Mostrando entradas con la etiqueta Bein Adam leJaveró. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Bein Adam leJaveró. Mostrar todas las entradas

domingo, 16 de febrero de 2025

Se los dije



Yo ya vivo la Geulá, y por eso pensé que sería una buena idea andar anunciándolo por ahí. Total, ¿por qué no? Si tengo la primicia, ¿qué tal si salgo a repartir volantes? Así, cuando todo este lío en el que vivimos sea historia antigua, me voy a dar el lujo de decirles: 'Se los dije'.


No es que sea una vidente ni nada de eso. Es sólo que mi reloj adelanta. Soy de esas que llegan diez minutos antes a las citas, llevan las llaves en la mano a dos cuadras de la puerta y, en una jatuná, se sientan en una mesa vacía a esperar al resto.


Ahora, ¿será que estoy adelantada o que el mundo va lento? Yo creo que un poco de todo. Por eso creo que parte de mi tarea personal es aprender a frenar. Igual no hay a dónde correr, eso lo veo claro. Rápido o despacio, todos llegamos al mismo lugar. Pero es que a veces la emoción me gana, y cuando veo con precisión preciosa cómo Hakadosh Baruj Hu se va revelando en mi vida y en la de quienes me rodean, me dan ganas de apretar el acelerador y llevar a quien se me cruce, por los pelos.


Por ejemplo, está escrito (no sé dónde) que en la era del Mashiaj (que ya llegó, pero shhh), nuestras neshamot van a señalar el desperfecto espiritual detrás de nuestras dolencias físicas. Como cuando comés Hering picante y te arde el estómago—no es sólo acidez, es un mensaje del alma. No está escrito exactamente así, pero se entiende la idea. Y no es que las enfermedades desaparecen (aunque me pregunto si los médicos van a tener que abrir cafeterías), pero sí vamos a tener el zejut de saber qué es lo que tenemos que cambiar.


Frenar, para mí, no es fácil. Los humanos somos como autos: puro chasis y carcasa. Si venís manejando a 300 km/h, cuando pares, te desbocás. Pero, ¿cómo se aprende a frenar? Justo ahí me acordé de un capítulo de La Familia Ingalls en el que un indio domaba un caballo en un río.  Al verlo me di cuenta de que esa es la forma de domar a mi animal interno, ese que no sabe para dónde quiere ir y que, encima, se enoja cuando le digo que tiene que frenar.


Así que acá estoy, poniendo el reloj en hora. Respiro, tomo té, escucho Coltrane y me obligo a ir más lento, como en el agua del río. Porque esta vez no quiero llegar sola. Y si igual me adelanto, al menos voy a hacer el esfuerzo de no decirles: 'Se los dije' cuando estemos todos juntos festejando la Geulá.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Con el corazón en la boca (o ¿por qué publicamos nuevamente este post? -para hacer bajar el del ayuno que ya terminó hace rato)

A los ocho años me peleé con mi vecina porque no quise darle lugar en mi escritorio para su cuaderno de matemática, la terminé echando de mi casa y gritándole “corta mano corta fierro” mientras se subía al ascensor. A los quince me peleé con mi mejor amiga por lo mismo que se pelean todas las chicas a esa edad y después de una charla infantil en un banco de plaza, la vi alejándose para siempre por la esquina de Corrientes y Pringles. Hasta los dieciocho me peleé con mi hermana por el lugar en la mesa, por el secador de pelo, por cerrar o por abrir la puerta y por cualquier otra cosa que siempre representaba lo mismo. También me peleé con una amiga porque se hizo religiosa y con otra porque no se hizo, con un jefe porque guardé una carpeta en el cajón equivocado y con una desconocida que me vino a decir que mis hijos hacían ruido.

Yo no sé si son reales muchos de estos recuerdos, porque a veces uno sólo se acuerda la historia que se cuenta a través del tiempo, pero sea como sea, lo que sí sé es que a ninguna de estas personas les pedí perdón. Y de eso estoy bien segura, porque pedir perdón es un acto heroico, y un acto heroico nunca se olvida.

No les voy a decir lo que ya saben, no les quiero repetir que respecto a las trasgresiones bein adam leJaveró (cometidas contra personas) no hay teshuvá que valga. Que uno puede afligirse en su corazón todo lo que quiera, pero si no le pide perdón a la persona perjudicada, ese arrepentimiento no sirve para que se borre la trasgresión de nuestra cuenta.

Lo que quiero preguntar es por qué, a pesar de saberlo, elegimos (por única vez) quedarnos callados. Uno preferiría que le dijesen que se aplique veinte azotes, haga dos días de ayuno o recite diez viduy, a que nos pidan enfrentarnos a nuestro prójimo para pedirle perdón.

Ya vendrá alguien a decirme que esto no es verdad y que durante estos diez días de teshuvá lo más normal es escuchar a la gente diciendo: “perdón por cualquier cosa que te haya podido hacer” “perdón por si te ofendí en algo”. Pero yo no me estoy refiriendo a esos casos sin sustancia. Me estoy refiriendo a ese caso específico en el que ahora están pensando.

Y ese es el perdón difícil de decir, ese es el perdón que se queda atorado en la garganta y que no quiere salir. Lo que tenemos que saber es que no hay otra forma de hacerlo: hay que golpear una puerta, poner el corazón en la boca y decirlo.

martes, 20 de abril de 2010

Un huevo duro de pelar

Si ustedes me permitiesen exponer una comparación desfachatada, yo diría que hacer teshuvá es como pelar un huevo duro, porque ¿qué otra cosa es hacer teshuvá más que arrancarnos la coraza que oculta nuestra esencia? Podría avanzar con la alegoría diciendo que hay veces en que la cáscara sale entera y el huevo queda intacto, pero que en algunos casos la corteza se va partiendo en pedacitos y hay que ir sacándola de a poco y con cuidado para no arrancar parte del huevo.

Aunque en Am Israel somos muchos y nos conocemos poco, voy a tener la audacia de asegurar que en la mayoría de los casos nuestra cáscara se partió en pedazos y tenemos que hacer un trabajo lento y de precisión para que nuestra teshuvá no se lleve también parte de la sustancia.

