No sé cómo será el tuyo, pero mi mal instinto es patético. No se lo puedo recriminar porque a pesar de que su técnica es rudimentaria, reconozco que no necesita mucho esfuerzo para quebrarme.
Por ejemplo, empieza refinadamente, sirviéndome un plato de pollo con salsa de damascos y de a poco va disfrazando la angustia oral de ataque de hambre hasta abandonarme frente a la heladera abierta, alternando pepinos agridulces con barras de chocolate, doritos mexicanos con caramelos masticables.
Después arroja más leña al fuego y me mete la idea del cansancio. Que no doy más, me dice, que estoy agotada y que si no me tiro un rato no llego viva a la noche. Por supuesto después de esto no necesita rebanarse mucho más los sesos, porque ya me tiene atrapada. Simplemente me deja en babia mientras les digo a mis hijos que coman que se bañen que se acuesten y de vez en cuando me susurra pensamientos negativos para hacerme llorar y que se me corra el rimel.
El otro día, Elisheba me decía que el bien y el mal son caras de la misma moneda, y que cuando la moneda nos muestra su cara mala hay que buscar la forma de darla vuelta para encontrar del otro lado la fuerza que se le opone. “Barati ietzer hara, ubarati lo Torá tavlin” “(Yo, Hashem) creé la tendencia a lo negativo, y también creé la Torá como su antídoto” (Kidushin 30b).
La palabra ietzer deriva de la palabra iatzar (formar o construir), de esto se desprende que el ietzer hará es la fuerza que crea para destruir, pero como enseñó el rebe Najman de Breslev: “Si crees que puedes arruinar, debes creer con la misma fuerza que puedes corregir".
Cada uno tiene la opción de creer lo que quiera, somos libres de dejarnos engañar y terminar tirando nuestros días a la basura, podemos permitir que el mal instinto trasforme nuestro mundo en un pañuelo pero también podemos sacar un as de la manga, tirar la moneda al aire e intentar construirnos en vez de destruirnos. De lo que creemos depende lo que creamos.
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