martes, 27 de mayo de 2008

A mi Juego me llamaron

El otro día me preguntaron si no me resulta difícil vivir dentro de la halajá (ley judía). Me gusta que me hagan ese tipo de preguntas porque se instalan en mí y lentamente cultivan su propia respuesta. Lamentablemente, en general, no llego a entregarle esa cosecha a la persona que la sembró y que se debe conformar con mis espontáneos comentarios varios (o desvaríos).

Hacerme esa pregunta fue como preguntarme si me resulta difícil jugar al ajedrez. El ajedrez es difícil con sus reglas, pero imposible sin ellas. Muchísimas veces se ha utilizado este juego como alegoría del universo, pero la mayoría de las personas se comportan como Alicia antes de darse cuenta de que era un peón blanco en “A través del espejo”, o peor aún, están jugando al ludo con el tablero de ajedrez.

¿Qué es la halajá sino las pautas que me indican qué movimientos están permitidos y qué movimientos están prohibidos? Lo interesante es que ese mismo límite es el que nos va a ayudar a desarrollar una estrategia, a perfeccionar la jugada y a permitir pensar en el próximo movimiento, porque también en la vida, una ficha tocada es ficha movida. De nuestro empeño para aprender va a depender el nivel al que logremos jugar.

Se dice que en toda la historia no se ha jugado dos veces la misma partida. Que un mismo problema no se ha resuelto dos veces de igual manera y que hay más posibilidades de movimientos que galaxias en el universo y aún así me preguntaron si me resulta difícil vivir dentro de la halajá. La respuesta es que si, pero que es la única manera en la que voy a poder dar jaque mate.

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