lunes, 28 de abril de 2008

Hechizo del tiempo

Tengo que reconocer que soy un poco naif, es como si una parte mía se llamase Heidi, viviese con su abuelito en los Alpes y tuviese mascotas que se llamaran “Niebla” y “Copo de Nieve”. Por eso pensé que el tema “debemos juzgar al prójimo para bien” me venía como anillo al dedo, que me iba a sentir como pez en el agua (¿alguien tiene alguna otra frase hecha para agregar aquí?). Pero durante las vacaciones de Jol Hamoed estuve leyendo este libro y a medida que avanzaba en la lectura, me iba dando cuenta de que Heidi se había metido en la boca del lobo…

Juzgar para bien al prójimo no tiene nada que ver con una mirada ingenua de la vida. Es más, la Torá nos advierte que si una persona ha demostrado reiteradamente su mala conducta, estamos exentos de la obligación de juzgarla para bien. Lejos de pedirnos una actitud laissez faire (excuse my french) cuando algo nos parece condenable, nos desafía para que seamos agudos y sagaces y no nos dejemos convencer por las apariencias o por lo dicho por otros.
En otras palabras, nos invita a convertirnos en una suerte de Hercules Poirot, sacar la lupa, hacer frente a las supuestas convicciones de nuestros ojos y oídos y llegar al fondo del asunto siendo creativos para imaginar otras opciones.

Una de las cosas que se interponen para que no se otorgue el beneficio de la duda (lekaf zejut) es el pensamiento de que uno nunca hubiese actuado así, que a uno nunca le hubiese podido pasar, que uno nunca (pero nunca) hubiese caído en ese error. Por eso los sabios también nos advierten que para juzgar a nuestro semejante tenemos que ponernos en su lugar: “No juzgues a tu prójimo hasta que no estés en su lugar” (pirkei avot 2:5).

La cuestión es: ¿Cómo lograr ponerse en el lugar del otro? Lo podemos conseguir por medio de un hechizo: Primero se debe crear un entorno apropiado, que puede ser sentarse en un sillón mientras los niños hacen el máximo ruido posible. Luego se deben cerrar los ojos y visualizar, digamos… un pollo en el horno. Por último llegamos a la parte seria: uno invoca un recuerdo, un incidente similar al que estemos “juzgando”, pero en el que hayamos sido los protagonistas. Les aseguro que el conjuro es mágico, primero se tiene una sensación de nebulosa, donde un vago recuerdo va tomando forma desde allá lejos y hace tiempo, hasta que recordamos una situación en nuestro pasado que podemos comparar con la actual y que nos va a permitir verla desde otro ángulo y nos va a proveer las herramientas para juzgar para bien.

Pruébenlo, les aseguro que les va a dar resultado. Y ahora les muestro el hechizo con el que desaparezco: ¡abracadabra!, Heidi saca a pastar a las cabras.

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