Ahora va a parecer que cambio de tema abruptamente pero en realidad seguiré hablando de lo mismo: En el libro “Battle Plans”, la rebbetzin Tziporah Heller y Sara Yoheved Rigler exponen que el trabajo del ietzer hará es convencernos de que nuestras diferencias con el resto de las personas son más importantes que nuestros parecidos y que esa ilusión es el origen de la mayoría de las transgresiones bein adam lejaveró.

Que el ietzer hará quiera destruirnos no es ninguna novedad. Todos nos reconocemos en la misma batalla y podemos identificar a ese enemigo que camina erguido con el índice en alto señalando a los demás: “Tal no cuida su aspecto y Cual es demasiado superficial. Fulana no educa bien a sus hijos y Mengana los está malcriando. Zutano no trabaja y Perengano trabaja demasiado”. Y no voy a seguir con los ejemplos, por un lado porque no conozco ninguna otra forma de paradigma nominativo y por el otro porque en todos los casos el ietzer está diciendo lo mismo: “el otro no es como vos”.

Y es verdad, porque el pedazo de cáscara que se resiste a salir en uno, se desprendió fácilmente en otro, pero también es mentira porque ese otro está luchando por despojarse de alguna parte de su corteza que no le presentó ninguna dificultad al primero. Y por más paradójico que sea, al aceptar nuestras diferencias nos vamos a dar cuenta de a todos nos pasa lo mismo, que estamos en la misma guerra y que la libramos de la mejor manera que podemos.

Y si a alguno le parece que es una utopía lograr que Am Israel se comporte de esta manera, le cuento que hay algunos que por lo menos estamos intentándolo.

martes, 17 de febrero de 2009

Lo que yo no sabía

Si hace unos meses me hubiesen preguntado cómo elegiría pasar un duelo, hubiese contestado que elegiría pasarlo con mi familia, atravesando el dolor en privado y que intentaría lentamente regresar a la rutina. Eso es lo que yo creía, que los momentos de tristeza había que vivirlos en la intimidad.

Pero el Creador conoce a sus criaturas mejor que ellas mismas y las halajot (leyes) para atravesar el duelo, para mi resultaron la prueba de que la Torá nos protege de todo (incluso de nosotros mismos).

La tristeza por la muerte de mi madre hubiese sido como un tren que me hubiese llevado estación tras estación hasta abandonarme en un lugar muy lejano del que hubiese sido muy difícil regresar, pero no llegué hasta allí, porque la Torá establece que los siete días posteriores (shibá) a la muerte de un pariente cercano hay que sentarse en un asiento bajo con las vestimentas desgarradas, no salir de la casa y recibir a las personas que se presentan a ofrecer consuelo (nijum aveilim). Estas leyes garantizaron que yo pase por lo que tenía que pasar sin hundirme en las profundidades del dolor, porque cada persona que atravesó la puerta de mi casa para ofrecerme consuelo fue como un tren que me iba trayendo de vuelta, que me iba rescatando.

Durante la shibá leí un capítulo del libro “Las puertas de la felicidad” en donde el rab Pliskin marca la diferencia entre duelo y tristeza explicando que el duelo está en el corazón de la personas pero no se apodera de su mente, mientras que la tristeza atrapa a todo el espíritu, destruyéndolo. Y especifica que la Torá obliga a observar el duelo cuando resulta apropiado, pero prohíbe la tristeza, obligándonos a servir a Hashem con alegría.

Al principio me pareció que yo no podría pasar el duelo de esa manera, pero después me di cuenta de que la posibilidad tenía que estar en mis genes, porque si mi madre, hasta en los últimos días de su vida, cuando para ella el mundo había dejado de existir porque solo sentía dolor, sonreía como sonreía, yo, sólo por ser su hija, aunque no lo sabía, podía.  

martes, 23 de diciembre de 2008

Dame tu opinión

Si ustedes también andan con la cabeza torcida y el cuello agarrotado saben que esa visión distorsionada del mundo se la debemos a la costumbre de hablar por teléfono mientras lavamos los platos. Para quienes se preguntan qué tanto tenemos que decir las mujeres como para andar sosteniendo el inalámbrico entre el hombro y la oreja mientras tendemos las camas y doblamos la ropa, les cuento que lo que hacemos cuando hablamos con nuestras amigas es, la mitad de las veces, dar nuestra opinión, y la otra mitad, pedir un consejo.


Sabemos a cual integrante del nuestro oráculo recurrir ante cada pequeño dilema. Sabemos combinar los números para descubrir cuánto aceite equivale a medio pan de margarina, qué cantidad de analgésico corresponde darle a un niño de tres años o qué marca de tostadoras se puso de oferta.

Una de las mitzvot bein adam leJaveró es la que nos advierte que no debemos provocar que otra persona cometa una trasgresión: “No maldeciréis al sordo y no pondréis estorbo delante del ciego; temeréis a vuestro Dios” (Vaikra 19:14). Los aspectos de esta mitzvá son muy amplios, pero aquí sólo me voy a referir a una de sus implicaciones, la que se refiere a dar consejos.

Por una parte esta mitzvá nos indica que nos cuidemos de dar un mal consejo. Una sugerencia que sea perjudicial para la persona que lo pide o para cualquier otra, entra dentro de esta categoría, pero sobre todo, un mal consejo es aquel que es dado en beneficio propio, con segundas intenciones. Por eso el versículo termina diciendo “…temeréis a vuestro Dios”, porque Él es el que sabe cuál es nuestro verdadero propósito cuando damos una opinión.

Por otra parte esta mitzvá tiene un lado activo y es la obligación de dar un consejo cuando nos lo piden. Esto no se refiere a andar opinando a troche y moche sobre cada tema que se hable en el mercado. Tampoco a ir dando consejos al tun tun sin haberle dado importancia al asunto. Se trata de permitirle a Hashem que nos utilice como vehículo para mandar una respuesta, y eso sólo lo podemos lograr si nos comprometemos con la realidad del otro, si lo escuchamos y validamos dándole tanta importancia a su problema como si fuese nuestro.

