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viernes, 14 de marzo de 2025

A ver qué siento, a ver qué pienso, a ver qué hago


El juego se llama "A ver qué siento, a ver qué pienso, a ver qué hago" (ASAPAH).

Las reglas del juego ASAPAH son:

El juego se juega disfrazado.

Se recorren casilleros. Los primeros se saltan jugando, cayendo y viendo cómo todos alrededor reaccionan asustándose cuando el jugador tropieza y aplaudiendo cuando se levanta y da sus primeros pasos. En el casillero cinco comienza el desafío "A ver qué siento, a ver qué pienso, a ver qué hago" cuando se le pide esperar dos minutos para recibir un caramelo. Ahí se pone a prueba la paciencia y la persistencia hasta que los demás obstáculos cedan y le permitan disfrazarse con el saquito amarillo, el sombrerito verde y los zapatos rojos.

A la altura del casillero trece, el camino se desbarajusta y se bifurca en infinitas opciones. Los dados caen sobre el tablero y guían al participante, que aún no comprende del todo hacia dónde se dirige. En ese momento, se presenta el verdadero reto: a ver qué siente, qué piensa y qué hace cuando se cruza con una crítica, una duda, un exceso, una falta, un deseo, un rechazo o una envidia, mientras decide qué disfraz utilizar para enfrentar cada situación.

Al llegar al casillero veinte, sin importar cuál haya sido el recorrido, el jugador se encuentra frente a un espejo y comienza a percibir el disfraz con el que recorrerá el resto del camino. Hasta el casillero cuarenta, el desafío "A ver qué siento, a ver qué pienso, a ver qué hago" se intensifica cuando aparecen el poder, la belleza y el dinero en su recorrido. A partir del sesenta, el jugador carga con muchas capas de ropa, y cada paso lo invita a seguir explorando quién es bajo esos disfraces.

A partir de ahí, el juego se vuelve indescriptible. Cada casillero desprende infinitas reglas que dependen de lo que el jugador siente, piensa y hace, y del disfraz que cambia constantemente. En cada casillero, se pone a prueba la capacidad de reconocer y navegar las emociones y pensamientos que surgen ante cada desafío.

El clímax del juego llega en el último casillero, donde el jugador descubre que debe dejar su disfraz atrás antes de dar el último paso. El último tiro lo saca del tablero.

En este juego, ganan todos.

PD: En Purim hay que tomar hasta no diferenciar a Hamán de Mordejai. ¿Qué significa eso? Que debemos entender que Hashem está detrás de todo y que todos, absolutamente todos, llevamos disfraces.

jueves, 6 de marzo de 2025

Manual de autoengaño para principiantes


Advertencia:

Si te da placer contarle a todo el mundo lo difícil que es ser vos… este manual no es para vos. Seguí sufriendo.
Para el resto: bienvenidos a la realidad alternativa donde todo es bueno, aunque no nos guste.
Paso 1: Hacete invisible
Somos los protagonistas de la película, los superhéroes con el don de volvernos invisibles. Somos un efecto especial. Es más, ni siquiera existimos de la forma en que creemos.
El superpoder también nos permite volver invisibles a los demás, dejando de tomarnos todo de forma personal. Basta de mirar a los otros como si fueran “los culpables” de lo que nos pasa. Eso es Avodá Zará. No existen entes independientes. Somos como hologramas proyectados por Hashem.
Ejercicio práctico:
Cuando sientas que alguien te “hace algo”, cerrá los ojos y repetí:
"No lo veo, no existe, es sólo Hashem esperando detrás de escena a ver cómo reacciono. No me lo está haciendo a mí. Me lo está haciendo para mí."
Después abrilos y tratá de no volver a caer en la trampa. (Spoiler: vas a caer, pero lo importante es insistir.)
Paso 2: Elegí el guion que más te conviene
Si todo es imaginación, ¿por qué no imaginar bien? Podés contarte cualquier historia sobre lo que está pasando.
Podés decir:
"El colectivo va a venir lleno y no voy a poder subir."
o
"Veremos lo que pasa, y lo que pase va a estar bien porque Hashem me quiere."
Una opción te amarga la vida. La otra te libera. ¿Cuál elegís?
Ejercicio práctico:
Cuando veas los platos sucios, en vez de pensar "son unos desconsiderados", pensá:
"Qué suerte que tengo platos sucios en casa, significa que comimos rico. Y qué bueno sería dejar de esperar que los demás sean como yo quiero."
Paso 3: Mentite hasta que se haga verdad
"Pero no lo siento así", decimos.
¡Obvio que no! ¿Quién siente amor y gratitud cuando pisa un juguete en el suelo a las 3 de la mañana? Nadie.
Pero esto no se trata de sentir, se trata de entrenar la mente.
Repetilo hasta que te lo creas. Fake it till you make it.
Hashem me ama. Hashem me sostiene. Todo lo que me manda es bueno.
Repetilo en loop hasta que empieces a ver milagros. (Y si no los ves, seguí repitiendo. A veces el milagro es que dejaste de sufrir.)

martes, 25 de febrero de 2025

Mrs. Good Timing

El otro día conté que, en general, llego temprano a las cosas y a las citas. Pero lo que no dije es que, además de adelantada, muchas veces llego cuando parece que nadie me está esperando. Como si mi función fuera interrumpir el flujo de las cosas para desafiarlo. Y para colmo, lo hago con la urgencia de que no nos queda mucho tiempo.

No nos queda mucho tiempo para trabajarnos a nosotros mismos, el tikún personal hay que hacerlo aquí y ahora. La Gueulá se acerca y, con ella, el libre albedrío tal como lo conocemos dejará de existir. ¿Qué mérito tendrá decir que creemos en la llegada del Mashíaj cuando ya estemos bailando frente al Beit HaMikdash? Ese mérito se lo llevarán quienes lo anuncian ahora, cuando todavía parece una locura, cuando todavía se los señala por hacerlo.

No vendo ideas que no haya probado en carne propia. Yo soy mi propio objeto de estudio, y mis resultados los obtengo empíricamente. El Kav HaBitajón de Rabbi Golombeck me cambió la vida. Me enseñó a confiar plenamente en Hashem, a ver Su mano en cada detalle y a experimentar la tranquilidad que viene con esa certeza.

