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martes, 14 de septiembre de 2010

Feliz día del padre (un post en donde bato el record en el uso de la palabra perdón)

Ayer mientras escuchaba el shiur de Ruth Shira se me ocurrieron muchas ideas geniales para un post. Si tan solo hubiese llegado a casa y en vez de sentarme a comer el alfajor que me regalaron (no se ilusionen porque no pienso revelar mi fuente) me hubiese sentado a escribir las palabras que tenía en la cabeza, ahora estarían leyendo algo sumamente revelador y trascendente que los hubiese inspirado hasta para seguir con la dieta que empezaron el lunes.

Pero en cambio están leyendo esto. Igual quédense un rato, a ver si entre todos logramos sacar alguna idea. Total serán solo unos minutos que igual perderían en facebook o en twitter o en tumblr o en algún otro blog que muestra fotos de mascotas.

Les voy a resumir un poco la cuestión y, Ruth Shira, por favor corrígeme si me equivoco, porque aunque me viste mirar atentamente el gráfico de la pared, sabes que tengo un límite.

En la clase se hablaba de los tres tipos de relaciones en las que es propicio trabajar en el mes de Tishrei: con uno mismo, con el otro y con Hashem, relación cuyo momento culmine, por supuesto, es Iom Kipur, día en el que debemos entregarnos íntegramente a Hakadosh Baruj Hu.

Pero yo me quedé un paso más atrás en la clase, o más bien dos pasos, o si (no me dejan pasar una), tienen razón, me quedé absolutamente retrasada, pero debo decir que fue por culpa de una nube turbia de pensamientos que secuestraron lo que hay dentro de mi calavera y que se limitan a reproducir sin pausa una cantinela o una diatriba o como prefieran llamarlo, que como una niña recitando en el acto del colegio, enumera todo lo que he hecho mal durante el año.

Es que en estos días hay que hacer teshuvá ¿escucharon algo al respecto? ¿qué me dicen? ¿ustedes por dónde andan? Yo ando marcha atrás porque cuando ya estamos a punto de cruzar la meta, yo estoy volviendo al inicio donde todavía no han bajado la bandera. Es que empecé a revisar todo lo que Hashem va a tener que perdonarme, y eso me hizo recordar que en la relación con el prójimo Él no puede perdonarme nada que no haya sido perdonado por la persona afectada, pero de eso ya hablé el año pasado, y aunque el público se renueva, no vale la pena que repita lo que está escrito en el post de abajo. Así que avancé un poco en mi retroceso (qué linda paradoja) hasta el punto de darme cuenta que Hashem no va a poder perdonarme nada que yo no me haya perdonado a mi misma.

¿Van a estar de acuerdo si ahora digo que esto es muy difícil o van a venir a decirme que nada que ver y que es cosa mia? Porque yo creo que el daño que nos hacemos a nosotros mismos es de la peor calaña. No podemos con la idea de ser tan humanos, de fallar, de equivocarnos. No podemos perdonarnos no ser perfectos y no podemos superar las veces en la que salió al mundo nuestro señor Hyde. Y así seguimos ligados a esas trasgresiones, seguimos estancados. Yo creo que deberíamos trabajar primero en eso.

Y para todas las que estuvieron ayer en la clase, si fue Sartre el que dijo que el infieno son los otros, y porque el que calla otorga, como no lo dije ayer lo digo hoy: no estoy para nada de acuerdo. Todavía es peor que eso, el infierno puede estar mucho más cerca

lunes, 13 de septiembre de 2010

Con el corazón en la boca (o ¿por qué publicamos nuevamente este post? -para hacer bajar el del ayuno que ya terminó hace rato)

A los ocho años me peleé con mi vecina porque no quise darle lugar en mi escritorio para su cuaderno de matemática, la terminé echando de mi casa y gritándole “corta mano corta fierro” mientras se subía al ascensor. A los quince me peleé con mi mejor amiga por lo mismo que se pelean todas las chicas a esa edad y después de una charla infantil en un banco de plaza, la vi alejándose para siempre por la esquina de Corrientes y Pringles. Hasta los dieciocho me peleé con mi hermana por el lugar en la mesa, por el secador de pelo, por cerrar o por abrir la puerta y por cualquier otra cosa que siempre representaba lo mismo. También me peleé con una amiga porque se hizo religiosa y con otra porque no se hizo, con un jefe porque guardé una carpeta en el cajón equivocado y con una desconocida que me vino a decir que mis hijos hacían ruido.

