Sé que la Gueulá se acerca. No podría ser de otro modo: cuanto más se espera, menos falta para que llegue.
En mi galut interno, que vendría a ser el camino de mi neshamá de vuelta al origen, tuve que atravesar un bosque oscuro rodeado de lobos, una estepa desierta y hasta un huracán en la selva que me disparó como una bala de cañón al medio de un jardín precioso, donde la Shejiná se sienta a escuchar el canto de los pájaros cuando despiertan.
En el jardín, a Hashem lo veo por todos lados: en el cactus que florece en la taza en la que por última vez tomó mi padre; en las aravot que clavé el año pasado junto al desagüe del aire acondicionado y que hoy podrían abastecer a todo un pueblo; y, sobre todo, en la viña, eel árbol del fondo, ese que creí muerto y que con el tiempo extendió sus ramas, ofreció unos cinco metros de sombra y unos cien racimos.
Acaba de terminar la cosecha: uvas dulces para mis nietas, jugo para bendecir en Shabat, racimos para regalar a la vecina y néctar para las avispas.
Quien quiere ver, busca y encuentra.
hermoso gracias por compartir
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