Probé el superpoder de volver invisibles a quienes me rodean y ver a Hashem detrás de cada uno de ellos. Y me funcionó.

Probé alejarme de la negatividad, enfocarme sólo en pensamientos positivos que me obligan a buscar lo bueno en cada situación y vivo con alegría.

Probé reconocer el amor de Hashem en cada detalle de mi vida y sólo vi bendiciones.

El truco del Ietzer Hará es hacernos creer que Hashem es "malo", que todo lo que nos sucede es un castigo y que las cosas negativas son pruebas que nos definen. Su estrategia es la de poner una lupa sobre lo peor que podamos encontrar. Como ya están comprobando la neurociencia y la psicología cognitiva, la mente humana tiende a enfocarse en lo negativo, magnificándolo, y a subestimar lo bueno que nos rodea.

Pero a esta altura de la historia, la máscara del Ietzer Hará se está cayendo, no resiste el paso del tiempo.

Sigo convencida de que vale la pena decir las cosas, aunque a veces sea a destiempo o el timing no siempre sea bien recibido.

domingo, 16 de febrero de 2025

Se los dije



Yo ya vivo la Geulá, y por eso pensé que sería una buena idea andar anunciándolo por ahí. Total, ¿por qué no? Si tengo la primicia, ¿qué tal si salgo a repartir volantes? Así, cuando todo este lío en el que vivimos sea historia antigua, me voy a dar el lujo de decirles: 'Se los dije'.


No es que sea una vidente ni nada de eso. Es sólo que mi reloj adelanta. Soy de esas que llegan diez minutos antes a las citas, llevan las llaves en la mano a dos cuadras de la puerta y, en una jatuná, se sientan en una mesa vacía a esperar al resto.


Ahora, ¿será que estoy adelantada o que el mundo va lento? Yo creo que un poco de todo. Por eso creo que parte de mi tarea personal es aprender a frenar. Igual no hay a dónde correr, eso lo veo claro. Rápido o despacio, todos llegamos al mismo lugar. Pero es que a veces la emoción me gana, y cuando veo con precisión preciosa cómo Hakadosh Baruj Hu se va revelando en mi vida y en la de quienes me rodean, me dan ganas de apretar el acelerador y llevar a quien se me cruce, por los pelos.


Por ejemplo, está escrito (no sé dónde) que en la era del Mashiaj (que ya llegó, pero shhh), nuestras neshamot van a señalar el desperfecto espiritual detrás de nuestras dolencias físicas. Como cuando comés Hering picante y te arde el estómago—no es sólo acidez, es un mensaje del alma. No está escrito exactamente así, pero se entiende la idea. Y no es que las enfermedades desaparecen (aunque me pregunto si los médicos van a tener que abrir cafeterías), pero sí vamos a tener el zejut de saber qué es lo que tenemos que cambiar.


Frenar, para mí, no es fácil. Los humanos somos como autos: puro chasis y carcasa. Si venís manejando a 300 km/h, cuando pares, te desbocás. Pero, ¿cómo se aprende a frenar? Justo ahí me acordé de un capítulo de La Familia Ingalls en el que un indio domaba un caballo en un río.  Al verlo me di cuenta de que esa es la forma de domar a mi animal interno, ese que no sabe para dónde quiere ir y que, encima, se enoja cuando le digo que tiene que frenar.


Así que acá estoy, poniendo el reloj en hora. Respiro, tomo té, escucho Coltrane y me obligo a ir más lento, como en el agua del río. Porque esta vez no quiero llegar sola. Y si igual me adelanto, al menos voy a hacer el esfuerzo de no decirles: 'Se los dije' cuando estemos todos juntos festejando la Geulá.

lunes, 27 de enero de 2025

Un Uber sin conuctor


Vivimos como si lo que sucede en nuestra vida no debería suceder. Vemos la realidad como algo imperfecto, sin darnos cuenta de que los imperfectos somos nosotros. Y gracias a Hashem que nos hizo imperfectos, porque sin eso, esta vida sería un viaje terriblemente aburrido.

Me esfuerzo por creer en la idea de que todo pasado fue perfecto. Me lo repito mil veces. No hablo solo de lo que ocurrió hace años, sino incluso del instante en que terminé de escribir esta línea. Lo único que existe soy yo en el presente, por eso trato de seguir adelante sin mirar hacia atrás, sin quedarme atrapada en pensamientos negativos y en la conexión que pierdo cuando me ocupo de pensar en lo que otros piensan de mí.

Hoy, ya ese ietzer me atrapó dos veces (y son las diez de la mañana). La primera fue mientras mi hija se preparaba para el colegio. A mí me pareció un buen momento para contarle una historia de mi infancia, pero ella apuraba libros en su mochila y no me miraba. Por un momento, me ofrecí mi clásico discurso: "Nadie nunca se interesa en nada de lo que digo". Por suerte, al segundo siguiente pasó un ángel y me lanzó la idea de que quizá mi hija tenía apuro por no perder el colectivo.

Eso me recordó las palabras de Rabbi Golombeck: "Deja de querer controlar lo que sucede en tu vida. Cuando intentamos controlar los acontecimientos, lo único que logramos es perdernos la oportunidad de disfrutar lo que Hashem ya tiene planeado para nosotros". Y Hashem, al final, solo nos pide que disfrutemos el viaje.

Si miro desde lejos, veo cómo una vida vivida con bitajón y pensamientos positivos mejora mucho la experiencia. Al mismo tiempo, me alegro de que este concepto empiece a aparecer en algunos estudios científicos que reconocen la importancia de los pensamientos positivos para nuestra salud.

Cuando miro un poco más de cerca, me pregunto: ¿Para ustedes es normal que en Argentina se conozca popularmente la palabra "Hashem"? Para mí, no lo es. Lo que sí es para mí es un eco de la redención, un recordatorio de que Hashem está siendo reconocido en lugares que antes parecían imposibles.

Se viene la gueulá, lo repito convencida y a riesgo de quedar como una loca (pero ¿qué me importa lo que los otros piensen, verdad?). Tengo muchos años y puedo atestiguar que hay muchas cosas raras pasando en el mundo. Más allá de todo el sufrimiento, más allá de los fenómenos climáticos, más allá de los milagros de las chicas que están volviendo... del otro lado, todavía más allá, veo a Hashem y me convenzo de que es Él quien dirige el mundo y me obligo a relajarme y a entregar el volante con el que alguna vez creí manejar.

