lunes, 1 de junio de 2009

Un cable a tierra

El otro día estuve jugando al juego de las diferencias. Saben, ese jueguito tan famoso entre los baalei teshuvá. Ese en el que uno se pregunta cuál es la diferencia entre lo que uno es  hoy y lo que hubiese sido sin Torá. Hay quienes sostienen que este juego es una versión de aquel otro llamado “qué hubiese pasado si hubiese dicho no y no si”, pero para mí, éste es más entretenido, porque las reglas cambian según el ánimo del participante, del ciclo mensual, o de los carbohidratos consumidos.

Ese día, por culpa de una torta de queso y unos panqueques de dulce de leche, el resultado quedó en empate. Es verdad que creo que sin Torá yo hubiese logrado ser una persona de bien, hubiese formado una linda familia y hasta hubiese hecho cosas significativas. Pero algo no cerraba, porque no podía ser  que la única diferencia entre “ella” y “yo” fuese que para mí, pelar papas significa agarrar el pelapapas, parame frente a la pileta y dale que dale sudando la gota gorda, y que para ella, pelar papas sería estar tirada en la reposera del country diciendo: -Francisca, pele las papas por favor.

Así que me dí la revancha. No sólo por ser competitiva y no soportar perder ni siquiera frente a mí mima, sino porque estoy dando la vida en esto y no tengo dudas de que lo que soy y lo que le estoy trasmitiendo a mis hijos es mucho más que un placard repleto de faldas y unos candelabros de plata para las velas de shabat. Así que me volví a preguntar qué es lo que tengo hoy que no hubiese tenido sin Torá. Y la respuesta me asombró porque es algo que nunca se asocia con este tipo de vida: tengo Libertad.

Antes pensaba que la libertad era la falta de límites y que cuanto más innumerables fuesen mis posibilidades, más libre sería. Pero hoy sé que ser libre es todo lo contrario.

El rabino David Burstein una vez lo explicó de la siguiente manera: El mundo funciona como una caja eléctrica. El que no sabe nada de electricidad, o bien no logra hacer nada o muy posiblemente se quede pegado, pero el electricista que sabe qué cable se puede tocar y cuál no es el que tiene libertad de acción.

O sea que allí estaba la diferencia. “Ella” muy posiblemente estaría con los cables pelados a punto de un cortocircuito y “yo” tengo al alcance de la mano el plano con el diseño de los circuitos donde están los caminos para conectarse y lograr la iluminación. 

3 comentarios:

Mónica R. Saloma dijo...

dí dos vueltas a la mesa del comedor y luego una tercera como de postre. Así, andando en círculos entendí que era tiempo de parar. Quizás habría otros modos. Tomé aire y me senté. En contra de todos los formalismos de mi educación y aprovechando qeu no estaba mi madre apra recordármelos, recosté casi al mitad de mi cansado ser sobr e la mesa. Miraba el sol y el jardín a través del ventanal de la sala y me sentía del todo afuera de la vida.

Estaba cansada, agotada de tanto andar. Y decidí que bastaba. Un voto de confianza, me dije: cerrar lso ojos, taparme la nariz y echarme de cabeza confiando en que la vida se abre paso...
Soy hija de la postmodernidad y heredé auqello del "todo vale" y si no piensas así, eres facista. Pero me parecía que había trampa en eso: la de la inmediatez y la de la falta de sentido. Quise elegir distinto y opté por el orden, por la ley. No ha sido sencillo, pero echar a andar así lleva en las pisadas una promesa que se abre paso como un amanecer, como una luna en medio del azul de la noche silenciosa y bella. Aprendí que hay leyes que liberan al ser humano y otras que le esclavizan. Es en verdad un regalo contar con una ley que abre a la vida y a la libertad.

Un abrazo desde México
Moni

Dafna dijo...

Quisiera compartir un sentimiento.
Yo tampoco cambiaria el camino de la verdad y libertad (aunque no siempre sea facil entender bien el mapa de los cicuitos) pero....la Francisca me vendria de 20 y eso incluso me daria mas libertad para sentarme a leer las pistas par aentender el mapa no ;)
besos

Judi Lerner dijo...

Monica: Es verdad, es un regalo increible el que recibimos. Aunque a veces las hijas de la posmodernidad nos fijamos más en el envoltorio que en el contenido.

Dafnita: ¡Coincido taaaanto con vos!... y no sabés lo que extraño a Francisca.