Los que me conocen saben que si digo: “estoy tomando un té” deben entender que digo “estoy enferma”, ya que de otra forma no hubiese estado ingiriendo el más antiguo brebaje new age. Así que hoy, mi post carecerá del toque de cafeína que precipita las palabras. Lo lamento pero deberán soportar una afiebrada reseña de la mitzvá en la que me fortalezco cada vez que no me siento bien: Kibud Av V'Em (honrar a nuestros padres).
No me hace falta ver sus caras para intuir que no notan la más mínima relación entre una cosa y la otra, pero los humanos somos seres complejos en donde es posible que un recuerdo añejo se entrometa al estudiar un tema y se enrede en la maraña de los pensamientos, quedándose allí para siempre.
El recuerdo es el siguiente: De niña, cada vez que me enfermaba, mi madre me preparaba un remedio ruso de nombre raro: Batía una yema de huevo con azúcar, le agregaba leche a punto de hervir (luego me enteré de que esa era la versión “cajita feliz” ya que el original se prepara con coñac), se acercaba con la taza humeante y me decía: -tómate el gogol-mogol, Judi, tomátelo así, bien caliente.
Y este es el pensamiento que este recuerdo me trae cada vez que yo misma me preparo el gogol-mogol: ¿Cómo es posible que tenga que venir la Torá a decirnos que debemos honrar a nuestros padres? La Torá no viene a decirme que debo respirar, no viene a decirme que tengo que dormir, respetar a nuestros padres es la cosa más natural del mundo.
Sin embargo cuando ya me siento un poco mejor y mi cabeza se libera de los febriles divagues, reconozco lo que todos sabemos: que este es un precepto muy difícil de cumplir.
Esta mitzvá tiene muchísimos aspectos, que podré ir tratando al ritmo de resfríos y catarros, pero una punta sobresale por la que empezaré a desarmar la madeja: Son dos los preceptos que establecen la relación que un hijo debe tener con sus padres, uno de ellos se encuentra dentro de los diez mandamientos, donde los primeros cinco relacionan al hombre con Hashem, y los últimos cinco lo relacionan con su semejante. Sin embargo esta mitzvá se encuentra dentro de los primeros. ¿Por qué? Sin duda es un clásico dentro de los preceptos bein adam lejaveró. La respuesta es que al honrar a nuestros padres se está honrando directamente a Hashem. Porque ellos, al asociarse con Hashem, nos dieron, nada más ni nada menos, que la vida.
O sea que si mejoramos nuestro comportamiento con nuestros padres, instantáneamente mejoramos nuestra relación con Hashem. ¿Ustedes cómo se sienten al respecto? Yo tengo ganas de recibirme de hija con honores, y en eso (y no en lo otro) espero haberlos contagiado.
No me hace falta ver sus caras para intuir que no notan la más mínima relación entre una cosa y la otra, pero los humanos somos seres complejos en donde es posible que un recuerdo añejo se entrometa al estudiar un tema y se enrede en la maraña de los pensamientos, quedándose allí para siempre.
El recuerdo es el siguiente: De niña, cada vez que me enfermaba, mi madre me preparaba un remedio ruso de nombre raro: Batía una yema de huevo con azúcar, le agregaba leche a punto de hervir (luego me enteré de que esa era la versión “cajita feliz” ya que el original se prepara con coñac), se acercaba con la taza humeante y me decía: -tómate el gogol-mogol, Judi, tomátelo así, bien caliente.
Y este es el pensamiento que este recuerdo me trae cada vez que yo misma me preparo el gogol-mogol: ¿Cómo es posible que tenga que venir la Torá a decirnos que debemos honrar a nuestros padres? La Torá no viene a decirme que debo respirar, no viene a decirme que tengo que dormir, respetar a nuestros padres es la cosa más natural del mundo.
Sin embargo cuando ya me siento un poco mejor y mi cabeza se libera de los febriles divagues, reconozco lo que todos sabemos: que este es un precepto muy difícil de cumplir.
Esta mitzvá tiene muchísimos aspectos, que podré ir tratando al ritmo de resfríos y catarros, pero una punta sobresale por la que empezaré a desarmar la madeja: Son dos los preceptos que establecen la relación que un hijo debe tener con sus padres, uno de ellos se encuentra dentro de los diez mandamientos, donde los primeros cinco relacionan al hombre con Hashem, y los últimos cinco lo relacionan con su semejante. Sin embargo esta mitzvá se encuentra dentro de los primeros. ¿Por qué? Sin duda es un clásico dentro de los preceptos bein adam lejaveró. La respuesta es que al honrar a nuestros padres se está honrando directamente a Hashem. Porque ellos, al asociarse con Hashem, nos dieron, nada más ni nada menos, que la vida.
O sea que si mejoramos nuestro comportamiento con nuestros padres, instantáneamente mejoramos nuestra relación con Hashem. ¿Ustedes cómo se sienten al respecto? Yo tengo ganas de recibirme de hija con honores, y en eso (y no en lo otro) espero haberlos contagiado.
Para mi es una mitzva en la que siempre me siento que me quedo "corta', no importa lo que haga (y se que va a sonar culposo, pero no viene desde ese lugar) siento que podría haber hecho más. No me alcanza. Y muchas veces me pregunto que es lo que se recibe del otro lado.
ResponderEliminarLo que quiero decir es que además de marcar el tilt de la mitzva cumplida, del acto del día (por más amor que este lleve), creo que todavía es una llave que no abrió la puerta y estoy segura que si Hashem puso algo tan "obvio" como mitzva seguramente que es para poder saltar a un nuevo lugar (de nosotros, con el otro, con Hashem) donde no estábamos parados antes.
Veezrat H' todos nos recibamos de hijos con honores, sobre todo si los honores lo reciben nuestros padres.
Andi