Entré al colegio secundario el mismo año en que la democracia volvía a Argentina. Sin embargo, en mi escuela, quedaron algunos profesores que habían sido infiltrados por la dictadura para controlar al alumnado. Recuerdo en especial a un profesor de Caligrafía, que utilizaba su minúsculo espectro de poder para meternos miedo. Nadie se atrevía a mover un solo músculo en su presencia y ni siquiera nos atrevíamos a pensar mal de él, porque también se había encargado de prevenirnos que nuestros pensamientos se reflejarían en la mirada. La letra con sangre entra, decía, mientras nuestro ejército de plumas se sumergía en la tinta para dibujar letras enruladas.
Fue absolutamente inefectivo, porque hoy tengo una caligrafía horrible, y en mi memoria, aquel profesor quedó instalado como un monstruo atroz, pero con el tiempo, sin embargo, descubrí que lo que en él estaba exacerbado existe en mayor o menor medida en cualquier ser humano.
Todos tenemos el deseo de ejercer el poder. Aunque lo hagamos disimuladamente (y en muchos casos imperceptiblemente hasta para uno mismo), pretendemos que las cosas sucedan como queremos. Les enseñamos a nuestros hijos que no lloren frente al vecino y pretendemos que se vayan a dormir cuando nosotros estamos cansados. Les pedimos a los amigos que cambien la fecha de la fiesta para poder ir. Le exigimos a nuestros esposos que combinen sus corbatas y sus horarios a nuestro gusto. Intentamos convencer a nuestro jefe para que nos de un ascenso. Tentamos con recompensas, forzamos las situaciones, imponemos castigos.
La Torá nos enseña que el único control posible es el autocontrol. Sólo podemos controlar nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestros actos. Cualquier otro intento es en vano, un gasto de energía inútil.
El rab Twerski, en su libro “Successful Relationships” expone que controlar a otros es moralmente incorrecto, ya que en el Talmud (berajot 33b) está explicado que aunque Hashem controla todo el universo, no interviene en el comportamiento ético y moral del ser humano. Y si Él, que si tiene la posibilidad de hacerlo, no lo hace, mucho menos nosotros, que ni tenemos la posibilidad, ni debemos intentarlo.
Sin embargo, hay una manera de influir en otros, y es, como ya seguramente saben, modelando nuestra conducta. Podemos inspirar con nuestro comportamiento la conducta de nuestros hijos. Podemos generar las ganas de nuestros maridos de estar en horario en casa. Podemos hacer sacrificios por nuestros amigos y méritos para un ascenso. Podemos dejar de pretender ser un control remoto y convertirnos en un faro que guía con su propia luz.
Magnifico!!!
ResponderEliminarm encanto! como todo lo q escribis!!!
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