Y cuando me cuesta esa idea, me imagino viajando en un Uber sin conductor, contenta en el asiento trasero, dejando que un mecanismo invisible me lleve a mi destino.

jueves, 23 de enero de 2025

PlayMobil Reality Show


Ayer le decía a mi marido que, para mí, él no existe.

Ni él, ni mis hijos, ni mis nietas, ni mis amigas, ni mis vecinos. Gracias al kav habitajon, he aprendido a transformar el mundo que me rodea en un escenario de Playmobil, donde las personas parecen muñequitos hechos de bloques de plástico. Esta idea no es mía; es lo que recomienda el Rab Golombeck para alcanzar una vida plena de alegría y sentido: no involucrarse emocionalmente en las situaciones conflictivas.

Al final, nada de lo que sucede es real más allá de ser una prueba que debemos atravesar. Es como si estuviéramos en un reality show: tenemos bejirá jofshi durante el proceso, pero el resultado final ya está arreglado por la producción.

Hashem puso nuestra neshamá dentro de un cuerpo habitado por un animal, una parte que se rebela contra nuestra esencia más pura. Este animal tiene un único objetivo: alejarnos de Hashem. A veces lo siento como un lobo feroz que ataca sin piedad, otras como un elefante que arrasa a su paso, y en ocasiones como un ratón astuto, sigiloso pero persistente.

No importa su forma; su instinto es mortal. Ese animal interno está dispuesto incluso a autodestruirse si con ello logra desconectarnos de la luz divina.

En la vida, enfrentamos conflictos y desafíos como si fuera una carrera de obstáculos. Es entonces cuando el animal interno ataca, intentando derribar la conexión que nos sostiene. Me recuerda a ese juego donde un pingüino está de pie sobre un bloque de hielo, y los jugadores golpean con un martillo las piezas intentando no dejarlo caer. Pero mientras en el juego los golpes son suaves, el animal interno siempre va directo al corazón del hielo. Su objetivo no es otro que romper todo de un solo golpe.

Para complicar aún más el juego, nos cruzamos constantemente con los animales de los demás. Me imagino a las neshamot atrapadas detrás de una cortina de emociones, intentando comunicarse a pesar de los conflictos, los malentendidos y las reacciones impulsivas.

Cada vez que logramos no involucrarnos emocionalmente con las palabras o acciones de quienes nos rodean, abrimos un poco esa cortina. ¿Qué importa lo que un muñequito de plástico opine de mí? Dale, pasá primero, te cedo el turno, podés llamarme como quieras; nada de eso tiene que importar.

Y si dejamos que los perros ladren sin ladrarles de vuelta, se crea un espacio para que nuestra neshamá emerja, grandiosa. Aparece nada más y nada menos que de la mano de Hashem, para recordarnos que, en este mundo de Fisher Price, nuestra única misión es conectarnos con lo Real.

miércoles, 22 de enero de 2025

Luis Miguel, las ranas y pensamientos sobre la fama


No soporté seguir viendo las imágenes y leyendo las noticias de los últimos días, así que me escapé un rato al mundo de la fantasía. Me encontré con la historia de Luis Miguel y aquella época que yo también viví. Y aunque nunca fui fan del rubio melenudo (mi atención estaba en esos raros peinados nuevos), recuerdo haber usado esos flequillos en flor y mirar al cantante desde lejos.

Me interesó su historia desde un punto antropológico, más que nada porque ando con conflicto de fracasada y su vida me hizo pensar otra vez en qué es el éxito. En su caso, crecer con un padre que le robaba, un representante que lo exprimía y un entorno que lo usaba le debe haber provocado algunos cortocircuitos emocionales. Todos sabemos que una infancia feliz no tiene que ver con comodidades o logros, sino con estar rodeado de personas que realmente te aman.

El Magid de Dubna explica que una persona puede pasar toda su vida persiguiendo algo –riqueza, placer, fama–, solo para descubrir, al alcanzarlo, que nada de eso le dio lo que buscaba. Y, aun peor, la persona puede llegar a pensar: "Si volviera a vivir, elegiría un camino diferente, quizás riqueza en lugar de fama". Pero el Magid nos advierte, citando al rey Salomón, que no es por allí... pero tampoco por allá. Ahí no se encuentra el sentido de la vida. Ni siquiera hay algo sólido. Todo eso es vacío: "Vanidad de vanidades, todo es vanidad".

No hace falta ir muy lejos. Usemos a los ídolos mundiales como ejemplos. Ya que están ahí, que sirvan para algo más que para sacarles fotos mientras bajan de una limusina. Después de todo, ellos llegaron al lugar de nuestras aspiraciones. ¿Buscamos belleza? Pobre Marilyn Monroe. ¿Gloria? Pobre Maradona. ¿Fama? Pobre Michael Jackson. ¿Riqueza? Pobre Cristina Onassis.

La plaga de fans de Luis Miguel, que lo esperaba afuera de su casa, de un hotel, de un concierto para arrancarle la ropa o un mechón de pelo, me recordó la plaga de las ranas en Egipto. Estas se multiplicaban con cada golpe, y así también, con cada nuevo fan, al cantante se le multiplicaban las demandas y las expectativas sobre él. Imagino que debe ser insoportable vivir rodeado de personas que dependen de tu personaje para existir. Quedas atrapado en una red de intereses donde es difícil saber quién está ahí por amor genuino y quién solo quiere aprovecharse.

¿Qué aprendí de la historia de Luis Miguel? Que más allá de lo inmediato, de las luces brillantes y los aplausos, más allá de lo que el mundo considera éxito, allí, justamente allí, se multiplican las carencias y, al igual que las ranas en Egipto, la búsqueda de lo efímero puede devorarte sin que te des cuenta.

Y, para rematar en el autoconvencimiento, me digo: ser famoso debe ser horrible. Yo me quedo con la paz de que nadie quiere arrancarme un mechón de pelo, con lo caras que están las pelucas

lunes, 16 de diciembre de 2024

La Mitzvá del Desconcierto

Empezamos las cosas como un juego, pero apenas descubrimos que no sabemos nada de un tema, perdemos el miedo a no saber y nos sumergimos en esas aguas misteriosas que forman cerca del sesenta por ciento de nosotros mismos. El agua no solo es física, sino un símbolo de lo desconocido: territorios internos que permanecen ocultos hasta que las circunstancias rompen sus murallas, como olas que se estrellan justo a nuestro paso, revelando geografías íntimas antes inexploradas.

