De los textos del profeta Ezequiel y de Maimónides surge con absoluta claridad que Tamuz era un profeta, el máximo profeta de idolatría de todas las épocas. Y sin entrar por completo en el análisis del tema, diremos que el profeta, en la Biblia, es un hombre elegido para transformarse en boca del Creador, para transmitir a los hombres la palabra divina. El profeta cumple el rol de comunicador.
Un claro ejemplo lo constituye el mismo Aharón, quien es considerado profeta al transformarse en la boca de Moisés ante el Faraón.
Mas los sabios místicos nos enseñan que todo lo creado tiene su opuesto y no solo el bien y el mal, la verdad y la mentira. Toda criatura - por más pequeña e insignificante que sea - tiene su punto opuesto, su negación. Por consiguiente, tal como existe el profeta verdadero que traduce fielmente la palabra de El Eterno, encontramos también la boca que desvía y descarría, la boca que enturbia y que confunde.
Profeta verdadero, profeta falso.
No resulta entonces sorprendente que la influencia energética de idolatría que reina en el mes de tamuz - la que simboliza la boca del falso profeta - se enfrente precisamente con Aharón, representante máximo del mensaje claro y transparente de Moisés.
Dos bocas que se enfrentan, y una rendija de sabiduría que nos muestra un estrecho camino de entrada a la esencia energética del mes.
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