Tenés problemas para lidiar con la autoridad.
Estés donde estés, hagas lo que hagas,
sabés (por experiencia) que las cosas te salen bien.
Por eso te cuesta bajar la cabeza cuando tus superiores hacen algo con lo que no estás de acuerdo.
Que, en general, es todo.
Te sentís como un soldado que cumple órdenes,
y ya no sabés hasta dónde llegan tus límites.
Te propusiste no opinar, no interferir.
Lo cumplís de maravilla, porque sabés mejor que nadie
que nada entorpece más un proyecto que alguien haciendo lo que se le canta
en vez de lo que le toca.
Pero ayer te equivocaste.
Tendrías que haber puesto un límite,
no permitir que se cometiera una injusticia.
¿En qué clase de mundo Valeria Bauer se queda callada?
No en uno en el que quieras vivir.
Recién ahora lo ves.
Cuando te sentás a escribir una carta de agradecimiento
a quien le diste la orden de cumplir el rol de verdugo
y a diferencia tuya, decidió intervenir.
Porque lo que tiene que pasar, pasa.
Hashem tiene infinitos recursos.
La cuestión es quién elegís ser vos en el medio.
Y ahí empezas a entenderse un poco más
del libre albedrío.
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