
Continuamos con el tema de ayer. Tanto la alegría como la tristeza representan dos posturas frente a la vida, dos modos de pararse ante la realidad que nos rodea. Tomemos por ejemplo una poesía. El poeta, al intentar transmitir el torbellino de pensamiento y sensaciones que lo acosan, se topa con un sistema limitado de expresión: las palabras, los sustantivos y los verbos. ¿Acaso el amor pasional, ardiente e ilimitado que experimenta el poeta realmente cabe en la palabra «amor»? ¿Acaso cuando el poeta en mitad de la noche describe a su amada como una paloma que sobrevuela las montañas nevadas se refiere a las alas físicas de una mujer y a su capacidad técnica de volar? ¡Por supuesto que no! No obstante, y a pesar de la limitación del lenguaje, el poeta confía en lo que el límite transmite y comunica, en lo que el lector sensible y despierto logra descifrar a partir del ritmo poético, los silencios y entrelíneas. Aquel que sólo capta el límite, aquel que siempre se detiene en la frontera de la realidad física, en el mejor de los casos podrá llenar su boca de risa. Su límite limita.
Sólo aquel que es capaz de observar más allá del límite es capaz de experimentar la alegría verdadera. Su límite comunica.
Quien se mueve dentro del límite —por más amplio y extenso que sea su territorio— está condenado a una vida marcada y sellada por un tono de tristeza. Cuando el límite habla, expresa, cuando el límite y la forma propia de cada criatura logran transmitir los ecos de un más allá trascendente, entonces, a pesar de vivir físicamente dentro de un marco limitado y limitador, podemos mantener fija la mirada en el horizonte, en el más allá, en el futuro.
Resumiendo: todo el tiempo que en nuestra mente el límite aún limita, corremos el riesgo de reírnos de boca hacia afuera. Mas ¿no vale la pena correr tal riesgo? ¿Qué podríamos llegar a perder?
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Calendario Cabalístico.Ben Itzjak.Ed Edaf .
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