Empezaste el día pensando que podías hacer algo mejor que lo que se había hecho el año pasado. Llegaste a la oficina y mandaste un email inspirador a los equipos, digno de una charla TED.
Le habías pedido a Hashem que el desafío del día fuese recordarte que no sos vos quien maneja la escena. Que todo es una mímica, como la de Marcel Marceau. La diferencia es que él sabía que lo suyo era un acto, mientras vos a veces creés que sos la que controla el mundo.
Te mantuviste serena incluso cuando sospechaste que una decisión de tus superiores podía complicarte el día. Olvidaste que esa decisión también fue tomada por el Único Superior. Aun así, te dejaste llevar como una hoja flotando en un río calmo, mientras mandabas correos, movías papeles de un lado a otro y te disculpabas con la gente por hacerlos quedar hasta tarde.
Hasta que, sin saber cómo, te encontraste en un remolino, como si la hoja tranquila en el río hubiese sido arrojada a una catarata. Trataste de controlar las paredes de agua que te centrifugaban, y fue entonces cuando perdiste la forma.
Terminaste el día como un muñeco de trapo tirado en la orilla, con la cabeza descosida.
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