjes en unas escaleras que suben y bajan sin llegar a ningún lado. No sé cómo el dibujante habrá logrado ese efecto, pero lo que yo ideé fueron unos escalones que subían unos centímetros en ángulo recto y que en el transcurso del peldaño sutilmente iban perdiendo la altura ganada hasta volver a la declinación original para crear la ilusión de ascenso en el próximo escalón

Todavía el día de hoy sigo indignada ante la nota que recibí por un trabajo tan fantástico, así que no pude evitar volver a caer en una disertación imaginaria donde yo expongo una variedad impresionantes de argumentos que convencen al despiadado profesor cuya ocupación actual debe ser darle de comer a las palomas. Pero apenas noté a dónde ese peregrinaje de pensamientos me había llevado, primero me asusté de mi misma y después atrapé una idea espeluznante que se me cruzó en el mismo momento en el se me rompía un vaso de Ikea

¿Y si yo soy como mi stand de exposición? me pregunté espantada ¿si creo que voy subiendo pero en realidad siempre estoy en el mismo lugar? ¿Si cada impulso espiritual sólo me eleva por un instante para irse perdiendo con el tiempo? ¿si la inspiración se desliza en peldaños resbaladizos? ¿si al final de la escalera me doy cuenta de que estoy al pie?

Mientras recogía los vidrios rotos pensaba que si los escaladores se atan a una soga para no caer al vacío, yo debería atarme con más fuerza para mantenerme ante cada avance espiritual . Y menos Mc. Esher y más kesher, más kesher

viernes, 11 de junio de 2010

Disculpe, creo que es su turno

Todavía no entiendo las reglas de los turnos en Israel. Aquí acostumbran a pedirle al último de la cola que cuide el lugar, algo que en Argentina sería ridículo y desconsiderado. Por ejemplo, uno llega al banco, hace media hora de cola y justo antes de ser atendido, viene alguien e indica que ese puesto es suyo. O en los supermercados, la gente deja los carritos y va terminando de hacer las compras mientras el carrito le cuida el lugar en la línea de espera. Al principio yo intentaba defender mi posición con discursos que incluían muchas veces la palabra “injusto” pero con el tiempo me resigné a ese absurdo y en vez de protestar, ahora sólo dejo que la situación me saque de quicio.

Por eso el otro día empecé a ponerme nerviosa en la clínica cuando me di cuenta de que la señora que tenía un turno posterior al mío había subido última al ascensor, quedando yo en el fondo y ella a lado de la puerta.

No se si les dije que lo que muchas veces pasa es que aunque se tenga un turno a las 8, si la persona citada a las 8.15 llega antes, pasa primero. Así que allí estaba yo hiperventilando en un ascensor asfixiante: Ella baja primero, llega a la ventanilla de recepción antes y por lo tanto me saca el turno.

No soy del tipo de personas que se pone a dar codazos para pasar, más bien soy del tipo que se pone a analizar por qué una situación tan intrascendente le preocupa tanto, y como al final, en esa sala de espera tuve mucho tiempo para pensar, llegué a la conclusión de que el problema que tengo con esa clase de injusticias tiene un solo origen.

Porque antes, mucho antes de los cuarenta minutos de caminata que hoy me separan del kotel, antes del I love Israel, cuando todavía andaba aturdida por Castaneda y Gurdjieff, aprendí la importancia de la presencia conciente y no hace falta que les explique a qué me refiero, porque por culpa de Chopra todos conocen la teoría de vivir aquí y ahora. Repito, aquí y ahora.

No me animo a decir que es un método traidor, no porque no lo crea, sino para evitar conflictos, así que lo que diré es que seguramente lo aprendí mal dejando que ese malentendido me llevase exactamente al lugar del que quería salir.

Porque de tanta presencia conciente ahora asumo que siempre es mi turno. Lo que yo creo, yo pienso y yo siento es lo único que existe. Pero eso está fuera de sintonía con la realidad, más bien es como si fuesen mundos paralelos. Si las cosas sólo pasan por uno, uno no pasa por las cosas.

