En estos últimos dos años las semanas de bein hametzarim fueron raras para mi. Por un lado tengo una enorme necesidad de shiurim más jasídicos que de musar. Tanto "jatati" ashkenazi… no sé, me pregunto si es un truco del ietzer hará para sacarme de la vivencia real de estos días, que debería ser de nostalgia y tristeza por lo perdido.
Y por otro lado, leo textos que intelectualmente me hacen comprender el tema e incluso me hacen derramar lágrimas en el momento. Pero mi cotidiano se sacude como perro mojado.
Ayer pensé que tal vez cuando interpreto como “debería” ser y sentir es cuando caigo en las manos del ietzer (siiii, siempre por el mismo lado, ¡me doy cuenta mientras escribo!) porque me empiezo a alejar de donde estoy realmente para irme al maravilloso mundo en el que mi cabeza piensa que debería estar. Entonces me desconecto y me tropiezo con las paredes de la nueva realidad que acabo de crear yo solita, sólo con mi imaginación.
Hasta que finalmente, a pocos días de Tisha ve Av me doy cuenta que al final estoy a oscuras y perdida y que si, que estoy tal cual pensaba, en la vivencia ashkenazi de la que me escapaba, a oscuras y sin saber cómo volver a mi templo personal.
Y al final el ietzer se ríe a carcajadas de mi, porque me alejé, dude, me enfríe, inventé y construí un mundo imaginario. Y me alejo tanto que en un momento me pregunto cómo llegué hasta ahí
Lo bueno es que todo es un círculo y en el momento en que pienso que estamos más lejos también tengo la posibilidad de acercarme, porque al fin y al cabo siempre estamos volviendo.
A Su casa. A nuestra casa. A ese punto intacto, íntimo y personal. Y la vivencia se hace auténtica. Como dice el rab Ben Itzjak: "Basta una conversación con HaKadosh Baruj Hu para enloquecer de nostalgia, para que esa conversación se transforme en un diálogo abierto".