lunes, 16 de diciembre de 2024

La Mitzvá del Desconcierto

Empezamos las cosas como un juego, pero apenas descubrimos que no sabemos nada de un tema, perdemos el miedo a no saber y nos sumergimos en esas aguas misteriosas que forman cerca del sesenta por ciento de nosotros mismos. El agua no solo es física, sino un símbolo de lo desconocido: territorios internos que permanecen ocultos hasta que las circunstancias rompen sus murallas, como olas que se estrellan justo a nuestro paso, revelando geografías íntimas antes inexploradas.

Todo lo que Hashem pone en nuestro camino tiene un propósito: empujarnos hacia un desafío que nos permita trabajar en nosotros mismos. Si no enfrentáramos esos desafíos, nunca corregiríamos lo que necesita ser corregido. Lo que no controlamos es precisamente ese espacio de lo no explorado en nosotros mismos, territorios que solo se habilitan cuando las situaciones nos golpean como olas, quebrantando nuestras defensas y permitiéndonos acceder a nuestras capas más profundas.

El ego, como dice el Rav Golombeck, es el principal detractor en este camino: el noventa por ciento de las cosas que nos molestan son protestas de nuestro propio ego. Por ejemplo, el ego nos dice que no vale la pena crear canciones para niños si un video no obtiene suficientes vistas. Nos convence de que los números son la medida del éxito y que el esfuerzo solo vale si recibe validación externa.

Pero, ¿y si Hashem nos puso aquí solo para alegrar a un único niño, en alguna parte del mundo? ¿No sería suficiente? Porque al final, el verdadero desafío no es alcanzar la fama ni las métricas, sino superar al ego que busca alimentar su insaciable apetito.

Desde la orilla, el océano parece sucio: la espuma con residuos distrae la vista. Pero si avanzamos y nos dejamos desafiar por las olas, encontramos que más allá de las aguas agitadas hay calma. Y si nos sumergimos, descubrimos un universo oculto que no se ve desde la superficie. Así es nuestra vida: si nos quedamos en la orilla, nunca entenderemos lo que Hashem quiere mostrarnos. Atravesar las olas es parte del trabajo de vivir, es permitir que cada embate rompa algo en nosotros para revelar lo que aún no conocemos.

El trabajo personal es un viaje continuo. Cada paso hacia adentro, cada ola que nos golpea, nos lleva más cerca de esa belleza oculta que, desde la orilla, ni siquiera imaginábamos que existía.

2 comentarios:

Gracias por comentar, se que cuesta esfuerzo