La vida comunitaria debería funcionar como un engranaje. Algunas veces nos tocará  ser los que sacan de una duda o revelan un truco y otras veces estaremos formulando las preguntas o pidiendo socorro. Hay que saber estar de ambos lados.“El camino del insensato está frente a sus propios ojos, pero el que escucha un consejo es sabio” (Proverbios 12:15).  Es muy posible que lo que para nosotros resulta obvio esté oculto para el resto. Los secretos están todos revelados, sólo hay que buscar a quien tenga la respuesta.  

martes, 22 de julio de 2008

El caso del payaso de hospital

Yo no sé si a ustedes les pasa lo mismo que a mi, pero yo prefiero encontrar un virus en mi computadora a encontrar en mi camino a una de esas personas que se disfrazan de estatua, tener que usar zapatos de taco alto a soportar el tedio de un arlequín y sobre todo prefiero que me inviten a ver las diapositivas de un viaje por Europa a cruzarme con un mimo representando el acto de limpiar un vidrio.

Esto lo cuento para ayudarlos a que se formen una imagen mental de mi sensación fóbica el día que vi venir por el pasillo del hospital a un payaso que se dirigía peligrosamente a la habitación en donde estaba mi madre. En ese momento no había nada más lejos de mis planes que presenciar las pantomimas de un monigote, y mucho menos de uno que se acercaba con papeles arrugados en la mano, pero como él no pareció captar ninguno de mis gestos persuasivos; ni las miradas fulminantes, ni los cabeceos disimulados, entró, rebotó en sus zapatones y empezó con su rutina.

Sólo por testaruda no voy a reconocer que era terriblemente gracioso, pero por lo menos voy a admitir que nos entretuvo encantadoramente un largo rato, que logró que olvidemos por un instante nuestras penas y que la flor de papel que le regaló a mi madre, permaneció en su mesita durante toda su estadía.

Visitar a los enfermos (bikur jolim) es una mitzvá incluida en la categoría de gemilut jasadim, cuya recompensa se recibe tanto en este mundo como en el Mundo Venidero. Pero si bien hay muchísimas maneras de cumplir con esta mitzvá (hacer tefilá por la recuperación del enfermo, llevar comida a la familia de una persona internada, acompañar a una cita médica, salir a comprar medicamentos) también hay muchas maneras de no cumplirla (visitar en horarios inadecuados, interrumpir en el momento en que el paciente está con el doctor, ofrecer consejo médico sin que haya sido solicitado).

Debemos tener cuidado, porque la esencia de la mitzvá debe estar supeditada a las necesidades del enfermo, y no a nuestros deseos altruistas. Hay que estar atento a lo que la situación requiere, e intentar ser útil, ya sea ofreciendo una tarde de compañía, un llamado telefónico reconfortante, o incluso haciendo algo tonto para robarle una sonrisa al enfermo (esta clase de robo está permitido).

Está escrito en el tratado de Nedarim que quien visita a un enfermo lo redime del 1/60 de su enfermedad, esto significa que quien cumple adecuadamente con este precepto está involucrado activamente en el proceso de curación. O sea que podría decirse, que en el caso del payaso de hospital, el de la nariz colorada merece tanto respeto como el del guardapolvo blanco.

lunes, 16 de junio de 2008

El camino del mundo

El otro día estaba esperando que el hombrecito del semáforo se pusiese verde, mientras el sol de la siesta me pegaba en la nuca. Debido a la insolación primero me puse a pensar en por qué serán “hombrecitos” y no “mujercitas” y luego, pasé a una etapa especulativa: “este semáforo seguro que no funciona, y no hay ni un auto en la calle... yo cruzo”, y justo cuando estaba por mover el pie, recordé algo que escuché de mi rabino: cruzar mal la calle es Jilul Hashem (profanación del nombre de Dios).

El pueblo de Israel es el pueblo elegido. Elegido para ser un ejemplo ante el resto de las naciones, para inspirar con su comportamiento y para santificar el nombre de Hashem. Eso nos compromete como individuos a actuar de manera impecable y a estar atentos al efecto producido por cada acción que realizamos.

La prohibición de provocar Jilul Hashem la encontramos en vaikra, "Y no profanaréis Mi Santo nombre…" (22:32) y aquí, otra vez, la Torá nos exige poner un poco más de nosotros, un poco de sentido común (que es el menos común de los sentidos) y comportarnos en público y en privado, con lo que nuestros sabios definen como derej eretz.

Derej eretz es el comportamiento en el mundo material, en el mundo de las relaciones humanas, desde nuestras familias hasta los perfectos desconocidos (que me cuenten los desconocidos cómo lograron ser perfectos).

Por supuesto no alcanza sólo con tener un buen comportamiento para cumplir nuestra misión en el mundo. "Derech eretz kadma l’Torá" (La buena conducta precede a la Torá), sin la Torá, el buen comportamiento no tiene finalidad, pero el derej eretz es la vestimenta adecuada para entrar al palacio y santificar al Rey.

lunes, 19 de mayo de 2008

El que se fue de Sevilla perdió su silla

Hay un debate en el Talmud acerca de si las mitzvot requieren de la intención apropiada o si pueden ser cumplidas sin intención. Se preguntan, por ejemplo, si la persona que en Rosh Hashaná pasa por un beit hakneset en el momento en el que suena el shofar cumple con la mitzvá. O si cumple con el precepto alguien que por casualidad come maror la noche de Pesaj. Es un debate muy profundo que los sabios mantienen a lo largo de varios tratados y que por lo tanto yo no podré ni clarificar ni describir aquí, en estos treinta renglones en los que a lo único que alcanzo es a contarles cosas como la siguiente:

La otra noche llamó un rabino muy cercano a mi familia y me preguntó si quería hacer la mitzvá de acompañar a alguien al hospital. Eran las doce de la noche, y les reconozco que no tenía nada de ganas de dejar la tranquilidad de mi casa para pasarme unas cuantas horas en la sala de urgencias. Pero allí estaba, la mitzvá mirándome como un búho en la oscuridad, así que me saqué las pantuflas y antes de cerrar la puerta de mi casa proclamé estoicamente: “Mas vale que Hashem me pague esta mitzvá”.