Todo lo que Hashem pone en nuestro camino tiene un propósito: empujarnos hacia un desafío que nos permita trabajar en nosotros mismos. Si no enfrentáramos esos desafíos, nunca corregiríamos lo que necesita ser corregido. Lo que no controlamos es precisamente ese espacio de lo no explorado en nosotros mismos, territorios que solo se habilitan cuando las situaciones nos golpean como olas, quebrantando nuestras defensas y permitiéndonos acceder a nuestras capas más profundas.

El ego, como dice el Rav Golombeck, es el principal detractor en este camino: el noventa por ciento de las cosas que nos molestan son protestas de nuestro propio ego. Por ejemplo, el ego nos dice que no vale la pena crear canciones para niños si un video no obtiene suficientes vistas. Nos convence de que los números son la medida del éxito y que el esfuerzo solo vale si recibe validación externa.

Pero, ¿y si Hashem nos puso aquí solo para alegrar a un único niño, en alguna parte del mundo? ¿No sería suficiente? Porque al final, el verdadero desafío no es alcanzar la fama ni las métricas, sino superar al ego que busca alimentar su insaciable apetito.

Desde la orilla, el océano parece sucio: la espuma con residuos distrae la vista. Pero si avanzamos y nos dejamos desafiar por las olas, encontramos que más allá de las aguas agitadas hay calma. Y si nos sumergimos, descubrimos un universo oculto que no se ve desde la superficie. Así es nuestra vida: si nos quedamos en la orilla, nunca entenderemos lo que Hashem quiere mostrarnos. Atravesar las olas es parte del trabajo de vivir, es permitir que cada embate rompa algo en nosotros para revelar lo que aún no conocemos.

El trabajo personal es un viaje continuo. Cada paso hacia adentro, cada ola que nos golpea, nos lleva más cerca de esa belleza oculta que, desde la orilla, ni siquiera imaginábamos que existía.

jueves, 12 de diciembre de 2024

Un Chiste Divino


¿Recuerdan esos momentos en clase cuando la maestra gritaba "¡Silencio!" con esa mirada seria, y en lugar de callarse, el aula explotaba en carcajadas? Era como si un virus de la risa hubiera infectado el salón, más poderoso que cualquier intento de control académico.

La ciencia dice que reír es básicamente un cóctel de felicidad que hace que nuestro cuerpo baile de alegría. El cortisol -esa hormona gruñona que nos hace ver todo gris- sale corriendo para otro lado cuando la risa hace acto de presencia.

Me resulta asombroso el plan de HaKadosh Baruch Hu que, al final, es más simple de lo que pensábamos: quiere que seamos felices. No necesitamos doctorados en espiritualidad, solo necesitamos sentirnos amados por Él y soltar una buena carcajada para festejar que la risa sea como un sistema inmunológico disfrazado de comediante.

Hay una historia talmúdica que lo confirma. Rav Beroka estaba en el mercado con Eliyahu HaNavi (cada uno va de compras con quien puede) y le pregunta quién merece la vida eterna. Eliyahu le señala a dos personas aparentemente comunes. Cuando Rav Beroka les pregunta a qué se dedican, ellos responden: "Somos comediantes. Hacemos reír a la gente triste y arreglamos los conflictos con humor". ¡Revelación impresionante! Resulta que hacer reír es un trabajo celestial.

Los científicos -esos señores serios con bata blanca- confirman lo que nuestros sabios ya sabían desde hace siglos: reír es un superpoder. Fortalece el sistema inmune, mejora las funciones del corazón y renueva la mente. Es como un gimnasio para el alma donde cada sonrisa transforma moléculas, une corazones y nos acerca a algo más grande que nosotros mismos.

Qué Torá tan hermosa nos dio Hashem: cuando nos reímos y somos felices, estamos siguiendo órdenes divinas. 

Así que riamos con intensidad, con libertad. La vida es demasiado seria para tomársela tan en serio; celebremos con alegría cada chiste que HaKadosh Baruch Hu comparte con nosotros.



viernes, 6 de diciembre de 2024

Antes de Darme Cuenta


En mi barrio, salir a caminar significa subir o bajar, nunca avanzar en línea recta porque vivo en una montaña. Ayer salí de madrugada, subí la cuesta paso a paso, protestando en mis adentros por el esfuerzo que me costaba. Pensaba en lo difícil del recorrido y en la constancia necesaria para no detenerme, para no dar la vuelta antes de llegar a la cima y tomar el camino fácil.

Apenas vi la cima, sentí cómo los pensamientos se balanceaban hacia lo positivo, la promesa de la bajada se presentaba frente a mi como un oasis en el desierto, esa gota de esperanza cuando ves el final de lo difícil y sabes que se acerca un descanso. 

Ya que durante la subida, registré mis pensamientos y descubrí la negatividad como una de las distintas manifestaciones del cansancio, me propuse prestarle atención a mis pensamientos de bajada para comprobar si cambiaban en algo. 

De la bajada, en realidad, me di cuenta cuando ya había terminado. Iba tan liviana que pude disfrutar del camino, mis pensamientos volaron con los pájaros que cruzaban el cielo naranja en bandada cuando caminé mirando hacia arriba, y con las hojas crujientes del suelo cuando caminé mirando hacia abajo. Estuve un buen rato tratando de adivinar a qué árbol pertenecían y 
antes de darme cuenta me encontré con la de arce, árbol que sólo encuentro en la cima, y así supe que había subido la cuesta.

¿La diferencia? Mis pensamientos que en lugar de anticipar lo difícil del camino, se enfocaban en cada paso que iba dando.

Ver nuestra vida como una montaña: una sucesión de subidas y bajadas y a nosotros como un pequeño barco navegando entre las olas que pasan. 

Porque antes de darte cuenta, bueno, todo pasa. 



miércoles, 4 de diciembre de 2024

Hagamos cualquier cosa

Mollo le dijo a Lalo que Luca, antes de componer, decía: "Hagamos cualquier cosa". Lo cito porque coincidimos en la intención. Me siento a escribir y pienso: cualquier cosa que escriba da lo mismo, siempre y cuando me represente. El resultado no está en nuestras blah blah blah manos.