Ir de adentro hacia afuera es ir a contramano. Aquí y ahora sólo tenemos que dejar lugar para que Hashem entre en nuestra vida y estar uno ocupando la puerta es como echarlo, porque Él sólo entra en donde lo invitan y les aseguro que apenas nos corremos un poco y le hacemos lugar, nos damos cuenta de que los números ya habían sido dados, que todos los turnos están ordenados.

viernes, 4 de junio de 2010

Es una pavada celestial (o crimen y castigo)

No saben lo contenta que estoy, a pesar de que el día pintaba mal, porque sin cafeína en sangre tener que firmar malas notas del colegio es solo un augurio de otro día mirándome al espejo preguntándome si es necesario que se noten en la cara las cosas que me han pasado.

Pero al abrir el blog exclamé: “maldición, va a ser un día hermoso”, porque de golpe supe que hoy podría decir lo que llevo quince mil palabras en Word intentado expresar, una idea que tengo atorada en la luneta y que hasta ahora solo logré liberar de a retazos hechos cenizas.

Así que a todos los que en estos días pensaron que estaba como una cabra cuando me escucharon decir que la inteligencia está sobrevalorada y que hay que navegar por la superficie de las cosas, les pido que tiren esas frases al recycle bin de la memoria y me den una nueva oportunidad para explicarme.

Lo que en verdad quería decir es que creo que la inteligencia está sobrevalorada y que hay que navegar por la superficie de las cosas.

Intuyo que todo surge de un mal entendido: que lo serio es lo profundo, que lo espiritual es angustiante y que estamos en el mundo para soportar el sufrimiento. Saben bien de lo que hablo, de esa vocecita interna que nos repite todo el tiempo “te has portado mal y mereces ser castigado”.

Pero eso no es Judaísmo, eso es vivir equivocado y confundir lo espiritual con lo espiritista. La oscuridad del pensamiento nos hunde y en las profundidades solo se puede tocar fondo. Para elevarse es necesario ir liviano.

Nos esforzamos demasiado para que todo resulte cuesta arriba (y que nadie vaya a pensar que nuestra vida es fácil) pero así lo único que hacemos es interferir en los planes de Hashem. Y no estoy hablando de las cosas que caen por su propio peso, estoy hablando de que al llevar cada cosa a la zona oscura nos privamos de disfrutar la luz que Hashem nos envía por su intermedio.

Es una herejía decir que está mal estar bien. La ausencia de Hashem sólo existe en nuestra imaginación. Todos conocemos el verdadero nombre de la tristeza, así que dejemos de reverenciarnos ante ella porque lo único que quiere es destruirnos.

lunes, 31 de mayo de 2010

Para demostrar qué previsibles somos las mujeres

Yo sé que el blog está raro pero hasta que Jannah no vuelva para darnos un zarpazo de santidad y Debbie no regrese con sus videos para darnos ganas de cocinar, tendrán que seguir conformándose con estos post que hago aparecer como conejos que salen de la galera.

En media hora tendré otra de las “salidas de amigas”. Ya saben que a nosotras cualquier excusa nos da un motivo para salir a comer y dejar a nuestros maridos a cargo de la casa en la peor hora, cuando hay que bañar, dar de cenar, contar cuentos y meter en la cama.

Y muchas veces conté la crónica de esos encuentros, pero la verdad es que me daría vergüenza hacerlo una vez más, así que en estos quince minutos que me quedan libres voy a hacer el experimento de contar lo que creo que va a pasar, para demostrar o desmentir cuán previsibles somos las mujeres.

Nuevamente usaré nuestros nombres clave para preservar el anonimato de mis amigas (que no tardarán en descubir qué número les ha sido asignado).

