¿Alguna vez se han imaginado cuánta energía desperdiciamos intentando caerle bien a todo el mundo? Si pudiéramos convertir esa energía en electricidad, probablemente iluminaríamos toda Nueva York por varios años.
Escuché hoy al Rab Golombeck decir una verdad que libera: el ser humano, desde que abre los ojos hasta que los cierra, está inmerso en una carrera permanente contra el "¿Qué pensarán de mí?". Nuestra mente es como un gerente de relaciones públicas trabajando horas extra, preguntándose si nos respetan, nos valoran o simplemente les caemos bien.
Imaginen el estrés. Es como estar en una audición constante donde el jurado son todos los que nos rodean. ¿Quién diseñó este reality show llamado vida social?
La realidad es tan simple como demoledora: vivir para complacer a los demás es agotador. Es imposible impresionar a todos. Siempre habrá alguien que nos mire como si acabáramos de cometer el crimen más atroz: ser nosotros mismos.
¿Cuántas veces hemos rechazado un plato de comida muertos de hambre, solo para "quedar bien"? ¿Cuántas veces hemos mordido nuestra lengua o disfrazado nuestra personalidad, como si fuéramos maestros del camuflaje social?
El secreto, nos recuerda el Rab, no está en impresionar, sino en conectar. No estamos aquí para ser los protagonistas del rating social, sino para servir a Hashem. Y cuando esto realmente se internaliza, la presión se evapora más rápido que un cubo de hielo en el desierto.
Vivimos como si la vida fuera un examen: "¿Y si me equivoco? ¿Y si no gusto?". ¿Por qué no decir mejor: "Si cometo un error, ¡que sea con toda la intención!"? La liberación es inmensa.
La verdadera felicidad no está en los "likes" sociales, sino en sentirse amado por HKBH (es incondicional, así que Él nos ama tal como somos: con nuestras imperfecciones, nuestras bajezas, nuestras voces desafinadas y nuestros momentos de absoluta torpeza humana).
No se trata de ser rebeldes sin causa o de no importarnos absolutamente nada. Se trata de entender que nuestra validez no depende de un jurado externo. Se trata de reconocer que ser auténticas es un arte, no un delito.
Así que la próxima vez que sientan ese impulso de complacer, de impresionar, de ser algo que no son, respiren. Recuerden que son amadas por el Único que realmente importa. Sean valientes, sean auténticas, sean normales.
Porque, al final, ¿qué tiene de malo ser normal si ser normal es ser único en el plan de Hashem?