Yo no sé si son reales muchos de estos recuerdos, porque a veces uno sólo se acuerda la historia que se cuenta a través del tiempo, pero sea como sea, lo que sí sé es que a ninguna de estas personas les pedí perdón. Y de eso estoy bien segura, porque pedir perdón es un acto heroico, y un acto heroico nunca se olvida.

No les voy a decir lo que ya saben, no les quiero repetir que respecto a las trasgresiones bein adam leJaveró (cometidas contra personas) no hay teshuvá que valga. Que uno puede afligirse en su corazón todo lo que quiera, pero si no le pide perdón a la persona perjudicada, ese arrepentimiento no sirve para que se borre la trasgresión de nuestra cuenta.

Lo que quiero preguntar es por qué, a pesar de saberlo, elegimos (por única vez) quedarnos callados. Uno preferiría que le dijesen que se aplique veinte azotes, haga dos días de ayuno o recite diez viduy, a que nos pidan enfrentarnos a nuestro prójimo para pedirle perdón.

Ya vendrá alguien a decirme que esto no es verdad y que durante estos diez días de teshuvá lo más normal es escuchar a la gente diciendo: “perdón por cualquier cosa que te haya podido hacer” “perdón por si te ofendí en algo”. Pero yo no me estoy refiriendo a esos casos sin sustancia. Me estoy refiriendo a ese caso específico en el que ahora están pensando.

Y ese es el perdón difícil de decir, ese es el perdón que se queda atorado en la garganta y que no quiere salir. Lo que tenemos que saber es que no hay otra forma de hacerlo: hay que golpear una puerta, poner el corazón en la boca y decirlo.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Kol Nidré - כל נדרי


Nos arrepentimos por el incumplimiento de todos los votos que formulamos,
de las obligaciones rituales que contrajimos,
de los anatemas en los cuales incurrimos
y de los juramentos que prestamos ante Dios,
desde este Día del Perdón hasta el próximo Día del Perdón
que nos llegue para el bien.
De todos ellos nos arrepentimos.
Sean todos ellos absueltos, nulos, y sin valor, sin efecto, y sin carácter de obligación.
Nuestros votos que no sean considerados como tal, tampoco nuestras obligaciones
ni los juramentos que prestamos ante D´s.

Kol Nidre - Historia

Kol Nidrei es una tefilá que hacemos en la víspera de Iom Kipur, comenzando con el servicio religioso. Mediante el Kol Nidrei, queda declarado que todas las promesas que hemos hecho y no hemos cumplido, quedan anuladas.

Esta tefilá está basada en el mandato bíblico de que un judío no debe quebrar ninguna promesa proferida, y trata de la anulación de las promesas hacia el Todopoderoso hechas voluntariamente por el hombre pero no observadas o quizás no cumplidas porque estaban por encima de su capacidad.

Respecto de las promesas hechas al hombre, en cambio, Kol Nidrei no es aplicable. Una persona no puede ser liberada de una obligación para con su prójimo salvo por consentimiento de la persona involucrada.

Ha sido sugerido que la oración de Kol Nidrei fue compuesta por los judíos de España en los tiempos del Rey Recaredo I (586-601), después de la persecución a sus súbditos judíos. Él ordenó su conversión al catolicismo y estos debieron atacar estas disposiciones contra su conciencia y voluntad. Con la llegada de Iom Kipur, cuando se reunían clandestinamente para ofrendar sus plegarias a D´s, el mayor de todos ellos se levantaba para declarar que todos los juramentos y promesas que habían hecho eran nulos y vanos, puesto que los habían formulado bajo coacción. Así es como la fórmula usada en este preciso día fue introducida al oficio. Es probable también que fuera en esas circunstancias, en que los emocionantes acordes de Kol Nidrei hubieran sido compuestos.

Más tarde, esta costumbre se extendió a muchas de las tierras vecinas, probablemente a través de la migración de los marranos, y fue retenida aún en época de libertad religiosa.

Ocurría a menudo que, cuando los judíos marranos visitaban a sus cofrades en los Iamim Noraim en las sinagogas portuguesas de Ámsterdam y Hamburgo, los últimos se oponían a admitirlos en su congregación. Argumentaban que los marranos debían haber huido y abandonado todas sus posesiones en España en lugar de someterse a una conversión externa. De aquí que nuestros Sabios de esa generación ordenaron la recitación de la frase:

''על דעת המקום ועל דעת הקהל אנו מתירין להתפלל עם העברינים''

“Invocando Divina sanción y con la anuencia de esta sagrada congregación declaramos: nos es lícito orar junto a los transgresores (es decir, los Avarianim, o sea, los marranos)

Probablemente, como fue sugerido, la palabra Avarianim, podría ser una referencia a la península de España, pues en Europa sus habitantes eran generalmente llamados ibéricos.