Tres, cinco y seis van a llegar tarde. El resto perderemos diez minutos eligiendo mesa. Empezaremos a mirar el menú sin prestarle la menor atención y el mozo vendrá varias veces a preguntar si ya hemos elegido. A una le costará decidirse porque no tendrá hambre. Dos pedirá ensalada. Tres un café y cuatro lo mismo más una torta. Lo que va a pedir cinco, me cuesta adivinarlo porque depende mucho del día que haya tenido. Seis cualquier cosa menos ensalada porque la tiene cansada y siete todavía no lo decidí pero siempre termina ganando mi adicción al café.

Después vamos a empezar por temas superficiales, pasaremos de la ropa a los zapatos para detenernos un rato en las pelucas. Siete haré el chiste de que estamos cortadas todas por la misma tijera, cinco dirá que en este momento no está nada “peluquera” porque afloró su parte bohemia. Uno va a pedir opinión acerca de su peluca nueva, y dos va a comentar los pormenores de su nuevo corte, a tres no le importa el tema así que se concentra en la gente de la mesa de al lado y cuatro va a estar muy callada porque sabe que tiene el mejor pelo. Seis va a decir que nunca se sintió tan cómoda como con aquella pelirroja y siete voy a contar el despropósito de haberla usado durante la última tormenta de arena.

Después hablaremos un rato en serio, pero yo sobre temas serios no escribo, así que hago un salto al momento en el que cortamos abruptamente la cuestión profunda con un comentario acerca de la comida. Analizaremos el lugar, el ambiente y la atención. Una dirá que allí la llevó su marido en la primera cita, cuatro dirá que con lo poco que sale la tendríamos que haber llevado al Ritz, dos y cinco estarán encantadas del nuevo descubrimiento tan cerca de casa y tres dirá que le gusta porque es al aire libre rodeado de naturaleza, seis pedirá que la próxima viajemos a tel Aviv a cenar frente al mar y siete seguiré defendiendo que la mejor comida es un bagel.

Dos dirá que uno de sus hijos está incontrolable y el resto le diremos que es normal y que se vaya acostumbrando. Le pediremos a cuatro consejos médicos, a tres consejos de educación y a una de cocina. Seis y siete, que quedamos en extremos opuestos de la mesa hablaremos a los gritos del proyecto de diseño y cuatro contará historias graciosas sobre cosas trágicas.

Y después nos reiremos de cualquier cosa un rato y empezaremos a hacer la cuenta. Cero tendrá ganas de sumar y dividir lo de cada una, pero resignada y a regañadientes seis utilizará la calculadora de su teléfono y pondrá la cuenta en orden y todas diremos que fue una locura volver tan tarde porque mañana nos va a costar levantarnos.

viernes, 21 de mayo de 2010

En vivo y en directo

Me pregunto si podré escribir un post en seis minutos. Seis y cincuenta y siete es el horario de encendido de velas. Ahora son las seis y cincuenta y uno. Si no posteo algo este blog va a terminar pareciendo una recopilación de los “mejores momentos del año”. Voy a escribir en vivo y en directo, aunque sea con exceso de faltas de ortografía y escasez de coherencia.

Seis y cincuenta y uno: ¿con qué empiezo? Con lo primero que se me viene a la cabeza: “Qué ricas estaban las tortas de queso”, no me parece que vaya a poder decir mucho más acerca del tema. Mejor intento con lo segundo: A nadie le importa lo que le pasa al otro. Sólo nos importa lo que nos pasa a nosotros.

Seis y cincuenta y dos: Si una amiga nos cuenta sus angustias, lo único que respondemos es “a mi también me pasa” “a mi una vez me pasó” o “eso no nunca me pasaría”. Si su hijo está enfermo, nuestro hijo está peor. Si su día fue difícil el nuestro fue un infierno. Y aunque no lo crean, ya pasó otro minuto y tengo que seguir adelante.

Seis y cincuenta y tres: Sin embargo nos interesa muchísimo lo que le pasa a la gente con la que no tenemos relación. Espiamos el facebook de nuestros compañeros de primaria con una precisión detectivesca y vemos las álbumes de los amigos de los amigos aunque no tengamos ni idea de quién es esa persona en la foto en Roma. Y si me dicen que eso ustedes no lo hacen, no podrán negar que por lo menos leen un blog en donde una desconocida les cuenta intrascendencias como si tuvieran la importancia del descubrimiento de la vacuna contra la rabia.

