En la la época en la que gobernaban los Jueces (período de alrededor de 200 años desde 1230 a.e.c, momento en el que Ioshua conquista Canaán, hasta el establecimiento de la monarquía con el rey Saúl) hubo sequía y hambre en la tierra de Judá. Entonces un hombre de Bet Lejem llamado Elimelej emigró y se estableció en los campos de Moab junto con su mujer Naomi y sus dos hijos Majlón y Kilión.
Al tiempo murió Elimelej y sus hijos se casaron con mujeres moabitas —una se llamaba Orpá y la otra Ruth— y así vivieron unos diez años. Luego murieron también Majlón y Kilión y Naomi se quedó sin hijos y sin esposo.
Naomi decidió abandonar los campos de Moab porque se enteró de que el Señor había visitado a su pueblo y le había proporcionado alimento y emprendió el regreso en compañía de sus nueras.
En el camino, Naomi les dijo: “Váyanse, vuelva cada una a la casa de su madre… Que el Señor les dé un lugar para vivir tranquilas, en compañía de un nuevo esposo”. Y las besó. Pero ellas prorrumpieron en sollozos y le respondieron: “No,volveremos contigo a tu pueblo”. Naomi insistió: “Regresen, hijas mías. ¿Por qué quieren venir conmigo? ¿Acaso tengo aún hijos en mi seno para que puedan ser sus esposos? Vuélvanse, hijas mías, vayan. Yo soy demasiado vieja para casarme. Y aunque dijera que todavía no perdí las esperanzas, que esta misma noche voy a unirme con un hombre, y que tendré hijos, ¿esperarían ustedes hasta que ellos se hagan grandes? ¿Dejarían por eso de casarse? No, hijas mías; mi suerte es más amarga que la de ustedes, porque la mano del Señor se ha desatado contra mí”.
Ellas volvieron a prorrumpir en sollozos, pero al fin Orpá despidió a su suegra con un beso, mientras que Ruth se quedó a su lado. Naomi le dijo: “Mira, tu cuñada regresa a su pueblo y a sus dioses; regresa tú también con ella”.
Pero Ruth le respondió: “No insistas en que te abandone y me vuelva, porque dondequiera que tú vayas yo iré, y dondequiera que vivas, viviré. Tu pueblo es mi pueblo, y tu Dios mi Dios. Donde tú mueras, yo moriré y allí seré sepultada;… sólo la muerte nos separará.”
Entonces Naomi y Ruth la moabita caminaron juntas hasta Bet Lejem y la llegada de Naomi conmocionó a toda la ciudad. Las mujeres exclamaban: “¿Será ésta Naomi? Y ella respondía: “No me llamen más Naomi; díganme Mará, porque el Todopoderoso me ha llenado de amargura. Partí llena de bienes y el Señor me hace volver sin nada.” Cuando llegaron a Bet Lejem comenzaba la cosecha de la cebada.
Naomi tenía, por parte de su esposo, un pariente muy rico llamado Boaz. Ruth, la moabita, dijo a Naomi: “Déjame ir a recoger espigas al campo, detrás de alguien que me haga ese favor”. Entonces Ruth se puso a recoger espigas en el campo, detrás de los que cosechaban, y tuvo la suerte de hacerlo en una parcela perteneciente a Boaz.
En ese preciso momento, llegó Boaz quien preguntó al capataz: “¿De quién es esta muchacha?” El capataz le respondió: “Es una joven moabita que volvió con Naomi de los campos de Moab”.
Entonces Boaz dijo a Ruth: “No vayas a recoger espigas a otro campo ni te alejes para nada de aquí; quédate junto a mis servidores. Me han contado muy bien todo lo que hiciste por tu suegra después de que murió tu marido, y cómo has dejado a tu padre, a tu madre y tu tierra natal, para venir a un pueblo desconocido. Que te recompense con creces el Señor, el Dios de Israel, al que has acudido para refugiarte bajo sus alas”.
Y Boaz ordenó a sus servidores que sacaran algunas espigas de las gavillas y las dejaran caer para que ella las recoja. Así Ruth estuvo recogiendo espigas hasta el atardecer. Cuando volvió a la ciudad con su suegra llevando los granos, Naomi le preguntó: “¿Dónde has ido hoy a recoger espigas?
¡Bendito sea el que se interesó por ti!”. Ruth le contó había estado trabajando en el campo de un hombre llamado Boaz. Naomi exclamó “¡Bendito sea de parte del Señor, que no deja de manifestar su bondad ni a los vivos ni a los muertos!”. Y añadió: “Ese hombre es pariente cercano nuestro, es uno de los que tienen el deber de responder por nosotros”.
Ruth siguió recogiendo espigas con las servidoras de Boaz hasta que terminó la cosecha de la cebada y del trigo. Mientras tanto, vivía con su suegra.