Es curioso cómo las cosas que salen de mí suelen sorprenderme. Las mezclas que hago –como unir música klezmer con canciones para niños– son cosas que disfruto, pero cuya intención no termino de entender. Supongo que, como a mí misma, mi arte a veces tampoco se entiende.

Quizá voy un poco adelantada o el tiempo está retrasado, pero la música, los escritos y las pinturas que me atraviesan no buscan aprobación. En el fondo, no se trata de gustar, sino de expresarme.

Cuando quise pintar, me inspiré en Warhol. No tanto en su estética, sino en su irreverencia. Pero el ietzer me convenció de que no sabía nada. Terminé estudiando con una profesora rusa de la escuela de Kandinsky, una mujer que pintaba con la precisión de una cirujana y sufría al verme intentar controlar mis manos rebeldes.

Duré un año con ella. Al final, descubrí que mi camino era el contrario: desprolijidad, caos, romper las reglas. Hoy mis obras son monumentos al desorden, a la falta de límites. Si quiero romper la tela, lo hago. Porque en el arte, el error no existe.

Y como el ego del artista se puede domar como a un caballo, yo decidí no medir mi éxito en números. Lo mido en autenticidad, en cuánto de mí misma hay en lo que hago. Pienso en Vincent, Franz, Dickinson, y otros artistas que no encontraron reconocimiento y no quiero sufrir como ellos, lo mejor que me puede pasar es que lo que  hago no le guste a  nadie y que no se entienda.

Quizá por eso, de niña, me encontraban en el balcón o mirando por la ventana, como quien observa el teatro de la vida desde un palco. El arte me da ese espacio: puedo ser espectadora y actriz al mismo tiempo.

Januca es el acto perfecto de este teatro existencial. Encendemos luces que miran hacia afuera, pero nos iluminan por dentro. Es un recordatorio de que todo lo que hacemos –visible o invisible– tiene que iluminar.

Y quizá ese sea el milagro más sutil: saber mirar. Porque cada vez que miramos, en el fondo, nos estamos mirando a nosotros mismos.

lunes, 4 de noviembre de 2024

Soy un Cliché

Mi vida es la representación de esa historia del hombre que sueña con un tesoro escondido detrás de un puente. El pobre soñador viaja, no encuentra nada, y cuando finalmente se recuesta a dormir, sueña que el tesoro estaba en su propio jardín. Como quien dice, dio toda la vuelta para terminar en el punto de partida.

Lo sospeché desde el principio, pero como buena terca, tenía que aprenderlo por las malas: Hashem te pone cerca de lo que te hace feliz, pero nosotros insistimos en buscar en el otro lado del mundo.

Pero uno huye de esas cosas como si quemaran. No sé por qué existe esa fantasía de grandeza, como si quien sale del barrio fuera más valiente que quien se queda. La contracción, el quedarse quieto y en el mismo lugar toda la vida, también implica un gran desafío.

Yo me fui a buscar el tesoro de la felicidad afuera, cuando era un secreto a voces que estaba en casa. En ese trabajo interior que se hace entre cuatro paredes, en esa introspección que solo florece en la quietud. Sí, podés ir a la oficina - el mundo moderno tiene sus demandas - pero hay algo especial en quedarte en casa, en ese espacio donde el crecimiento espiritual y mental encuentra su mejor tierra para echar raíces.

Y hablando de casas, hoy vuelvo a este caserón olvidado a ver si lo ventilo un poco. Me di cuenta de que no estaba escribiendo porque no tenía dónde publicar (la página de Extrañas en el Paraíso decidió mudarse sin avisarme). Así que aquí estoy, abriendo ventanas que llevan cerradas catorce años, curiosa por descubrir cuánto queda de aquella Judi que solía caminar entre estas paredes, y cuánto ha cambiado desde entonces.

Vengo a contar dónde encontré esa felicidad que tanto busqué, y quizás a sorprenderme al descubrir que soy al mismo tiempo igual y completamente diferente a quien era. Como si el tiempo fuera un espejo que refleja dos imágenes superpuestas: la que fui y la que soy.

Quizá tenga suerte y encuentre un tesoro en el lugar que dejé. Después de todo, a veces necesitas dar toda la vuelta al mundo para apreciar lo que siempre estuvo ahí.


Elisheva, Debbie, Malka: mis compañeras del Rimón, ¿se animan a volver a casa? Y Caro, Andi: mis compañeras en Extrañas, que hicieron del paraíso un lugar menos extraño...  Las puertas están abiertas, el mate está listo, y hay historias nuevas para contar.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Si Quisiera Regresar ya no Sabría Hacia Dónde

Apuesto a que ustedes también escucharon año tras año el vort que cuenta que cuando el resto de los pueblos le pregunten a Hashem por qué no les entregó la Torá y las mitzvot a ellos, Él les iba a ordenar construir una sucá y habitar en ella, para luego enviar un sol ardiente que los haría no sólo salir de la sucá, sino destruirla.

La primera vez escuché la historia con respeto, la tercera vez me pregunté qué tenía que ver conmigo, la sexta me maravillé ante la insistencia en el tema y a partir de la decimoquinta me distraje una y otra vez mirando las guirnaldas de la sucá. Nunca me relacioné con el cuento porque no lograba que me importase que el resto de los pueblos renuncien a una mitzvá frente a la primera adversidad

Hasta que entendí que no son solo los otros pueblos, sino también el nuestro y que no habla de otras vidas, sino de la mía.

Es verdad que reconocemos que Hashem es el origen de lo que sucede, pero cuando Su voluntad no coincide con la nuestra, entramos en conflicto. Todo bien mientras la chica venga, no llueva el día del picnic y nos reconozcan en el trabajo, pero cuando nos toca la "mala racha" miramos al cielo y exclamamos… "pero si yo te cumplo las mitzvot" ¿qué está pasando?

Nos convencemos de que el trato se ha roto y que tenemos el derecho de rescindir el acuerdo porque el pacto no incluía que no lleguemos a fin de mes, que alguien nos engañe o nos duela la barriga. Pensamos como señoras de peluquería: que si cumplimos las mitzvot vamos a tener salud dinero y amor, y que si las cosas no suceden como queremos es que el mecanismo se ha descompuesto.