El Kol Nidrei resuena, en verdad, con el clamor milenario y genera en el Beit Hakneset una atmósfera muy particular, la melodía produce una emoción muy fuerte, creando una fuerza espiritual que evoca la trascendencia del día que comienza.

sábado, 26 de septiembre de 2009

Cinco Aflicciones en Iom Kipur

No sólo está prohibido comer y beber en Iom Kipur, sino que también lo están los demás placeres físicos. Nuestros sabios han enumerado cinco aflicciones: debemos abstenernos de comer, beber, lavar o untar nuestro cuerpo, calzar zapatos de cuero, y mantener relaciones intimas.
  • Estas cinco aflicciones corresponden a los Cinco libros de la Torá, que aceptamos con los preceptos escritos en ellos sin permitir que interfieran nuestros deseos físicos.
  • También corresponden a los cinco sentidos, con los que el hombre realiza mitzvot y comete transgresiones.
  • A las cinco veces que es mencionada la palabra nefesh (alma) en la lectura de la Torá de Iom Kipur.
  • A los cinco nombres que tiene el alma: néfesh, rúaj, neshamá, jaiá y iejidá.
  • A las cinco inmersiones que realizaba el Kohén Gadol en Iom Kipur en la época del Gran Templo.
  • Y a las cinco plegarias descritas para el día: Maariv, Shajarit, Musaf, Minjá y Neilá.
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Nosotros en en Tiempo. Eliahu Kitov

martes, 22 de septiembre de 2009

Nunca Es Demasiado Tarde (Incluso Para Mi!)


Desde que empieza el mes de Elul, y especialmente en estos días conocidos como “los diez días de arrepentimiento”, la gente simplemente no para de hablar de Teshuva. Rabanim tratan de “despertar la conciencia del pueblo”, chicos tocando su shofar de juguete por las calles, y por lo menos acá en Jerusalem se vive un aire un poco tenso: pagar cuentas pendientes, pedirle perdón hasta a las plantas por no haberlas regados a tiempo, plumas de gallinas por todos lados y cosas por el estilo.

La verdad es que yo hasta hace un par de años (específicamente hasta que me case y tuve un hijo), creía tener las cuentas con D-os bien organizadas: llegaba el mes de Elul y automáticamente multiplicaba mis Tefilot, me proponía una o dos metas específicas sobre las cuales querría trabajar ese próximo año y así llegaba feliz y tranquila a Iom Kipur. Hasta aquí el cuento de hadas.

Pasó el tiempo y comencé a sentirme satisfecha si por lo menos llegaba a escuchar el shofar al Beit HaKneset. Aun así, la palabra Teshuva seguía zumbando en algún recóndito lugar de mi cabeza, y algo me decía que me estaba conformando con poco. Que de eso no se trata todo este enredo llamado vida.

Y así pasó el tiempo, y también mi vida…y las cosas del día a día sobrepasaron los momentos de introspección, crecimiento personal, la inspiración y cercanía con Hashem. Y se me vino Elul, y nada. Totalmente desconectada. Dos semanas para Rosh HaShana y me surgió algo así como: uy, estoy frita. Pero nada más. Pero cuando llego Rosh HaShana, y fui a escuchar el Shofar, algo hizo clic. Todo ese verdadero yo que estaba aplastado bajo ese enorme ietzer hara llamado “por falta de tiempo”, resurgió. Y entre lagrimas de arrepentimiento por el tiempo perdido, por la paciencia de Hashem mientras el me daba horas de vida para hacer lo que tengo que hacer y yo las malgastaba en novelas de Stephen King (nada personal, solo un nombre), me “acorde” que hacer teshuva es cosa de todos los días y no un ataque de histeria de un segundo…y me veo nuevamente aplastada, ahora por un montón de conciencia y tarea atrasada que debería haber hecho y no hice.

Entonces ¿qué me queda? Empezar de a poquito, por lo más importante: darle un lugar a Ha Kadosh Baruj Hu en mí día a día, mientras cocino, espero el autobús o baño a mi hijo. Aumentar la conciencia de que todo proviene de El, que la Tora no es una teoría (jas ve Shalom), sino un manual real, escrito por alguien real y que cuando hago tefila alguien realmente me esta escuchando. Decir Be Ezrat Hashem (con la ayuda de Hashem), con la misma seguridad que diría mi nombre. Y pedirLe ayuda para este año que comienza, para no dejarme estar, para vivir en plena conciencia y hacer teshuva cada día.