Naomi dijo a Ruth: “Hija mía, yo quisiera conseguirte un lugar seguro, donde puedas ser feliz. Por otra parte, Boaz, el hombre con cuyas servidoras estuviste, es pariente cercano nuestro. Esta noche él estará aventando la cebada en la era. Lávate, perfúmate, cúbrete con tu manto y baja a la era. Cuando se acueste, fíjate en el lugar donde él esté acostado; entonces ve, destápale los pies y acuéstate allí. Después él mismo te indicará lo que debes hacer”.
Ruth bajó a la era e hizo todo lo que su suegra le había mandado. Boaz comió y bebió, y se puso alegre. Luego fue a acostarse junto a la parva de cebada. Ella fue sigilosamente, le destapó los pies y se acostó.
A eso de la medianoche, el hombre se despertó sobresaltado, y al incorporarse, vio que había una mujer acostada a sus pies. “Y tú, ¿quién eres?”, le preguntó. “Soy Ruth, tu servidora, respondió ella; extiende tu manta sobre tu servidora, porque a ti te toca responder por mí”. Él exclamó: “¡Que el Señor te bendiga, hija mía! Tú has realizado un segundo acto de piedad filial, mejor que el primero, al no pretender a ningún joven, ni pobre ni rico. Haré por ti todo lo que me digas, porque toda la gente de mi pueblo sabe muy bien que eres una mujer decidida. Es verdad que a mí me toca responder por ti, pero hay otro pariente más cercano que yo. Pasa aquí la noche; y mañana, si él quiere ejercer contigo su derecho, que lo haga; de lo contrario, lo haré yo. Te lo juro. Acuéstate hasta que amanezca”.
Ruth se levantó a la hora en que un hombre todavía no puede reconocer a otro, porque Boaz no quería que se supiera que la mujer había venido a la era. Él le dio media bolsa de cebada y puso la carga sobre los hombros de Ruth. Ella regresó a la casa y le contó a su suegra todo lo que el hombre había hecho por ella.
Boaz subió hasta la puerta de la ciudad y cuando pasó por allí el pariente del que había hablado antes, llamó a diez ancianos de la ciudad. Ante ellos, Boaz dijo a su pariente: “Naomi ha vuelto de los campos de Moab y ha puesto en venta la parcela de nuestro pariente Elimelej. Me ha parecido bien informarte de esto y sugerirte que la compres en presencia de los ancianos de mi pueblo. Si tú quieres ejercer tu derecho a redimir, puedes hacerlo; de lo contrario, dímelo para que yo lo sepa. Tú eres el primero que puede ejercer ese derecho, y después vengo yo”. El hombre le respondió: “Está bien, lo haré”.
Boaz añadió: “Pero si le compras a Naomí la parcela de campo, también tendrás que casarte con Ruth, la moabita, esposa del difunto, a fin de perpetuar el nombre de este sobre su patrimonio”. Él respondió: “En esas condiciones yo no puedo comprar, porque perjudicaría a mis herederos. Ejerce tú mi derecho, porque yo no puedo hacerlo”. En Israel existía antiguamente la costumbre de quitarse la sandalia y dársela al otro para convalidar los convenios de rescate o de intercambio.
Esta era la manera de testificar en Israel.
Por eso el pariente dijo a Boaz: “Adquiérela para ti”, y se quitó la sandalia. Entonces Boaz dijo a los ancianos y a todo el pueblo: “Ustedes son hoy testigos de que yo compro a Naomi todas las posesiones de Elimelej, de Kilión y de Majlón. También son testigos de que tomo por esposa a Ruth, la moabita, que fue mujer de Majlón, para perpetuar el nombre del difunto sobre su patrimonio y para que ese nombre no desaparezca de entre sus hermanos”.
Toda la gente que estaba en la puerta de la ciudad y los ancianos respondieron: “Somos testigos. ¡Que el Señor haga a esta mujer semejante a Raquel y a Lea, las dos que edificaron la casa de Israel!
Que el Señor te dé una descendencia por medio de esta joven, para que tu casa sea como la de Peres, el hijo que Tamar dio a Judá”.
Boaz se casó con Ruth y se unió a ella. El Señor hizo que ella concibiera y diera a luz un hijo. Entonces las mujeres dijeron a Naomi: “¡Bendito sea el Señor, que hoy no te deja faltar quien responda por ti! Su nombre será proclamado en Israel. Él te reconfortará y será tu apoyo en la vejez, porque te lo ha engendrado tu nuera que te quiere tanto y que vale para ti más que siete hijos”. Naomi tomó al niño, lo puso sobre su regazo y se encargó de criarlo. Las vecinas le dieron un nombre, diciendo: “Le ha nacido un hijo a Naomi “, y lo llamaron Obed. Este fue el padre de Ishai, el padre de David.
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Fuente: jccenters.org