Me siento como Borges dictándole a María Kodama. Estoy con los ojos cerrados, sentada a oscuras en un sillón. Le hablo al teléfono imaginándome que soy el escritor, pero en lugar de té, tomo café, pensando en el largo camino de acontecimientos que llevó ese sabor a mi taza. Así disfruto cuando me gustan las cosas que me pasan.
¿Pero qué me pasa cuando me suceden cosas que no me gusta que me pasen? Ahí pierdo un poco el hilo y quedo pendiente de un "está bien, lo acepto, pero no lo quiero".
Rabbi Golombek dice que deberíamos imaginar los percances como una ducha que manda HaShem, una lluvia de jabón y shampoo que te da escalofríos de frío o te raspa un poco con un cepillito de uñas para sacarte la tierra.
A lo que aspiro es que, cuando me suceden ese tipo de cosas, pudiera agradecerlas, entenderlas como empujones de fuerzas invisibles que me guían en un laberinto que recorro a ciegas.
Hace unos días se rompió la computadora donde trabajaba desde hace diez años y no tiene arreglo. Pedí prestada una a mi hijo, se me cayó de las manos y dejó de funcionar al instante. Ayer compartí la computadora de mi marido, ya que yo trabajo de madrugada, pero hoy uno de los monitores dejó de funcionar, y también el teclado.
"Todo viene del amor de HaShem," me dije, "si estas palabras tienen que ser publicadas no habrá nada que pueda evitarlo."
Y ya ven, hay que usar lo que se tiene a mano, en este caso, un teléfono, un sillón y la convicción de que HaShem puede hacer todo lo que quiere, hasta hacerme sentir como Borges un viernes de madrugada.
Tan real, y te cuento amiga querida que con los ańos aprendemos a aceptar irrevocablemente y con menos pataletas las decisiones de Hashem
ResponderEliminarSolo aceptarlas, seguir adelante y no cuestionar
Hola amiga querida. La próxima vez please firmá porque muchas amigas comentan en modo anónimo y no estoy segura de con quien estoy hablando, aunque te sospecho en un consultorio detrás de esas palabras... ¿me equivoco?
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