Ja.

Ja.

Y más ja.

El ataque de risa que debe haber habido por el cielo. En un minutito (¿un minutito tiene 59 segundos?) Hashem me sacó la oportunidad de hacer esa mitzvá. Cuando llegué al hospital otra persona había ido por motus propio (alguien que conserva el motus propio incluso a las doce de la noche), y ocupó mi supuesto lugar. Notarán con qué delicadeza Hashem me mandó de regreso a la tranquilidad de mi casa.

Volví chinchuda y mientras me terminaba la pastafrola de membrillo, descubrí lo papanata que había sido. Pensé que le estaba haciendo un favor a Hashem, (como si Él necesitase de mi), pensé que Hashem me debía algo, también pensé que le estaba haciendo un favor a la persona a la que había que acompañar, pero lo que no pensé es que el favor me lo estaban haciendo a mí al darme la oportunidad de cumplir una mitzvá.

Yo estaba allí, en el lugar indicado, y en el momento justo, pero sin embargo mi intención llegó tarde, cuando la mitzvá se estaba yendo, proclamando estoicamente: “ahora alpiste, te la perdiste”.

lunes, 12 de mayo de 2008

El Eslabón Encontrado

Nuestros abuelos bajaron del barco con los bolsillos vacíos y las maletas repletas, un diccionario implacable y los recuerdos del resplandor de la casa europea. Los afortunados, los que lograron saltar el mar del abismo para empezar desde cero, no tuvieron más opción, desde ese mismo amanecer, que trabajar para sustentar al cuerpo.

Sus hijos, que hablaron dos idiomas y se sentaron a estudiar en la mesa de la cocina mientras la madre lavaba los platos, se recibieron de ingenieros o de abogados, y le pudieron ganar la batalla al intelecto.

Y nosotros, los hijos de los hijos, gracias al estómago lleno y a la cabeza atiborrada, tenemos la fuerza de reabrir la puerta espiritual, esa que se entrecerró cuando se construyeron sinagogas y no casas de estudio, provocando que se olvide el sentido y el gusto de la religión (excepto el del guefilte fish de la abuela).

Las mitzvot tienen la función de conectarnos con el origen. Son una cadena que nos enlaza con el punto original. La mitzvá de kibud orim (honrar a nuestros padres), nos conecta con nuestro origen más inmediato. Y protege ese eslabón con uñas y dientes. Sean quienes sean, nuestros padres merecen ser honrados, no por lo que nos dan o nos darán, sino por lo que ya nos han dado (Andi se preguntaba algo al respecto en su interesante cometario). Es como no reconocer que la flor se debe al esfuerzo de la raíz, al del tallo, al de las hojas. Es como creer que nos hicimos a nosotros mismos, como creer que de alguna manera nos hubiésemos arreglado para existir, más allá de nuestros padres.

Nuestro concepto de libertad nos incita a romper esa cadena, pero no nos damos cuenta de que en este caso, liberarnos significa encadenarnos.

domingo, 11 de mayo de 2008

Fiebre del Sábado por la Noche

Los que me conocen saben que si digo: “estoy tomando un té” deben entender que digo “estoy enferma”, ya que de otra forma no hubiese estado ingiriendo el más antiguo brebaje new age. Así que hoy, mi post carecerá del toque de cafeína que precipita las palabras. Lo lamento pero deberán soportar una afiebrada reseña de la mitzvá en la que me fortalezco cada vez que no me siento bien: Kibud Av V'Em (honrar a nuestros padres).

No me hace falta ver sus caras para intuir que no notan la más mínima relación entre una cosa y la otra, pero los humanos somos seres complejos en donde es posible que un recuerdo añejo se entrometa al estudiar un tema y se enrede en la maraña de los pensamientos, quedándose allí para siempre.

El recuerdo es el siguiente: De niña, cada vez que me enfermaba, mi madre me preparaba un remedio ruso de nombre raro: Batía una yema de huevo con azúcar, le agregaba leche a punto de hervir (luego me enteré de que esa era la versión “cajita feliz” ya que el original se prepara con coñac), se acercaba con la taza humeante y me decía: -tómate el gogol-mogol, Judi, tomátelo así, bien caliente.

Y este es el pensamiento que este recuerdo me trae cada vez que yo misma me preparo el gogol-mogol: ¿Cómo es posible que tenga que venir la Torá a decirnos que debemos honrar a nuestros padres? La Torá no viene a decirme que debo respirar, no viene a decirme que tengo que dormir, respetar a nuestros padres es la cosa más natural del mundo.

Sin embargo cuando ya me siento un poco mejor y mi cabeza se libera de los febriles divagues, reconozco lo que todos sabemos: que este es un precepto muy difícil de cumplir.

Esta mitzvá tiene muchísimos aspectos, que podré ir tratando al ritmo de resfríos y catarros, pero una punta sobresale por la que empezaré a desarmar la madeja: Son dos los preceptos que establecen la relación que un hijo debe tener con sus padres, uno de ellos se encuentra dentro de los diez mandamientos, donde los primeros cinco relacionan al hombre con Hashem, y los últimos cinco lo relacionan con su semejante. Sin embargo esta mitzvá se encuentra dentro de los primeros. ¿Por qué? Sin duda es un clásico dentro de los preceptos bein adam lejaveró. La respuesta es que al honrar a nuestros padres se está honrando directamente a Hashem. Porque ellos, al asociarse con Hashem, nos dieron, nada más ni nada menos, que la vida.