Llego el momento de entender lo que escucharemos en la sucá mientras comemos el pollo relleno: que no hay que hacer de cuenta que trabajamos para Él mientras en realidad trabajamos para nosotros mismos. Que no hay que ser flojitos cuando el sol ésta ardiente, y que no nos comportamos como niños caprichosos que empiezan a destuir lo que los rodea. Aún en lo nisionot nosotros estamos dentro.

martes, 14 de septiembre de 2010

Feliz día del padre (un post en donde bato el record en el uso de la palabra perdón)

Ayer mientras escuchaba el shiur de Ruth Shira se me ocurrieron muchas ideas geniales para un post. Si tan solo hubiese llegado a casa y en vez de sentarme a comer el alfajor que me regalaron (no se ilusionen porque no pienso revelar mi fuente) me hubiese sentado a escribir las palabras que tenía en la cabeza, ahora estarían leyendo algo sumamente revelador y trascendente que los hubiese inspirado hasta para seguir con la dieta que empezaron el lunes.

Pero en cambio están leyendo esto. Igual quédense un rato, a ver si entre todos logramos sacar alguna idea. Total serán solo unos minutos que igual perderían en facebook o en twitter o en tumblr o en algún otro blog que muestra fotos de mascotas.

Les voy a resumir un poco la cuestión y, Ruth Shira, por favor corrígeme si me equivoco, porque aunque me viste mirar atentamente el gráfico de la pared, sabes que tengo un límite.

En la clase se hablaba de los tres tipos de relaciones en las que es propicio trabajar en el mes de Tishrei: con uno mismo, con el otro y con Hashem, relación cuyo momento culmine, por supuesto, es Iom Kipur, día en el que debemos entregarnos íntegramente a Hakadosh Baruj Hu.

Pero yo me quedé un paso más atrás en la clase, o más bien dos pasos, o si (no me dejan pasar una), tienen razón, me quedé absolutamente retrasada, pero debo decir que fue por culpa de una nube turbia de pensamientos que secuestraron lo que hay dentro de mi calavera y que se limitan a reproducir sin pausa una cantinela o una diatriba o como prefieran llamarlo, que como una niña recitando en el acto del colegio, enumera todo lo que he hecho mal durante el año.

Es que en estos días hay que hacer teshuvá ¿escucharon algo al respecto? ¿qué me dicen? ¿ustedes por dónde andan? Yo ando marcha atrás porque cuando ya estamos a punto de cruzar la meta, yo estoy volviendo al inicio donde todavía no han bajado la bandera. Es que empecé a revisar todo lo que Hashem va a tener que perdonarme, y eso me hizo recordar que en la relación con el prójimo Él no puede perdonarme nada que no haya sido perdonado por la persona afectada, pero de eso ya hablé el año pasado, y aunque el público se renueva, no vale la pena que repita lo que está escrito en el post de abajo. Así que avancé un poco en mi retroceso (qué linda paradoja) hasta el punto de darme cuenta que Hashem no va a poder perdonarme nada que yo no me haya perdonado a mi misma.

¿Van a estar de acuerdo si ahora digo que esto es muy difícil o van a venir a decirme que nada que ver y que es cosa mia? Porque yo creo que el daño que nos hacemos a nosotros mismos es de la peor calaña. No podemos con la idea de ser tan humanos, de fallar, de equivocarnos. No podemos perdonarnos no ser perfectos y no podemos superar las veces en la que salió al mundo nuestro señor Hyde. Y así seguimos ligados a esas trasgresiones, seguimos estancados. Yo creo que deberíamos trabajar primero en eso.

Y para todas las que estuvieron ayer en la clase, si fue Sartre el que dijo que el infieno son los otros, y porque el que calla otorga, como no lo dije ayer lo digo hoy: no estoy para nada de acuerdo. Todavía es peor que eso, el infierno puede estar mucho más cerca

viernes, 9 de julio de 2010

La jaula en el suelo

Quería contar la historia de nuestros pajaritos, quería contar todas las teorías que desarrollé cuando la jaula se cayó y la pájara se escapó por la ventana perdiendo plumas en el camino. Quería contar que el pájaro se quedó estático en la hamaca invadido por sentimientos desérticos. Quería contar que por culpa de mi culpa (mala dueña de tortugas y peces) me equivoqué y dejé que el miedo a que la jaula se vuelva a caer me hiciese dejarla en el suelo.

Quería contar que el pájaro que quedó solo no comía ni cantaba y que mi yo sabelotodo decía que era porque un hombre no puede sin una mujer y que mi yo melancólico me corregía señalando que viceversa porque lo mismo le pasó a la pájara pinta de Maria Elena. Quería contar que si no aparecía mi yo práctico y me sacaba tantas tonteorías ese pájaro hubiese muerto.

Quería contar que lo único que había que hacer era volver a poner la jaula en el lugar desde donde se ve el árbol y se percibe el aroma a tierra húmeda del rocío. Quería contar que había que salir a comprar una pájara nueva.

Quería contar la historia de nuestros pajaritos para compararla con la nuestra. Quería compararla con las situaciones en las que nos quedamos esperando que vuelvan los pájaros que se nos han escapado. Quería contar que los miedos hacen que dejemos la jaula en el suelo. Que nos veo trabados en nuestros problemas cuando la solución está cerca. Quería contar que a veces basta con ubicarse un poco más arriba, a donde llegue la luz y desde donde se vea el cielo.

lunes, 28 de junio de 2010

Todos tenemos una doble vida (o algún día voy a dejar de poner títulos de canciones)

Hoy sería el día perfecto para volver a mi infancia, pero no a un día cualquiera; quisiera aparecer en alguno de los días en el que me tomaba un helado camino a la plaza jugando a terminar el vasito mediano antes de llegar a las hamacas. Ustedes se preguntarán por qué no me compro un cucurucho en la esquina y me dejo de tanto rebusque metafísico, y la respuesta es que no es tan fácil porque ser una mujer adulta religiosa no combina con comer un helado camino a ningún lado.

