Ayer le decía a mi marido que, para mí, él no existe.
Ni él, ni mis hijos, ni mis nietas, ni mis amigas, ni mis vecinos. Gracias al kav habitajon, he aprendido a transformar el mundo que me rodea en un escenario de Playmobil, donde las personas parecen muñequitos hechos de bloques de plástico. Esta idea no es mía; es lo que recomienda el Rab Golombeck para alcanzar una vida plena de alegría y sentido: no involucrarse emocionalmente en las situaciones conflictivas.
Al final, nada de lo que sucede es real más allá de ser una prueba que debemos atravesar. Es como si estuviéramos en un reality show: tenemos bejirá jofshi durante el proceso, pero el resultado final ya está arreglado por la producción.
Hashem puso nuestra neshamá dentro de un cuerpo habitado por un animal, una parte que se rebela contra nuestra esencia más pura. Este animal tiene un único objetivo: alejarnos de Hashem. A veces lo siento como un lobo feroz que ataca sin piedad, otras como un elefante que arrasa a su paso, y en ocasiones como un ratón astuto, sigiloso pero persistente.
No importa su forma; su instinto es mortal. Ese animal interno está dispuesto incluso a autodestruirse si con ello logra desconectarnos de la luz divina.
En la vida, enfrentamos conflictos y desafíos como si fuera una carrera de obstáculos. Es entonces cuando el animal interno ataca, intentando derribar la conexión que nos sostiene. Me recuerda a ese juego donde un pingüino está de pie sobre un bloque de hielo, y los jugadores golpean con un martillo las piezas intentando no dejarlo caer. Pero mientras en el juego los golpes son suaves, el animal interno siempre va directo al corazón del hielo. Su objetivo no es otro que romper todo de un solo golpe.
Para complicar aún más el juego, nos cruzamos constantemente con los animales de los demás. Me imagino a las neshamot atrapadas detrás de una cortina de emociones, intentando comunicarse a pesar de los conflictos, los malentendidos y las reacciones impulsivas.
Cada vez que logramos no involucrarnos emocionalmente con las palabras o acciones de quienes nos rodean, abrimos un poco esa cortina. ¿Qué importa lo que un muñequito de plástico opine de mí? Dale, pasá primero, te cedo el turno, podés llamarme como quieras; nada de eso tiene que importar.
Y si dejamos que los perros ladren sin ladrarles de vuelta, se crea un espacio para que nuestra neshamá emerja, grandiosa. Aparece nada más y nada menos que de la mano de Hashem, para recordarnos que, en este mundo de Fisher Price, nuestra única misión es conectarnos con lo Real.