O sea que si mejoramos nuestro comportamiento con nuestros padres, instantáneamente mejoramos nuestra relación con Hashem. ¿Ustedes cómo se sienten al respecto? Yo tengo ganas de recibirme de hija con honores, y en eso (y no en lo otro) espero haberlos contagiado.

lunes, 28 de abril de 2008

Hechizo del tiempo

Tengo que reconocer que soy un poco naif, es como si una parte mía se llamase Heidi, viviese con su abuelito en los Alpes y tuviese mascotas que se llamaran “Niebla” y “Copo de Nieve”. Por eso pensé que el tema “debemos juzgar al prójimo para bien” me venía como anillo al dedo, que me iba a sentir como pez en el agua (¿alguien tiene alguna otra frase hecha para agregar aquí?). Pero durante las vacaciones de Jol Hamoed estuve leyendo este libro y a medida que avanzaba en la lectura, me iba dando cuenta de que Heidi se había metido en la boca del lobo…

Juzgar para bien al prójimo no tiene nada que ver con una mirada ingenua de la vida. Es más, la Torá nos advierte que si una persona ha demostrado reiteradamente su mala conducta, estamos exentos de la obligación de juzgarla para bien. Lejos de pedirnos una actitud laissez faire (excuse my french) cuando algo nos parece condenable, nos desafía para que seamos agudos y sagaces y no nos dejemos convencer por las apariencias o por lo dicho por otros.
En otras palabras, nos invita a convertirnos en una suerte de Hercules Poirot, sacar la lupa, hacer frente a las supuestas convicciones de nuestros ojos y oídos y llegar al fondo del asunto siendo creativos para imaginar otras opciones.

Una de las cosas que se interponen para que no se otorgue el beneficio de la duda (lekaf zejut) es el pensamiento de que uno nunca hubiese actuado así, que a uno nunca le hubiese podido pasar, que uno nunca (pero nunca) hubiese caído en ese error. Por eso los sabios también nos advierten que para juzgar a nuestro semejante tenemos que ponernos en su lugar: “No juzgues a tu prójimo hasta que no estés en su lugar” (pirkei avot 2:5).

La cuestión es: ¿Cómo lograr ponerse en el lugar del otro? Lo podemos conseguir por medio de un hechizo: Primero se debe crear un entorno apropiado, que puede ser sentarse en un sillón mientras los niños hacen el máximo ruido posible. Luego se deben cerrar los ojos y visualizar, digamos… un pollo en el horno. Por último llegamos a la parte seria: uno invoca un recuerdo, un incidente similar al que estemos “juzgando”, pero en el que hayamos sido los protagonistas. Les aseguro que el conjuro es mágico, primero se tiene una sensación de nebulosa, donde un vago recuerdo va tomando forma desde allá lejos y hace tiempo, hasta que recordamos una situación en nuestro pasado que podemos comparar con la actual y que nos va a permitir verla desde otro ángulo y nos va a proveer las herramientas para juzgar para bien.

Pruébenlo, les aseguro que les va a dar resultado. Y ahora les muestro el hechizo con el que desaparezco: ¡abracadabra!, Heidi saca a pastar a las cabras.

domingo, 13 de abril de 2008

Entrégate y tendrás un juicio justo

A causa de que se han notado contradicciones en la declaración de la acusada, se la ha procesado con los cargos de “cambiar de opinión”. Aquí un extracto de la confesión. Que conste en actas:

“Si, lo reconozco, en este post dije que la Torá no me obligaba a juzgar a nadie, pero me equivoqué. Y cuando me doy cuenta de que estoy equivocada, me gusta cambiar de opinión. En realidad pensé que todas las halajot referentes a la manera de juzgar al prójimo incumbían solamente a los jueces y que las amas de casa como yo quedábamos fuera de jurisdicción. Pero después de estudiar un poco más tuve que reconocer que la Torá obliga a cada persona a convertirse en juez”.

Que se sentencie a la demandada a seguir investigando durante los siguientes post. Queda firmado, sellado y archivado.

Y aquí mismo es cuando comienzo a cumplir con mi condena: “No pervertiréis la justicia; no favoreceréis al pobre y no honraréis al grande; con rectitud juzgaréis a vuestro prójimo” (vaikra 19:15)

El Sefer HaJinuj explica que la mitzvá de juzgar al prójimo incluye la obligación de juzgarlo para bien, interpretando sus acciones y palabras positivamente. Y que todos somos jueces, ya que Hashem nos dio la posibilidad de discernir entre el bien y el mal. Y nos advierte de que esto (juzgar para bien) no es simplemente una buena cualidad de personalidad; es una de las 613 mitzvot. Es nuestra obligación. No queda reservado para una elite sino que abarca a cada judío.

Así que pido disculpas si debido a aquel error en el entendimiento alguien borró de su lista de temas pendientes “juzgar a X” y “juzgar a Z”. Deberían volverlo a escribir con el siguiente cambio: “juzgar a X para bien” y “juzgar a Z para bien” En los próximos post los involucraré en el tema de cómo hacerlo, así que vengan a visitarme por favor, no se olviden de que estoy en libertad condicional.

miércoles, 26 de marzo de 2008

Un corazón azul

Hagamos de cuenta que ayer mientras paseaban por mi barrio me vieron esconderme sospechosamente detrás de un árbol, que después me vieron espiar por el costado y me escucharon murmurar: “si me encuentra, estoy perdida” (¿cómo voy a estar perdida si me encuentra?) y por último salir corriendo a golpear una pared. ¿Qué hubiesen pensado de mí? ¿Que estoy un poco loca? ¿que soy una fugitiva? ¿que tenía diferencias irreconciliables con la pared?

Físicos australianos afirman que la realidad no existe cuando no la estamos observando. Pero yo (que una vez quise ser profesora de educación física) digo que la realidad no existe cuando la estamos observando. Quiero decir, la realidad existe, pero nosotros no podemos percibirla porque siempre nos falta información. Llegamos en mitad de cualquier situación sin contar con las herramientas para analizarla en su totalidad, sólo la vemos fragmentada.

Lo que ustedes vieron ayer era verdad, pero sucede que a veces la verdad es mentira. No todo es lo que parece y eso es lo que la Torá me está advirtiendo con el siguiente pasuk: “No te dejes llevar por tu corazón y por tus ojos” (Números 15:39).

Y a pesar de eso, siempre aparece el juez, el jurado y el verdugo. Tres por el mismo precio (para la cartera de la dama y el bolsillo del caballero). En una sociedad en donde nos obsesionamos por ganar bien, por comer bien, por lucir bien ¿no nos preocupa si pensamos mal?.