Ya sé que a esta altura la mitad de los lectores se habrán retirado indignados ante esta declaración extremista, y la otra mitad estarán imaginando lo que me podrían decir en los comentarios si superaran la pereza de escribir tres líneas y presionar enviar, pero también estoy segura de que unos pocos me entienden y saben que lo que digo es un dilema diario al que nos enfrentamos los baalei teshuvá: preguntarnos si lo que nos sale naturalmente, o mejor dicho, hacer lo que se nos viene en gana, encaja en la vida que llevamos

Tenemos un bagaje cultural que aflora incentivado por resortes misteriosos y que nos deja tambaleando entre lo que somos y lo que hemos sido. Quisiera dar un ejemplo pero no se me ocurre ninguno. Bueno, en realidad si se me ocurre pero no quiero darlo para no ponerme en evidencia. Pero la verdad es que es tan exacto para explicar la idea…. ¿ven? a esto me refiero: Un eterno dilema.

Ya que insisten voy a decirlo sólo con fines constructivos: El mundial 2010. ¿Cómo una mujer religiosa va a hablar del mundial? No encaja, suena raro, está mal visto. No puedo llegar a una jatuná y hacer un chiste: "la Messi está servida" o "desde ahora el diario Clarín debería llamarse Vuvuzela"… ¿se imaginan? quedaría descolocada.

Pero ese tampoco es el conflicto Porque ¿a quién quiero engañar? Si Hashem sabe exactamente cuántos minutos malgasto pensando en la formación de Argentina ¿ante quién tengo que disimular? Lo que genera conflicto es no saber si uno queda atado a esas cosas por rebeldía, como una manera de mantener un pie de cada lado e intentar no perder nada.

¿Les conté que cada año, hacia final del verano en mi barrio corría el rumor de que la heladería Cachito no iba a abrir al año siguiente? Eso me hizo comer muchas veces el "último helado Cachito de mi vida" y de una u otra manera, todavía lo sigo haciendo, porque sigo apegada a muchas cosas por miedo a que no vuelvan, solo reteniendo esos "cachitos" de mi vida.

viernes, 18 de junio de 2010

Instrucciones para subir una escalera

El otro día estaba escuchando una discusión entre mis hijos en la que el única estrategia de uno de ellos era simplemente repetir todo el tiempo "¿ma kesher? (¿cuál es la relación?)". Ya saben cómo es cuando uno está lavando los platos y no quiere involucrarse en una pelea infantil, que uno hace de cuenta que no pasa nada, y busca desviar la atención. Así que yo dejé que una cosa me llevase a la otra y que la cadena de asociación mental se libere (ayudada por el efecto emulsionante del detergente) pasando del "¿ma kesher" a "Mc Esher" y de allí al recuerdo de mi época universitaria, cuando en la clase de Morfología nos pidieron crear un stand de exposición y yo elegí representar una maqueta con las famosas escaleras imposibles de Mc. Esher.

No quiero dar por hecho que no conocen el dibujo, ni aburrirlos con detalles técnicos, pero si no explico ahora el atractivo de esa ilustración, después una amiga se va a hacer pasar por anónima en los comentarios para decirme que no se entiende lo que escribo: El dibujo representa a unos monjes en unas escaleras que suben y bajan sin llegar a ningún lado. No sé cómo el dibujante habrá logrado ese efecto, pero lo que yo ideé fueron unos escalones que subían unos centímetros en ángulo recto y que en el transcurso del peldaño sutilmente iban perdiendo la altura ganada hasta volver a la declinación original para crear la ilusión de ascenso en el próximo escalón

Todavía el día de hoy sigo indignada ante la nota que recibí por un trabajo tan fantástico, así que no pude evitar volver a caer en una disertación imaginaria donde yo expongo una variedad impresionantes de argumentos que convencen al despiadado profesor cuya ocupación actual debe ser darle de comer a las palomas. Pero apenas noté a dónde ese peregrinaje de pensamientos me había llevado, primero me asusté de mi misma y después atrapé una idea espeluznante que se me cruzó en el mismo momento en el se me rompía un vaso de Ikea

¿Y si yo soy como mi stand de exposición? me pregunté espantada ¿si creo que voy subiendo pero en realidad siempre estoy en el mismo lugar? ¿Si cada impulso espiritual sólo me eleva por un instante para irse perdiendo con el tiempo? ¿si la inspiración se desliza en peldaños resbaladizos? ¿si al final de la escalera me doy cuenta de que estoy al pie?

Mientras recogía los vidrios rotos pensaba que si los escaladores se atan a una soga para no caer al vacío, yo debería atarme con más fuerza para mantenerme ante cada avance espiritual . Y menos Mc. Esher y más kesher, más kesher

viernes, 11 de junio de 2010

Disculpe, creo que es su turno

Todavía no entiendo las reglas de los turnos en Israel. Aquí acostumbran a pedirle al último de la cola que cuide el lugar, algo que en Argentina sería ridículo y desconsiderado. Por ejemplo, uno llega al banco, hace media hora de cola y justo antes de ser atendido, viene alguien e indica que ese puesto es suyo. O en los supermercados, la gente deja los carritos y va terminando de hacer las compras mientras el carrito le cuida el lugar en la línea de espera. Al principio yo intentaba defender mi posición con discursos que incluían muchas veces la palabra “injusto” pero con el tiempo me resigné a ese absurdo y en vez de protestar, ahora sólo dejo que la situación me saque de quicio.

Por eso el otro día empecé a ponerme nerviosa en la clínica cuando me di cuenta de que la señora que tenía un turno posterior al mío había subido última al ascensor, quedando yo en el fondo y ella a lado de la puerta.

No se si les dije que lo que muchas veces pasa es que aunque se tenga un turno a las 8, si la persona citada a las 8.15 llega antes, pasa primero. Así que allí estaba yo hiperventilando en un ascensor asfixiante: Ella baja primero, llega a la ventanilla de recepción antes y por lo tanto me saca el turno.

No soy del tipo de personas que se pone a dar codazos para pasar, más bien soy del tipo que se pone a analizar por qué una situación tan intrascendente le preocupa tanto, y como al final, en esa sala de espera tuve mucho tiempo para pensar, llegué a la conclusión de que el problema que tengo con esa clase de injusticias tiene un solo origen.

Porque antes, mucho antes de los cuarenta minutos de caminata que hoy me separan del kotel, antes del I love Israel, cuando todavía andaba aturdida por Castaneda y Gurdjieff, aprendí la importancia de la presencia conciente y no hace falta que les explique a qué me refiero, porque por culpa de Chopra todos conocen la teoría de vivir aquí y ahora. Repito, aquí y ahora.