Y como escribe el Rab Akiva Tatz en su libro “vivir inspirado”, de eso se trata la vida, de vivir en emuna, en lealtad absoluta. De eso se trata vivir inspirado.

Les deseo a todas nuestras lectoras y amigas un año lleno de inspiración para el crecimiento personal y cercanía con Hashem. Que seamos inscriptos y sellados en el libro de la vida!

viernes, 10 de octubre de 2008

¡Pido Gancho!

Este post debía llamarse “post Iom Kipur”, pero la editora me dijo que ya era suficiente, que todos entendieron el jueguito de palabras y que tenía que esforzarme un poquito más y encontrar un título con gancho, lo que he cumplido al pie de la letra.

Pero vayamos al tema que nos ocupa: Iom Kipur. Este año llegué muy inspirada al día del juicio. En rosh Hashaná, como ya lo conté, me sentí muy conectada y tenía la sensación de que en Iom Kipur iba a poder repetir la experiencia.

Había organizado todo, empezando por los horarios en los que iría al beit hakneset hasta las actividades y comidas para mis hijos, pero en lo que evitaba pensar era en un pequeño detalle que podría haberme desmoralizado: soy pésima con los ayunos. He tenido algunos ayunos malos y otros muy malos, eso es todo. Pero a pesar de esto, un espíritu de optimismo absurdo se apoderó de mí y pensé que esta vez podía lograr pasarlo dignamente.

Cuando volví del rezo de la mañana ya me dolía la cabeza. Cuando se hizo la hora del rezo de la tarde, ya no tenía cabeza. Más obstinada que sensata, fui al beit hakneset diciéndome a mi misma que todo es una cuestión de actitud, y que si dejaba de pensar que me sentía mal, me dejaría de sentir mal.

Me había preparado en especial para el rezo de Neilah, había escrito en lápiz los nombres de las personas por las que quería hacer tefilá, había estudiado su significado, había estado esperando acompañar a Hashem hasta su Trono para despedirlo. Pero a medida que el rezo avanzaba, yo retrocedía. Las letras se mezclaban y ya no sabía lo que estaba diciendo… sentía frío… después calor… después transpiraba… después tiritaba. Faltando cinco minutos para el final tuve salir para que los niños no me señalasen durante todo el año, al grito de: “la que se desmayó en el shul”.

No podía creer lo que me estaba pasando, en el momento más importante del año, en el que tendría que haber estado ascendiendo al séptimo cielo, yo estaba dirigiéndome al séptimo suelo. Y ahí fue cuando pedí gancho, cuando pedí pido, desde la puerta del ezrat nashim pedí que me alcanzasen las fuerzas para llegar al último “Hashem Hu aElokim” a presentarle mis pedidos a Hashem, y cuando llegué, cuando estuve frente al kise a Kavod, lo único que recuerdo haberle pedido al Rey del universo fue… una silla, por favor. 

martes, 7 de octubre de 2008

Pre (y no post) Iom Kipur

Todavía no entramos en Iom Kipur y sin embargo yo ya voy a hablar del último momento de ese día. Y no estoy aludiendo al instante en el que nos tiramos sobre la mesa servida y devoramos la comida como si no hubiésemos comido en todo el día, sino que me estoy refiriendo a su desenlace: el rezo de Neilah.

La Rabanit Iemima Misraji explica en una clase lo siguiente: Hashem nos regala un día entero, y dentro de ese día, quince minutos, y dentro de esos quince minutos, un instante con una fuerza única. Dice el Rama en la Mishná Brura: Siete veces se repite, al final del rezo de Neilah, la frase: “Hashem Hu aElokim” ¿qué son esas repeticiones se pregunta. Y responde: durante todo el mes de Elul, durante todo Iom Kipur, Hashem estuvo entre nosotros, pero hacia el final del día, Hashem regresa a su “casa”, a lo que es denominado “el séptimo cielo” y cada vez que decimos “Hashem Hu aElokim”, Él se eleva un nivel, hasta llegar al último.

La rabanit continúa diciendo: No lo dejen ir, vayan con Él, asciendan en su imaginación cada uno de los siete niveles, y cuando estén en el último, estarán frente al kise aKabod, estarán en el nivel más alto al que se puede acceder, y es en ese lugar y en ese momento en el que hay que pedir por aquello que parece estar negado en nuestras vidas, por aquello que lloramos, por aquello por lo que pedimos brajá y hacemos segulot.

Es un sólo instante en todo el año, intentemos vivirlo, no lo dejemos escapar.

Gmar jatimá tová.