Y todo este preámbulo porque en mis post pasados dije que iba a interiorizarme en cómo la Torá me pide que juzgue al otro. ¿Y saben qué? A mi la Torá no me pide que juzgue a nadie, pero si lo voy a hacer, me da las pautas, pero eso lo voy a dejar para la próxima, porque ahora lo que quería es partir de la base de que el dicho “piensa mal y acertarás” es un disparate. Y que si ustedes refutaron todo lo que acabo de decir porque desde el principio descubrieron que ayer en la plaza yo estaba jugando a las escondidas con mis hijos, les dejo la imagen que ilustra el post para que les demuestre lo contrario.

(Dentro de la foto hay otra imagen escondida , pueden hacer click sobre ella para ampliarla, y para verla tienen que tratar de “desenfocar” y penetrar en la profundidad de la foto o también pueden probar mirando a la pantalla con un dedo puesto enfrente).
¿Lo pudieron ver? Eso espero, de todo corazón.

jueves, 20 de marzo de 2008

Road Movie

El autobús estaba repleto. Sentada en el tercer asiento pensaba en qué bien me vendría el auto de los supersónicos para volar por sobre todo el tráfico de Geula. Bueno, en eso estaba yo, en pensamientos tan profundos cuando una total desconocida que subió al autobús con una panza de varios meses me abrió el cajón de la mente con la etiqueta justificaciones. Como ese cajón está muy lleno empezaron a caer enseguida. “Estoy taaaaan cansada y el calor y la uña encarnada. Yo también podría estar embarazada simplemente que todavía no me he enterado y pues claro que yo también debo cuidarme. Y a ella no le vendría mal un poco de ejercicio aunque sea contorsionarse con sus paquetes entre frenadas y aceleres porque que yo sepa eso no está contraindicado.”

Pero ¿por qué me está mirando? ¿No sabe de la vez que me caí en el autobús y me tuvieron que poner un yeso? ¡pero claro! ¡si tiene cara de egoísta! se nota que piensa más en sí misma que en mí. Ni siquiera tendría que viajar en autobús, se podría haber tomado un taxi. ¿Pero por qué me sigue mirando? ¿Por qué no mira a esa otra?, no esa no, a esa, la del segundo asiento. ¿Por qué no se para ella para cederle el asiento? Es joven y cansada no puede estar, a menos que consideremos agotador limarse las uñas todo el día sentada en un sillón. Y para colmo se hace la distraída, claro, con los anteojos de sol puede pasar como que no la ve. Dale, dale el asiento, pienso. No hay excusa para su comportamiento. ¡Le voy a recomendar que lea este blog para que aprenda a trabajar en sus midot!

Después de un rato en el que me hice un poquito la dormida mientras no sé por qué me vino la idea de comprarme unos buenos anteojos de sol, vi que la villana se paraba. Ajá, pienso, allí va la ingrata, ¡y para colmo se tropieza con el señor de la mandíbula maciza! ¿No ve por dónde camina? ¡Y hasta golpea con su bastón blanco a la embarazada. ¿Está ciega?

Uy, me parece que sí, que está ciega.

Buen momento para quedarme callada.

Recuerdan que luego de mi pequeño ataque esquizofrénico había llegado a la conclusión de que debía interiorizarme en el tema de cómo me juzgo a mi misma y cómo juzgo a los demás.

Hoy empiezo con algo muy cortito: El Jafetz Jaim nos enseña en su libro Shmirat Halashon que uno debe emplear el mismo esfuerzo que utiliza en justificar las acciones de uno, en justificar las acciones del otro. Y que en el cielo todo hombre será medido con el mismo patrón que él ha utilizado para medir a los demás.

Y que por hoy me perdonen ya que la más ciega fui yo, porque como dice el viejo refrán, no hay peor ciego que el que no quiere ver.

sábado, 15 de marzo de 2008

Un cuento donde no cuento

Gracias a Dios, cuando empezamos el blog decidimos utilizar nombres falsos, porque nunca imaginé que iba a terminar confesado una cantidad tan grande de bajezas personales. Pero hoy no, hoy no tengo humor para humillarme, por lo tanto no les voy a contar la situación horrible que me llevó a la reflexión que si quiero contar. No les voy a contar la película que me tuvo como protagonista, guionista, directora y hasta iluminadora. No lo voy a contar aunque me ofrezcan un millón de dólares (bueno, eso podríamos hablarlo). Así que si lo que querían era algo con que deleitarse, prescindan de este post y sigan hasta el post de las trufas al ron, que es mucho más apropiado.

O sea que ahora que no saben lo que pasó puedo seguir adelante. Esa situación (para colmo) tuvo una espectadora (en primera fila), que coincidentemente es mi mejor amiga (si, tengo una mejor amiga, como en el jardín de infantes) y lo que ella vio se contradice con mil millones de consejos que yo le suelo dar al respecto. Bueno, cuando todo pasó me apropié de su mirada (no vayan a creer que ando por ahí coleccionando miradas) y me vi como una hipócrita.

Acto seguido se produjo en mi cabeza una manifestación de preguntas que desfilaban con las siguientes pancartas: ¿Haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago? ¿Cómo puedo dar consejos en una dirección y después actuar contradiciéndome? ¿Si fallo una vez fallaré siempre? ¿En un segundo me convertí en una mala persona? ¿Para esto mis padres han gastado tanto en mi educación? ¿Por qué en las películas nadie cierra el coche con llave? (perdón esta última se filtró).

Queridos amigos, ustedes ya saben dónde encontré la respuesta (y el consuelo):

”Porque siete veces cae el justo y se levanta; pero, los malvados caerán (y no se levantarán) en el mal." (Mishlei 24:16)

Ser una persona recta no significa alguien que nunca se equivoca, significa alguien que cuando se equivoca se sobrepone, se arrepiente y sigue intentado. Nadie es perfecto, todos tenemos nuestros momentos, como las fases de la luna. Y como recordarán que seguía apropiada de la mirada de mi amiga, tuve la oportunidad de verme como si fuera otra (que nadie salte a diagnosticarme ningún grado de esquizofrenia, por favor) y noté una diferencia en cómo me juzgo a mi misma y como juzgo al prójimo. Y me quedé pensando en eso, pero eso tampoco hoy lo cuento.

jueves, 13 de marzo de 2008

Más vale tarde

Luego del atentado de la semana pasada seguí como que nada, hice como que nunca. Porque sufría al pensar en lo que ocurrió, todos los interrogantes los dejé enterrados en el subterráneo del terror y preferí llenarme de palabras vacías. Sin embargo tan bien enterrados no deberían estar, porque de vez en cuando emergían a susurrarme mil veces: eso pasó, pasó bajo este mismo cielo, pasó en tu pueblo, a tus hermanos.
Una semana les costó a mis pensamientos liberarse de la cárcel oscura en donde fueron confinados y vencer la barrera última, la que decía “ya no se puede hacer nada”. Aparecieron para abofetearme la inercia de mi egoísmo y obligarme a reconocer que hay algo que todavía se puede hacer.