No me animo a decir que es un método traidor, no porque no lo crea, sino para evitar conflictos, así que lo que diré es que seguramente lo aprendí mal dejando que ese malentendido me llevase exactamente al lugar del que quería salir.

Porque de tanta presencia conciente ahora asumo que siempre es mi turno. Lo que yo creo, yo pienso y yo siento es lo único que existe. Pero eso está fuera de sintonía con la realidad, más bien es como si fuesen mundos paralelos. Si las cosas sólo pasan por uno, uno no pasa por las cosas.

Ir de adentro hacia afuera es ir a contramano. Aquí y ahora sólo tenemos que dejar lugar para que Hashem entre en nuestra vida y estar uno ocupando la puerta es como echarlo, porque Él sólo entra en donde lo invitan y les aseguro que apenas nos corremos un poco y le hacemos lugar, nos damos cuenta de que los números ya habían sido dados, que todos los turnos están ordenados.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Una aguja en un pajar

La historia la voy a contar desde el final, o mejor dicho, con lo que yo creía que sería el final: En una salida de amigas, entre cafés y bagels les propuse hacer un cadáver exquisito para comprobar que al mismo tiempo de nuestra charla banal, en otro nivel se desarrollaba una conversación paralela más interesante, descifrar sus mensajes y algún otro delirio surrealista. Después hubiese acudido a un chiste mediocre para señalar lo disparatado de nuestro producto final, como que la continuación de “me tengo que cortar las uñas” fue “porque me rasca donde no me pica”, hubiese reproducido coincidencias sugerentes como: “las mujeres no somos superficiales” “solo díganme qué color de rouge se usa"  y seguramente hubiese agregado al the end una frase moralista parecida a un slogan político.
Pero antes de esto, solo un rato antes, cuando apenas empezaba a describir cómo mis amigas rechazaron la propuesta de comprar un globo de helio para distorsionar nuestras voces alegando que me había faltado mucha Hebraica en mi niñez, nos imaginé cantando con voz de helio el hit de "Las Ardillitas", y como supuse que no todos iban a recordar ese éxito argentino, fui a buscar en el mar infinito de Internet una imagen de ese disco. 

Hasta acá es cuando llegué con mi idea original, porque bastaron tres clicks para darme cuenta de que Hashem estaba jugando al cadáver exquisito conmigo. La primer imagen que se abrió sólo me dio la tranquilidad de que nadie iba a poder desmentir la existencia de semejante vinilo:
y la segunda imagen me trajo recuerdos de los discos que giraban en mi tocadiscos Winco:

La tercera me hizo caer de la silla:

Allí, sumergido en el mar cibernético Y seguramente se estarán preguntando por qué el reverso de la carátula de un disco me impactó tanto, así que les tengo que aclarar que fue porque enseguida reconocí la letra, recordé como me gustaba inventar distintas firmas cuando era niña y porque Valeria Lerner, la dueña original de ese disco que ahora un desconocido vende en internet, soy yo.

martes, 6 de abril de 2010

Un pesaj como el pez globo

Al final yo no sé qué es más difícil, si sacar el jametz antes de pesaj o limpiar las migas de matzá después del jag. Me acabo de resignar y ahora mismo estoy escribiendo entre restos de matzá desparramada por el suelo como hormigas en huelga. Es que apenas me di cuenta de que no tenía sentido intentar esquivar mi destino, dejé el escobillón y me senté a aclarar mis ideas de la manera que mejor me resulta: imaginando que tengo un blog en donde hay gente que malgasta tres minutos leyendo lo que escribo.

Desde antes de pesaj ya tenía en la cabeza el título del post que quería escribir: “Cómo es que fui a una clase de salsa y terminé a las doce de la noche en una camioneta rodeada de cuatrocientas veinticinco bolsas de supermercado, tres amigas riéndose de mi y una torta de cumpleaños en la mano”, pero me estoy defraudado a mí misma porque ni siquiera el título que leyeron es legítimo, sino que los engañé hasta este mismo instante para no deprimirlos con el título que debería haber sido: “este pesaj lo pasé horrible”.

Pero vayamos por partes: En general, pesaj me gusta. Para una obsesiva de la limpieza es la oportunidad perfecta para liberar sin culpa los demonios sin que nadie la considere la chiflada que friega paredes. Y cuando llega el jag una se siente tan liviana y limpia que acontece un verdadero renacimiento. Por supuesto que en mi historia hubo de todo: por ejemplo mi primer “pesaj kasher” fue revelador y pude ver la partición del mar frente a mis ojos, pero otro año di a luz dos días antes de lail haseder y me quedé dormida en Halel. No voy a seguir porque todos tienen su propia experiencia: En pesaj Hashem nos saca de Egipto y para algunos la salida es dulce y para otros, bueno, para otros es como para mi fue este año.

Amarga como el jazeret. Y aquí tendría que detenerme, saludar y retirame, pero ya me conocen, no me puedo contener y cuento, así que voy a explayarme: cuando digo que pesaj fue amargo como el jazeret, no me refiero al de la keará, sino al de las paperas (“paperas” en hebreo se dice jazeret) que me dejaron tiritando, hinchada y asustada con treinta y nueve grados de fiebre mientras terminaba de cambiar la cocina sintiendo que me desmayaba antes de llegar a la frontera de Egipto.

No sé si alguna vez voy a descubrir por qué este año me tocó pasar el jag con una enfermedad infantil que me convirtió en un pez globo, no sé por qué me tocó arrastrarme hasta la mesa del seder para obligar a mis mandíbulas a triturar la medida mínima de matzá. Podría elaborar superficialmente algunas teorías para que no me tilden de perezosa: quizá fue la mejor forma de liberarme de mi tendencia perfeccionista, porque de todas las manera posibles, este pesaj no fue perfecto. Quizá fue la liberación de una cuota de autosuficiencia, porque si algo tuve que aceptar, fue ayuda. O quizá fue una manera de liberar a mi familia de mi comida y darles la oportunidad de disfrutar de las delicias que me cocinaron mis amigas.

Pero a esta altura, a pesar de que no puedo entender la incoherencia de haber estado leudada en el momento menos propicio, y de que fue de una manera que yo no hubiese elegido, no puedo dejar de pensar que lo que pasó fue simplemente que Hashem me estaba sacando de Egipto.