Seis y cincuenta y cuatro: Pero eso si, en cuanto nuestros maridos nos quieren explicar algún tema de su incumbencia, ponemos el automático del los “si, ajá, claro, te entiendo”, y tenemos la audacia de ofendernos cuando reclaman nuestra atención en la mitad del relato porque nos pescaron mirando el reloj de reojo. “Pero si te estoy escuchando”, le decimos y repetimos la última frase, como si a esta altura alguien se dejase engañar por ese truco.

Seis y cincuenta y cinco: Si no me creen, hagan esta prueba que yo intento muchas veces: cuando estoy contando algo que a mi me parece interesante, en la mitad del relato provoco una distracción y me desvío del tema esperando que mi interlocutor pida la continuación del cuento. Nunca lo hacen.

Seis y cincuenta y cinco: Hay un capítulo en el libro “positive word power”, en el que justamente habla de esta tendencia a ser auto referentes (mirá quién habla). Allí explica cómo la comunicación real se ve interferida por la competencia y el egocentrismo. Cómo cada charla en vez de ser una experiencia enriquecedora, es un ping pong de yoes.

-Porque yo esto

-porque yo lo otro

-Porque yo lo de más allá.

Seis y cincuenta y siete: Ya sé que no puedo generalizar, porque es verdad que hay actos increíbles de jesed, y hay gente que genuinamente se interesa en el otro y también Angelina va Dafur, pero todos sabemos lo difícil que es encontrar al alguien que nos escuche y gracias a eso se hicieron millonarios los psicólogos. Se les paga para eso. Y hablando de psicólogos, mi tiempo ha terminado y como suele suceder en esos caso, sin resolver el tema. Nos vemos en la próxima sesión. Shabat Shalom para todos.

martes, 18 de mayo de 2010

Que suene la música (no es un déjà vu, es el post de hace dos años)

Las últimas semanas han sido de una intensidad única. Hannah propuso un trabajo tan exhaustivo que llegaré a Shauvot mucho más cansada de lo que llegué a Pesaj. En estos días he intentado ser una heroína, reinar sobre mis emociones y ser inspiración para los otros. He salido al campo para admirar la majestuosidad de la creación, le he agradecido al portero por su trabajo y he reciclado papeles y botellas. Algunos días no me fue muy bien, porque dejar de quejarme, o resignar la última porción de pizza, para mí requiere un esfuerzo sobrehumano. Sin embargo, otros días me divertí intentado caminar de manera erguida, y a la vez no parecer arrogante, o reconociendo mi grandeza y mi insignificancia al mismo tiempo.

A pesar de que todo lo hacía (religiosamente) día tras día, no podía evitar preguntarme para qué. Y la respuesta apareció en el libro “Living Inspired”. Allí el Rab Tatz trae una hermosa alegoría en donde compara la cuenta del omer con una experiencia musical. La música es la perfecta armonía de elementos individuales que se combinan para lograr una nueva entidad. El efecto no puede ser logrado sin tocar cada nota por separado, y cada una debe haber sido tocada en el momento correcto para que la música resulte. Las partes hacen el todo.

Al contar el omer fuimos construyendo el objetivo. Trabajamos en el proceso, en el camino y no en el resultado que acontece por sí mismo. La Torá nos comanda contar cincuenta días, pero nosotros contamos sólo cuarenta y nueve, porque el día cincuenta, Shavuot, es el resultado que trasciende por sí mismo ya que no es una unidad, es una totalidad que no está en el plano físico. Llega como un regalo, como resultado de la atención hacia las partes que permite que la Kedushá se manifieste.

Cada vez que nos concentramos en el trabajo específico del día, fuimos dando en la tecla correcta para crear una sinfonía. El día cincuenta deberíamos lograr dejar de ser el músico para convertirnos en la música.

Jag Sameaj para todos, nos vemos al pie del monte Sinai.