Esta es la lista de los nombres de los chicos que fueron heridos en el atentado a la Ieshivá Mercaz HaRav y por los hay que hacer tefilá:
Naftali ben Gila
Shimon Yejiel ben Tirza
Nadav ben Hadas
Reuven ben Naomi
Eljanan Yosef ben Zehava

jueves, 6 de marzo de 2008

Hoy puede ser un gran día

Por la mañana anuncian cielo despejado, nublándose hacia la tarde con probabilidades de chaparrones en la noche.

No, no crean que es el último informe del servicio meteorológico (¡lo único que le faltaría a este blog! dedicarse también al clima -excepto los días de nieve, cuando le dedicamos 1, 2, 3 posts al tema-), me estoy refiriendo a mi humor diario. En general me despierto muy temprano y con mucha energía y alegría (perdón por la rima) y mi humor va decayendo hacia la noche. Podría ser hormonal (¡qué suerte tenemos las mujeres! ¡Le echamos la culpa de todo a las hormonas!), pero la verdad es que me despierto con una actitud Serrat: “hoy puede ser un gran día” y me acuesto con la actitud Bonnie Tyler: “eclipse total de corazón”. Por la mañana tengo todas las expectativas de lo bueno que va a ser ese día: “haré tefilá con cavaná, respetaré la dieta, trabajaré con entusiasmo, educaré a mis hijos con irat shamaim”, pero durante el transcurso del día noto que en la mitad del shemoná esré pensé en... digamos, la abuela inglesa de Borges, que después comí un cuarto de chocolate blanco relleno con crema de almendras (¿lo probaron?), que me desaliento porque mi diseño no gustó en la editorial y que le dije a mi hijo que si no terminaba la comida vendría el hombre de la bolsa (a mi también me dan miedo los hombres de Wall Street). O sea, en resumen, mi día se va desencantando.
Ahora viene la parte interesante, que por supuesto no tiene nada que ver con mi vida sino que la leí en el libro “The Garden of Emuná” del Rab Shalom Arush (si alguien está pasando un momento difícil, se lo recomiendo, si alguien no está pasando un momento difícil, le recomiendo que se preocupe).
El Baal Shem Tov paseaba por el bosque (¿notaron que en muchos cuentos jasídicos pasean por el bosque?) cuando se encontró con un viejo aguatero cargado de baldes muy pesados, cuando el Baal Shem Tov lo saludó y le preguntó cómo estaba, el aguatero le contestó con una sonrisa alabando a Hashem por darle la fuerza para realizar ese trabajo tan pesado. Unos pocos días después en el mismo bosque, el mismo encuentro, pero esta vez el aguatero contestó con una mala cara quejándose de lo difícil de la vida. Este cambio de actitud sorprendió al Baal Shem Tov, que luego de un momento de contemplación sonrió y le agradeció al aguatero: Mi amigo, -le dijo-, me has ayudado a aclarar una pregunta que siempre he tenido: En el tratado de Rosh Hashaná la Mishná dice que una persona es juzgada ese día, pero la Guemará dice que una persona es juzgada por veinticuatro cortes celestiales cada hora del día. La pregunta en mi mente era: Si en Rosh Hashaná se decreta lo que le va a suceder a la persona ¿por qué tiene que ser juzgada nuevamente cada hora del día? Entonces, el Baal Shem Tov explicó que en esos juicios diarios se determina la manera en que una persona iba a recibir lo que le fue determinado en Rosh Hashaná.

Esto quiere decir que si los actos de uno reciben una sentencia favorable, uno recibe su decreto (el de Rosh Hashaná) con felicidad durante esa hora en particular, pero si sus actos no reciben una sentencia favorable, uno recibe su decreto con tristeza y depresión.

¿Lo que aprendí de esto? Que uno genera su propio día y que es posible cambiarlo en cada hora incrementando los actos de bien para recibir un decreto favorable que nos haga recibir con alegría lo que Hashem nos manda.
Así que les deseo a todos que hoy terminen su día con un espíritu Louis Armstrong: “Qué mundo tan maravilloso”. Que todos merezcamos un decreto favorable cada hora de cada día.

lunes, 3 de marzo de 2008

He escrito un post excelente (pero no ha sido este)

Damas y caballeros (disculpen que los llame así, pero no los conozco demasiado): la pregunta que me había surgido en el post anterior era: ¿cómo utilizar la fuerza del ietzer hará en su contra? Si creen que encontré la respuesta, se equivocan. Pero avancé algo en esa dirección y voy a compartir el camino.

Voy a empezar definiendo muy ásperamente el concepto de bien y de mal: Bien es todo lo que nos acerca a Hashem, mal es todo lo que nos aleja de Él. Ya sé que surgirán voces de protesta ante una definición tan simple, pero acéptenla por ahora para poder avanzar con la idea que hoy me invade la cabeza y que es la siguiente: ¿será posible que no exista “lo bueno” o “lo malo”? Por ejemplo emborracharse no es ni bueno ni malo. Cuando es la voluntad de Hashem (en purim), es bueno, cuando no es la voluntad de Hashem (el resto del año), es malo. ¿Qué hay de malo en comer harina? Nada… ¡excepto en pesaj! La misma acción puede ser una mitzvá o una trasgresión, dependiendo del momento y de la forma.

O sea que toda fuerza tiene que poder ser reciclada de una u otra manera. Y ese justamente es el sentido de la teshuvá, es el proceso de elevar y convertir nuestras malas inclinaciones (o comportamiento animal, como algunos prefieren llamarlo) en poder espiritual. El ser humano tiene la capacidad de trasformar la oscuridad en luz.

La teshuvá es asombrosa. El talmud nos enseña que si trasgredimos y luego nos arrepentimos por miedo al castigo divino, entonces nuestro delito es considerado nulo. Pero si transgredimos y luego nos arrepentimos por amor a Hashem, entonces nuestro delito se considera mérito en el reino espiritual.

Este mundo es una planta de reciclaje, y todo el ietzer hará está allí para que lo reciclemos. Si aprendemos bien esta lección no nos preguntaremos más por qué hay tanto mal en el mundo, sino por qué no hay más mal para poder transformarlo y adquirir la elevación espiritual que conseguimos al hacerlo.

viernes, 29 de febrero de 2008

Lo Bueno de lo Malo

El otro día me quedé pensando en el tema del burro del enemigo, del ietzer hará, y en la mecánica cuántica (no se preocupen, esto último lo pongo sólo para la foto) y antes de darme cuenta ya estaba malinterpretándome.

Si yo hubiese sido lector del blog hubiese corrido a poner el siguiente comentario: “¿Estás sugiriendo que la Torá permite los pensamientos negativos siempre y cuando no se los exteriorice?” y después hubiese pensado: "ja, ja, la atrapé a esta que se cree tan divertida" (si, tengo esas charlas conmigo misma, ¿qué le voy a hacer?). Pero como todo este conflicto se desarrollaba dentro de mi cabeza, lo resolví muy facilmente. Me dije: “no, la Torá no permite tener cualquier clase de sentimientos, sino que ofrece las técnicas para dominarlos” Listo, que pase el siguiente… y el siguiente era una pregunta: ¿cuando podré dominar al mío? (notarán que mi poder de asociación es bastante simple). Y la respuesta me dejó perpleja: “nunca”.

Lo lamento pero tengo malas noticias para todos: al ietzer hará (guerra declarada y todo) no le vamos a poder ganar. Cuanto más fuerte nos volvamos, más se fortalecerá el ietzer, esa es la regla. El trabajo del ser humano es vencer sus malas inclinaciones, ya lo dijimos, y ese trabajo dura toda la vida, por lo tanto, si nuestro ietzer no crecería en la misma medida en que nosotros vamos superándolo, no nos ofrecería resistencia y no tendríamos la oportunidad de crecer espiritualmente.

¡Pero si hasta parece bueno el ietzer! ¿Quién dijo que era mi enemigo? Enemigo era ese que se cruzó en el camino con su burro y su carga… o… ¿será posible lo que sospecho? Dijimos que la Torá se estaba refiriendo al dominio de la mala inclinación. ¿Ese enemigo representaba al ietzer hará? ¡Si! ¡Si! El Maharal de Praga explica que la palabra “Jamor” (burro en hebreo) viene de la raíz “Jomer”, materia, y que representa al cuerpo físico de la persona. Y justamente el cuerpo es el que se ve dominado por las necesidades del ietzer y viene a oponerse al alma. Ese versículo lo representaba: Si uno ve a su cuerpo resistiendo los objetivos del alma, colapsando bajo el “peso” de las mitzvot, tiene que ayudarlo a liberarse de su carga (o dicho de otra manera: refinar el cuerpo, para servir a Hashem). Utilizar su propia fuerza en su contra. Y claro, ahora me surge otra pregunta, y espero que a ustedes también. La respondemos en la próxima.

miércoles, 27 de febrero de 2008

El Burro de mi Amigo

Hoy no los voy a entretener mucho, lo que vengo a decir es cortito: La Torá nos prohíbe odiar “no odiaréis a vuestro hermano en vuestro corazón” (Vaikrá 19:17). ¿Les gustó? A mí también, hasta la próxima.

Salgo a hacer las compras, aparte de escribir para el blog, tengo una familia a la que alimentar, vuelvo cargada como un burro… ¿un burro? Eso me recuerda algo que parece contradecir lo que acabo de escribir.

Vamos a investigar un poco, no sea cosa que luego nos tilden de tratar los temas muy superficialmente (saludos Alexander, gracias por la crítica constructiva, estamos trabajando en eso). Veamos: (shemot 23:5): “Si ves el asno de alguien a quien odias, doblado por su carga ¿acaso te negarás a ayudarlo? Una y otra vez lo ayudarás” Pero… pero ¡qué atrevimiento! ¿Me están dando permiso para odiar al prójimo?

El Talmud discute la noción del odio. Tras una descripción acerca de los tres tipos de gente a la que Hashem odia, la guemara expone un caso en el que el odio hacia un trasgresor está permitido. No lo voy a detallar aquí (al que le interese: Pesajim 113b), porque lo que me interesa remarcar es que aún aunque odie al dueño del asno, es mi obligación ayudarlo, incluso si en el mismo momento mi amigo está en la misma situación (Bava Metzia 32b).

O sea que allí está el asno de mi amigo, no, perdón, no está bien decirlo así, corrijo: allí está mi amigo, con su asno rendido por la carga y allí está mi enemigo y su asno y bla bla y ¿qué? ¿Qué tengo que ir a ayudar a mi enemigo? ¿Para qué? La respuesta seguro los sorprenderá: ¡Para someter a la inclinación al mal! (la guerra continúa). Separar el odio del pensamiento del odio en la acción. Que me esté permitido odiar a esa persona no significa que me esté permitido comportarme como si la odiase. La Torá viene a enseñarme a dominar mis propias pasiones, para sacar lo mejor de mí siempre, para que mis malas inclinaciones no se apoderen de mí, para que no haya justificación para un mal comportamiento.

Nuevamente la Torá me está pidiendo, rectificar mi conducta y no rendirme ante los malos sentimientos. Y aunque hoy en día resulte difícil encontrar en el camino a un enemigo con un burro sobrepasado por la carga, para poner en práctica lo que acabo de aprender, no me va a resultar nada difícil encontrar a una burra que carga con la mala inclinación de no querer ayudar a un no tan amigo. Ahora sé que debo corregirlo.